Cuando en la noche del 12 de septiembre Karen Green abrió la puerta de su casa en el domicilio de Claremont, California, encontró a su marido muerto colgando de una viga.
David Foster Wallace se había suicido. Y todo suicidio perturba el universo. Por eso, y porque era un gran escritor, el New York Times dedicó su portada del domingo pasado sobre la importancia de este escritor en la literatura norteamericana, mientrasThe Guardian, en Londres, publicó por primera vez su conferencia sobre los excesos del individualismo. Nadie es indispensable, dijo Wallace. Y la libertad, la genuina libertad no consiste en el egoísmo sino que limita donde empieza la de los otros; exige renuncias, incomodidad; se alimenta de realidades porque no puede vivir en el aire; pero justamente muchos ignoran que viven en la realidad…
"Dos peces nadando a lo largo del mar se encuentran de pronto con un viejo pez que nada en dirección opuesta, quien pasa diciéndoles, "Buenos días muchachos, ¿cómo está el agua?". Los dos peces siguen nadando hasta que finalmente se miran sorprendidos el uno al otro: ¿Qué diablos es el agua?"
"Si les fastidia que yo pretenda presentarme aquí como el pez viejo y sabio explicando qué es el agua, relájense. El sentido inmediato del cuento del pez es que las realidades más obvias, más ubicuas e importantes son las más difíciles de ver y de contar. Claro, se trata sólo de un tópico banal, pero el punto es que en el voleo del día a día – de los días que uno tras otro son la vida (nota del traductor) – las trivialidades pueden ser de vida o muerte. Esto podría sonar como hipérbole, o disparates abstractos, pero vamos al grano…"
"Un vasto porcentaje de las cosas que solemos hacer instintivamente se vuelven totalmente contrarias y engañosas. El equívoco proviene de una curiosa noción: toda experiencia inmediata se apoya en una creencia profunda de que el "yo" es el centro absoluto del universo, lo más real, la persona más importante y concreta de la existencia. Poco hablamos sobre esta suerte de egocentrismo natural y básico porque socialmente resulta repulsivo, aunque reposa en el fondo de todos nosotros. Lo damos por predeterminado, como el aire que todos respiran y del que nadie habla. Pensémoslo: no hay experiencia que no hayamos tenido en la cual no seamos el centro absoluto. El mundo es de acuerdo a como lo experimentamos: se aparece justo al frente, detrás de ti, a la derecha o a tu izquierda, en tu televisor o en la pantalla de tu computador, en cualquier parte (…)"
"Va un ejemplo. Digamos que es un día normal: te levantas en la mañana, vas a tu estimulante oficina para trabajar nueve o diez horas duras, y al final del día estás cansado, estresado, y sólo quieres ir a casa y tener una buena cena y quizás por un par de horas relajarte, para luego empacar las cosas temprano porque mañana toca de nuevo levantarse. Pero recuerdas que no hay comida suficiente en casa porque no has tenido tiempo de ir al supermercado esta semana, de suerte que ahora, después del trabajo, te toca de nuevo salir en carro hasta el supermercado. Como es hora pico y el tráfico está fatal, te toma llegar hasta allí más de lo usual, y, cuando al fin arribas, el supermercado está llenísimo porque, claro, es la hora del día en que todo el mundo también intenta a duras penas comprar algo, atiborrándose en un local tan espantosa y fluorescentemente encendido que infunde pena en el alma, y aunque ya es bastante que sea el último lugar en el que quieras estar, no puedes tomar las cosas y salir rápido: te toca recorrer todos los hacinados pasillos para encontrar lo que quieres, maniobrar el carrito de mercado entre gente cansada, apurada y a su vez con otros carritos, entre viejos lentos y niños que bloquean el paso, teniendo que apretar los dientes para pedir cordialmente permiso hasta que, finalmente, te provees de lo necesario para tu comida, con la incoherencia de que no hay suficientes cajas registradoras abiertas, lo cual es estúpido y exasperante al final del día laboral, así que la fila es increíblemente larga, pero a tales alturas ya no puedes desesperarte frente a la dama robótica sentada frente a la caja registradora".
"De todos modos al fin pagas lo correspondiente, esperas que tu tarjeta sea procesada mientras te la devuelven diciéndote "tenga un buen día", sí, en una voz que es la propia voz de la muerte, luego pasas con las endebles bolsas del mercado a través del parqueadero, metes todo en el baúl del carro de un modo tal que nada se caiga y vaya rodando en el camino a casa, para después manejar de cualquier modo a través del lento, intenso y duro tráfico de la hora pico, etc., etc. (…) todo esto cansa, mama…
La verdad es que muchos de nosotros actúa de forma parecida, sólo que actuar así suele ser muy fácil y mecánico. El modo inconsciente en el que se experimenta el aburrimiento, la frustración, lo urgente y atiborrado de la vida laboral sucede cuando uno actúa bajo esta creencia inconsciente, instintiva de que yo soy el centro absoluto del mundo y que mis inmediatas necesidades y sentimientos son tan importantes que deberían modificar las prioridades del mundo. Pero hay varios puntos de vista este ten todas las situaciones. En aquel tráfico, todos los vehículos se atascaban y andaban como en cámara lenta en mi carril, pero ¿qué si en alguno de esos autos viniera un padre apurado en llegar al hospital porque su hijo está herido o enfermo en la silla de al lado? Su prisa es más inmensa, más legítima que la mía – y yo soy en realidad quien entorpece su camino".
(…)
En el día a día de la vida cotidiana no existe el tal ateísmo. Todo el mundo adora o rinde culto a algo o alguien. La diferencia está en lo qué adoramos. Y una razón sobresaliente para elegir algún dios al que rendirle culto – puede ser Jesucristo o Alá, ser Yahveh o las cuatro Nobles Verdades del budismo o algún conjunto de infrangibles principios éticos –es que ello te será tanto como comer o vivir. Si tú le rindes culto al dinero y a las cosas – si con ellas das sentido a tu existencia – entonces nunca tendrás lo suficiente. Nunca te sentirías lleno. Es verdad. Rendirle culto a tu propio cuerpo, a la belleza y a la atracción sexual porque siempre te estás sintiendo fea, te mostrará no bien llegues a la vejez que habrás muerto un millón de veces. Al adorar a tu intelecto, al creerte inteligente, terminarás por sentirte estúpido, un impostor, siempre al borde de todo…
Lo malévolo de estas formas de adoración o culto es que no se ven como demoníacas o pecaminosas: son inconscientes. Sin darnos cuenta pueblan nuestro ámbito privado. Se meten con sigilo día tras día dominando y seleccionando más y más lo qué vemos, dando valor a las cosas sin estar totalmente consciente de ellas… Nos convierten en tontos aristócratas de un diminuto reinado – cuya tamaño es el de nuestro propio cráneo – solos en el centro de toda la creación. Este tipo de libertad ha sido bastante recomendada. Pero hay muchos otros tipos de libertad. La más importante es la que involucra la atención, la conciencia y la disciplina, el día a día más allá de si parece mezquino y no luce sexy: la vida práctica. Esa es la libertad auténtica.
La vida antes de la muerte. Y ya es mucho darse cuenta de eso a los 30, o quizá a los 50, sin querer pegarse un tiro en la cabeza. Es cuestión de una simple noción de lo que es real y esencial, lo que nos rodea por todos lados, el aire que respiramos. Por volver con los peces: esto es agua, esto es agua.
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