Zaida, Úrsula, Peregrino, Rapayet y Leonidas resuenan en la cabeza como personajes de una tragedia griega. Sin embargo la historia de estos potentes nombres se desarrolla en nuestro desierto de La Guajira. Como sus destinos se cruzan, los veremos en la cinta colombiana Pájaros de Verano, que se estrena este 2 de agosto en cines.
A través de los cinco roles antes nombrados: la madre, la abuela, el tío, el sobrino, el nieto (los espectadores en general) conocerán uno de los episodios más interesantes de nuestra historia reciente: la bonanza marimbera. Siempre me pregunté por qué no era tan difundida esta época, quizás porque el estrépito del narcotráfico en los 90s dejó sin impacto aquellos años donde surgió la marihuana como producto de comercio en Colombia.
Hacia mediados de 1970 y por más de una década la Costa Atlántica vivió un florecimiento de la producción y comercio de marihuana, cuyo principal puerto de destino era Estados Unidos. De estas operaciones surge nuestro sino como país proveedor de sustancias como la cocaína. Lo que ocurrió en La Guajira, que ya era territorio base del contrabando, fomentó la consolidación de las primeras mafias, que luego se conocerían como los carteles. Y de la coca y cocaína sí que hay películas al respecto, pero Pájaros no es una historia como aquellas.
Sorprendía por eso un poco que el fenómeno de la bonanza marimbera no hubiera sido antes detallado en nuestros relatos ficcionales e incluso como revisión histórica, pues de allí provienen muchos de los problemas con los que aun lucha nuestro país.
Fotogramas de Pájaros de verano (fotos Mateo Contreras)
Esta es una de las grandes virtudes de la historia de Pájaros de Verano, dirigida por Cristina Gallego y Ciro Guerra. A través del relato de una familia Wayúu conoceremos el nacimiento, auge y declive de este negocio y como afectó la región Caribe. De hecho no es la primera vez que este se aborda desde la ficción, ya en 1982 Caracol produjo la telenovela La mala hierba, basada en un texto de Juan Gossaín. En la historia se ve cómo el destino de “el cacique» Miranda, el pueblo donde vive y su familia se ve afectada por el comercio de la marihuana.
De hecho, sus más de 120 capítulos se pueden ver en la actualidad en caso de interés. En este caso, la visión no deja de ser desde la mirada blanca o “arijuna” como se les diría a los extranjeros de la etnia Wayúu. Esa mirada territorial es una apuesta que si hay en Pajaros de Verano, al ser narrada en wayuunaiki, idioma tradicional de esta etnia colombiana y desde su visión.
Así pues, en esta película nos adentramos en doble viaje de descubrimiento, uno histórico sobre la bonanza marimbera; y otro cultural o hasta etnográfico como lo han denominado medios extranjeros. Para Le monde es “una ficción antropológica en dialecto indígena” y para Cine Europa “Una saga trágica que se desarrolla a lo largo de 12 años y da forma a su propio estilo casi barroco, combinando un universo de machos de gángster rural con las normas ritualizadas de una sociedad matriarcal”.
Esta segunda definición creo que abarca más el sentido que los directores que quisieron darle a la cinta. Es un relato, como ya lo mencione antes, con fuerza en sus personajes llevada a niveles shakepereanos y de relato griego. Seguro pensarán que es exagerado pero encontrarán elementos como la disputa familiar y poder, el dolor, la venganza y una serie de escenarios donde podrán ver esto en acción. Solo por dar un adelanto, recordarán que el detonante de la guerra de Troya es el desagravio por la ofensa a una mujer, punto que también es uno de los incitadores de este relato.
La visibilidad de nuestros pueblos indígenas tampoco es algo nuevo para Cristina y Ciro, ya lo habían hecho tangencialmente en Los viajes del Viento y de manera preferencial en El abrazo de la serpiente. De esta manera en su cinematografía hemos visto pueblos amazónicos, de la Sierra Nevada y en esta ocasión a los Wayúu.
La guerra suscitada por dos clanes por el control de comercio de la marihuana transcurre mientras observamos detalles culturales de este pueblo, sus fiestas y celebraciones, sus ritos y sus tradiciones. Es cierto por eso que para algunos sea un relato etnográfico pero creo que eso es apenas una pincelada, el rol de la ficción es contar una historia, acá hecho con majestuosidad y respeto, pero para la etnografía hay elementos mucho más afines como lo sería el documental. De hecho si tienen interés por este aspecto pueden ver La eterna noche de las doce lunas, documental que aborda el año de encierro que sufren las niñas en la cultura Wayúu, previo al paso de su vida adulta. Acá lo pueden ver online.
Esas tradiciones se transforman por la llegada del blanco. Ese extranjero que en forma de capitalismo permea la cotidianidad de la familia de Ursula, su hija Zaida y su cuñado Rapayet, dejándolos al final sin la protección de sus dioses. Ese peligro y confrontación entre estas dos culturas ya se había antes visibilizado en El abrazo de la serpiente y con esa nueva cinta se consolida un relato muy interesante que están haciendo Guerra y Gallego con sus obras.
De hecho así lo ven ellos en cierta medida. Para Ciro, “Pájaros de verano es una historia completamente diferente a las que se han contado sobre el crimen y sobre el narcotráfico en el país. Es la historia original, el inicio de todo, es como la base de lo que todavía estamos viviendo. Una historia local pero que al mismo tiempo es una historia universal de cómo el capitalismo, en su estado más salvaje, trabaja sobre una sociedad que no está lista para eso”.
En caso de Cristina, quien había sido la productora de la anteriores películas en asocio con Ciro, esta es su primera experiencia como directora por lo cual el rodaje también adquirió un significado particular para ella. “Primero la concebí como productora, pero a medida que iba avanzando, me di cuenta que el punto diferencial de la misma era, justamente, que estaba arraigada en la comunidad Wayúu, una comunidad ‘matriarcal’ o más precisamente matrilineal, en la que el mundo, la fuerza femenina, la intuición y los sueños jugaban un gran papel”.
“Es una sociedad de mujeres fuertes a nivel político, económico y organizativo, pero a la vez es profundamente machista, en el que la mujer pareciera tener voz, pero no voto. Esto que era una característica que la hacía perfecta para nosotros, para contarla desde la fuerza de la mujer, de las luchas invisibles, de esos poderes y motores familiares”, agrega Cristina.
De hecho, la potencia femenina no pudo estar mejor representada. Comencé este escrito hablando de la madre y la abuela, Zaida y Ursula. La primera interpretada por la joven actriz Natalia Reyes y la segunda por la experimentada actriz de teatro Carmiña Martinez .
Quiero destacar en particular su interpretación de Úrsula pues logra llevar su personaje de matriarca del clan por interesantes matices. Carmiña ese de origen guajiro y esta cercanía le permite dar una actuación verosímil ya que también representó un viaje personal de reconexión. “Llevo 30 años actuando, haciendo teatro y enseñando. Cuando me fui lo hice para prepararme, para buscar herramientas y regresé con un trabajo de investigación para interpretar un personaje en mi tierra. Siento que llegué con mucho aprendizaje sobre el escenario a acoger algo que tengo en la piel, en todas mis sensaciones, a Úrsula”, agrega.
Esta historia llega por fin a Colombia luego de participar en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes en Mayo y en próximas semanas se presentará en el Festival de cine de Locarno. Así se reafirma como una opcionada para los próximos premios Oscar. No se pierdan la oportunidad ahora de verla en pantalla grande.
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