Una pregunta que me venía carcomiendo la cabeza desde hace tiempo y que hasta envenené con ella las mentes de mis estudiantes, fue publicada en Facebook por mi amigo Marco Martínez sin que nos pusiéramos de acuerdo o hubiésemos siquiera hablado alguna vez al respecto y eso me impulsó a escribir sobre el tema. La pregunta en palabras de Marco fue: ¿Desde cuándo nos volvimos deslactosadodependientes?
Yo recuerdo que cuando niño esperaba con ansiedad a que mi abuelita Chava terminara de ordeñar para que me diera un vaso espumoso y caliente de leche entera, completa, con toda la lactosa y las bacterias; con todo el mugre de las tetas de la vaca revuelto con el de las manos de mi abue.
Me tomaba mínimo 2 vasos diarios; uno por cada ordeñada y no me dolía el estómago, no me mareaba, no vomitaba ni gasificaba el ambiente. Y así éramos muchos; toda una generación tolerante a la lactosa.
Creo que de hecho fuimos la última generación tolerante a la lactosa y la última también tolerante a muchas cosas como las bacterias porque no nos lavábamos las manos o lo hacíamos con cualquier jabón sin necesidad de que fuera antibacterial (Además ni existía).
Tolerábamos la ropa lavada con jabón Rey sin los cuestionamientos que tenemos hoy sobre el tema ¿jabón en polvo o líquido? ¿Con cristales ultra blanqueadores o azules poderosos mega limpiadores? ¿Con aroma a limón, lavanda, flores del campo, bebé? ¿Con suavizante corriente o concentrado? ¿En lavadora con aspas, ventiladores, de carga frontal, superior? ¿Ponerla en secadora la daña? ¿La plancho con la tradicional plancha de pobre o con la súper mega mágica y necesaria plancha a vapor 5000 de ventas por tv?
Éramos una generación tolerante al diálogo; en cambio hoy nos hace daño mantener una conversación durante más de 140 caracteres.
Hoy somos intolerantes a la lactosa, a las opiniones de los demás, a los creyentes, a los ateos, a los del otro equipo de fútbol, a los de izquierda, a los de derecha y a los de marca o de recuperación; o a cualquier otra cosa. Yo por ejemplo resulté con intolerancia al reggaetón y es incurable.
Así como con el tema de la lactosa, me pregunto cómo pudieron sobrevivir nuestros antepasados sin Whatsapp, Facebook, Twitter, Instagram, Google; y en general sin internet y sin celular.
¡Por Dios! ¿Cómo lograban ser tolerantes a la vida real y a pendejadas como cenar en familia, contar historias, leer y jugar con otras personas y no con el compu o la consola?, ¿Qué hacían los abuelos en la época en la que no había tele? La respuesta es con otra pregunta ¿Ha pensado por qué usted o sus papás tienen o tuvieron tantos tíos?
Otro recuerdo que llega a mi mente con imágenes pixeladas, es cuando jugaba con amigos de la cuadra. No teníamos Nicknames como @Tatis o @SofiLaSexy sino apodos como El gordo, Piraña, La flaca, Peluche, Cotorra y Caregato. Sudábamos mucho porque los juegos no eran frente a una pantalla; y si nos daba sed no pedíamos plata para una botella de agua sino que nos pegábamos a la llave con bacterias y residuos de cobre. Hoy no solo no tolero el cobre sino que lo pelo muy seguido. Y me va peor aún con el plomo. Si veo en noticieros que a alguien le dieron plomo mejor cambio el canal.
Todo esto es resultado de lo que algunos de mis profes de publicidad me enseñaron como “necesidades infundadas”.
Es sencillo: cuando uno necesita algo lo consigue, lo compra. Entonces el círculo mercantil primero crea una necesidad o un problema y después nos vende la solución.
Por ejemplo, aunque en Colombia producimos el mejor café del mundo, tenemos la necesidad de que una empresa play de otro país nos lo venda caro para sentirnos importantes; y ese problema ya se solucionó.
Hace años para el guayabo no había como un caldito bien grasoso; pero nació la necesidad de meterle químico, entonces ya hay sobrecitos efervescentes (menos mal se los inventaron porque si no yo no habría logrado ser adicto).
Para afeitarse, los abuelos usaban una brochita y hacían espuma con el jabón; pero surgió en algún momento la necesidad de envasar la espuma para no tener que hacerla y por eso ahora viene en lata. La máquina de afeitar era para toda la vida porque solo se le cambiaban las cuchillas cada 10 afeitadas más o menos. Pero nació la necesidad de hacerlas desechables para… Bueno, no sé para qué, pero es una necesidad y ya está solucionada.
Surgió también la necesidad de cambiar el concepto de belleza femenina y nos enseñaron que la mujer bonita debería ser flaca, maquillarse, tener pechos y cola grandes; estar siempre a la moda y depilada. Todas esas necesidades, por supuesto, fueron ya solucionadas con suplementos, fajas, cremas, cirugías, silicona, maquillaje, miles de tiendas de ropa y productos para depilarse (también en varias presentaciones como máquinas exclusivas para ellas porque son rosadas o moraditas, cremas que matan el vello, y hasta cirugía láser).
Son necesidades ya. En serio, por ejemplo mis ojos no soportan una mujer peluda. Repito, es en serio; quítenle todo el sarcasmo a este párrafo. Soy víctima, como casi todas las personas, de las necesidades infundadas del mercado y no hay nada qué hacer.
Volviendo al recuento, veo por ejemplo que antes las abuelas cocinaban con el mismo frasco de aceite varias veces. Hoy tenemos que botarlo con el primer uso porque se descubrió la necesidad de eliminar las grasas saturadas (que es en lo que se convierte el aceite con varios usos y es poco saludable). Con el descubrimiento de esa necesidad estuvieron de buenas las fábricas de aceites porque sin querer se les multiplicaron las ventas.
La tele se volvió una necesidad hace muchos años; pero había que sacarle más provecho económico y que no solo hubiera que comprar el aparato y que los canales ganaran millones por la publicidad que ayuda a generar necesidades nuevas, sino que debían convencernos de que 4 ó 5 canales libres no eran suficientes, y entonces empezamos a pagar la televisión por cable con unos 85 canales como mínimo.
Si uno hace el ejercicio de descartar los que nunca ve, se quedaría con los mismos 4 ó 5 nacionales, y entre 15 y 20 más de los otros. Quedaría un promedio de 60 canales que uno nunca ve; pero que deben estar ahí haciendo bulto para que uno sienta que está pagando lo justo o hasta que es barato.
En la época de Don Chinche, Dejémonos de Vainas, Naturalia y el Noticiero Nacional, la tele era gratis. Uno cocinaba de primera con Segundo o con Saúl en la Olla y seguía siendo gratis. Se podían ver series extranjeras de la mejor calidad (guardando las proporciones para la época). Algunas eran Profesión peligro, Los Magníficos, Riptide, Lobo del Aire, El Cazador, MacGyver, Manimal y Automan. Había programas culturales infantiles muy divertidos como el Tesoro del saber, Plaza Sésamo y los Dummies, y seguía siendo gratis.
Los dibujos animados eran de la talla de Thundercats, Los Superamigos, Heman, Los Supersónicos, Los pitufos, El Super Ratón, El Pájaro Loco, Heidi la Niña de la Pradera, Los Barbapapás, Los Picapiedra, La Abeja Maya, David el Gnomo, Mazinger Z, Centella ¿En qué momento se empezó a criar gente viendo Teletubbies y Barney?
Teníamos lo mejor de la televisión concentrado en dos canales y gratis. Hoy nos toca pagar para escarbar con el control remoto y tratar de encontrar algo bueno entre tanta basura repartida en 85 o más canales.
No podemos negar que muchas de las cosas que hoy consumimos nos hacen más cómoda la vida. No podría imaginarme poniéndole carbones calientes a la plancha como les tocaba a las abuelas, en lugar de simplemente enchufarla, como lo hago hoy (claro que pensándolo bien, eso de tener que planchar la ropa también es finalmente una necesidad infundada).
Pero evidentemente como consumidores somos zombies y parece que ya no hay reversa hasta que lo hayamos consumido todo. Hasta que el planeta tenga que empezar de cero.
Nos volvimos deslacotsadodependientes desde que nos dijeron que había gente intolerante a la lactosa. Yo, que me tomaba la leche directamente de la teta de la vaca y crecí sano, hoy soy intolerante a la lactosa. Me volví así desde que la leche deslactosada salió al mercado.
en un país como el nuestro es conveniente aplicar la ley con dureza para los delitos como crear incentivos de trabajo social o alternativos para quienes deseen resocializarse pero todo se reduce a oportunidades por eso el camino es brindar trabajo digno jornada laboral de 36 horas y 4 horas más para capacitación para crear más puestos y turnos de empleo que mejore el nivel de los trabajadores, mas trabajan más producen más consumen productos nacionales menos subsidios menos jóvenes sin nada que hacer y que aportan a salud y pensión, menos delincuencia y la posibilidad de resocializar verdaderamente con oportunidades, permiso para trabajar medio tiempo desde los 14 años, todos a producir.
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