Según la RAE, la identidad es el “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”, y también la “conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”.
Hace un tiempo, cuando vivía en otra ciudad y me hacían la pregunta «¿De dónde eres?», yo siempre lo resumía todo a un «nací en Lorica, Córdoba». Era lo que podía decir con certeza, cualquier otra objeción sería extensa y llena de complicaciones.
En efecto, las afirmaciones que tienen el ‘eres’, ‘soy’, ‘somos’ y ‘son’, provenientes del verbo tan complejo ‘ser’, llevan consigo repercusiones abstractas e inmateriales en las que con mucha frecuencia tiendo a extraviarme. Por esa razón, simplifico la pregunta al plano geográfico y centro mi atención en el dónde.
La persona que pregunta, quizás, esperaría una respuesta que precisara mi propia identidad y no sólo el nombre que resuena como un eco; Lorica, Lorica, Lorica…
Tal vez, esperaba que dijera «soy costeña», lo que llevaría a pensar: «costeña, bueno, no aparentas ser costeña, eres blanquita, modulas las palabras y no te gusta el bullicio». Ciertamente, llevo la costa en mí, aunque estoy más cerca de la sabana. De cualquier forma, responderían con adjetivos estereotipados aunque les dijera que soy caribeña. Los famosos regionalismos del país tan inexactos, en los que la mayoría basan sus conjeturas.
Se es distinto de muchas maneras: por la forma de vestirse, de adornarse, de peinarse, de caminar. Por las características físicas, el color de los ojos y la piel, el tamaño. Por la forma de hablar, la entonación, el ritmo. Por lo que se come y se bebe y lo que se deja de comer y beber. Por todos esos símbolos que se llevan dentro y que están anclados en mundos diferentes. [1] Pero la identidad no se disipa.
Si bien los estereotipos y los prejuicios disfrazados de «costumbres» traspasan generaciones, no es un proceso condicionado por nuestro lugar de origen, sino por la manera de pensar de nuestros antecesores, donde la persona que sale de esa «tradicionalidad» es rara, está loco, está mal, e incluso, se le cuestiona moralmente.
De esta manera, el contexto social obliga a llevar ciertas formas de vivir. Sin embargo, los tiempos han cambiado, la globalización cada vez ha tomado más fuerza, la comunicación y transculturación ha permitido extender nuestras fronteras, salir de ese mundo pequeñito en el que crecimos y romper la burbuja. Este proceso paulatino posibilita que las formas de vida que adoptamos recaigan en la individualidad. Está claro que hay elementos de los que no podemos huir por decisión propia, como el contexto socioeconómico, el panorama cultural, o incluso más fuerte, los rasgos biológicos. En cierto sentido, no estamos en completa libertad de ser, pero, existen oportunidades de edificar nuestro propio carácter.
Así, a la pregunta de dónde soy, hoy puedo responderles que soy loriquera, soy cordobesa, soy costeña, soy caribeña, soy del patio de la casa de mi abuelo, soy del río Sinú, soy también de la ciudad donde me formé, soy de los libros que he leído, los lugares que he visitado, las personas que he conocido, soy yo y todas las que he sido, soy una recopilación… un rompecabezas en construcción constante. ¿De dónde eres tú?
FUENTES:
[1] Pilar Vargas y Luz Marina Suaza, Los árabes en Colombia, 115
Del rocío en las mañanas de diciembre, los colores de la veranera, de las páginas de mi libro preferido, una reunión con tu mundo, el mío y todos quienes me comparten fragmentos de vida…
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Qué profundo y hermoso, sin duda hecha de pedacitos de otras gentes, otros lugares…
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