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Gracias a la publicidad pensamos lo que pensamos de la mayoría de las cosas. Uno puede no ver televisión nunca, pero evitar el lavado de cerebro que genera este sistema comercial no es suficiente para tener una opinión real de las cosas. No ver televisión es un paso, es a través del televisor que se embrutece y manipula a más personas en el mundo, pero la publicidad está en todas partes, por eso dejar a un lado el televisor no es suficiente.

Algunos podemos pensar que a diferencia de muchas personas que conocemos nosotros sí tenemos una opinión real de las cosas, o que al menos no estamos contaminados de tanta basura comercial como otros que siguen al pie de la letra las instrucciones que les ordena la publicidad. No obstante, no es posible creer que en realidad somos libres por el hecho de que nos importa menos lo que piensen los demás si por ejemplo no nos preocupamos por comprar ropa cuando podemos conseguir las telas y mandar a confeccionar nuestros propios pantalones.

¿En qué se gastaba uno la plata cuando no había que estar comprando celular cada cinco meses?

Me llamó una mujer de Movistar. Dijo que yo era uno de sus mejores clientes y que como premio, por quinientos veinte pesos al día, me iba a dar un montón de beneficios que podía reclamar (o que podían reclamar mis padres) solo si después de un horrible accidente yo quedaba inválido, ciego, manco, sordo o muerto. Es absurdo, pero más absurdo es saber que hay gente que compra este tal seguro. También es absurdo que una empresa española monstruosa como Movistar además de vender servicios para la comunicación esté vendiendo seguros. Mañana ellos nos van a vender el agua y pasado mañana la luz.

Le dije a la mujer que no, que gracias. Ella me dijo, ¿por qué no? Quise ser amable, le dije que al concretar la oferta el único beneficiado iba a ser Movistar. Me dijo que yo estaba siendo muy apresurado, que la oferta que me estaba describiendo no se le ofrece a todo el mundo y que me iba a reseñar de nuevo los beneficios. Le pedí que no lo hiciera, mi decisión estaba tomada. Ella seguía insistiendo.

Se supone que el cliente está desarmado y carece de defensas para combatir la oportunidad de suplir las necesidades que la publicidad ha creado en él y que ellos, amigablemente, le ofrecen. Por eso cuando nos llaman esas personas asumen que vamos a dar el sí, el por su puesto, el claro, como no. Ellos saben cuánto ganamos, en qué trabajamos, cómo somos. Ellos no admiten que uno pueda ser feliz sin celular, sin televisor, sin ropa de marca, sin moto ni carro. Porque saben también que cada vez nos importa más lo que podemos llegar a tener y menos lo que podamos ser.

Para terminar, amable lector, quisiera que se preguntara cuántas de las opiniones que usted tiene de las cosas nacieron en su corazón y cuántas hay de las que ni siquiera sabe cómo llegaron allí. Por favor, hágase esa pregunta.

 

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En Twitter @Vuelodeverdad

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