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En uno de mis viajes recurrentes a Medellín, ciudad que amo profundamente, pues residí mis últimos siete años en ella y fue testigo de mi formación profesional y personal durante ese tiempo, me percaté de algunos cambios que iban desde lo general, como un puente peatonal nuevo, hasta lo especifico, como el color de las paredes del café-librero, donde pasaba mis tardes matutinas estudiando y/o charlando con amigos. Dichos cambios, frecuentes y permanentes en en esta ciudad me llevaron a cuestionar a un par de habitantes sobre su apreciación de las transformaciones y cómo afectaban su cotidianidad. Pues bien, las respuestas llegaban al mismo punto; la ciudad es la experiencia trascendental de quienes residen en ella. Al hablar de experiencias trascendentales resalto que el hecho de alojarse en un espacio social urbano no indica que puede ser experimentado de igual forma por los distintos grupos sociales.
La experiencia de vivir en una ciudad es desigual según las perspectivas, fracasos, beneficios, resultados, etc., que los grupos sociales obtengan del espacio. Entonces, se puede decir que existe una diversidad de ciudades, que no obedecen una dependencia del número de personas que las habitan, sino del número de grupos de personas establecidos a partir de vivir en la ciudad, una experiencia urbana compartida.
De esta manera, el espacio deja a un lado la concepción de ser solo un recipiente de los dinamismos humanos, para pasar a ser un lugar de “acumulación de sentidos[1]”.
La ciudad es un discurso, es un lenguaje que dialoga con las personas que la habitan, es fabricante de identidad.
“Un agente en el proceso de socialización, de incorporación de cultura, y cada individuo que nace y crece en ella se impregna, por canales sutiles, de los ritmos y cadencias, de los modos y modalidades, de los sistemas de reconocimiento y apreciación; aprende lenguajes y dialectos, gestos y signos que construyen la identidad del habitante y de cada miembro de las subculturas urbanas pertenecientes a los múltiples nichos culturales, sociales o espaciales que confluyen en la ciudad[2]”.
Ítalo Calvino, en ‘Seis propuestas para el próximo milenio’, expone la idea de la visibilidad. El autor dice que se pueden distinguir dos tipos de métodos imaginativos, el que parte de la palabra y llega a la imagen visual, y el que parte de la imagen visual y llega a la palabra, con respecto a la ciudad. Nos damos cuenta que lo que se quiere comunicar con las estructuras y edificaciones es una imagen visual transportadora de símbolos y signos que a su vez son interpretados por quienes la observamos, quienes la caminamos, quienes la vivimos.
De manera que, la ciudad como construcción humana también es muestra de la cultura, es una construcción social que expresa los variados aspectos de la vida cotidiana, comunicando sus significaciones. No es un sistema de signos tan estudiado y manejable como el lenguaje, sin embargo, puede considerarse como manifestación de cultura y de texto comprensible.
Por lo tanto, la ciudad comunica y es posible leerla e interpretarla descubriendo las pisadas de sus habitantes, las edificaciones de sentido que van ilustrando el movimiento de la sociedad, que se nos presenta como un escrito en común que se comprende en sus construcciones, en sus calles, en el transitar… La invitación es a que la próxima vez que caminemos por los andenes de una ciudad propia o ajena, dejemos las prisas, levantemos la mirada y descubramos ese paraíso de signos presente en cada edificación, leamos las ciudades, transformemos los lugares en texto, agregando comas, paréntesis y títulos, en mi caso hoy agrego tres puntos suspensivos, indicando un hasta pronto, pues a esta ciudad, Medellín, siempre volveré, porque uno no solo es de donde nace sino también donde se hace.
Fuentes:
[1] Silva, A. (2007). Lugares e imaginarios en las metrópolis, coordinado por Lindón, A., Miguel Ángel Aguilar y Daniel Hiernaux. Barcelona: Anthropos-Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa. Pag.13
[2] -Margulis, M. (2002). “La ciudad y sus signos”. Estudios sociológicos. Septiembre-diciembre, año/vol. XX, número 003. El Colegio de México, Distrito Federal, México.