¿Hay vida más allá del WhatsApp? Parece que no, porque el miércoles en la tarde, en solo dos horas de caerse esa plataforma de mensajería, ¡el mundo casi colapsó!
Eran las cuatro de la tarde cuando a nuestro teléfono llegaban llamadas, convencionales de voz, de gente que siempre nos marca por WhatsApp, para no gastar minutos, y que al rechazarlas, insistían de manera desenfrenada, como si el mundo se fuera a acabar.
Las poquitas que logramos contestar nos suplicaban que por favor le explicáramos que pasaba con el ‘uasap’. La gente asume que como somos periodistas lo sabemos todo. Entre esas desesperadas llamadas, el 75 por ciento era de gente de la tercera edad, entre ellas, personas del grupo que creó la suegra, cuando nuestra hija le sugirió comprar un smartphone y dejar su antiguo flecha guardado en su tocador, y lo peor, adquirir un plan de datos. En dicho grupo nos metió y nos ha dado física vergüenza salir.
Aunque les explicábamos que estábamos averiguando que pasaba con la plataforma, el nivel de desesperación de las ‘amiguis’ de la suegra era de un grado parecido a cuando hay un temblor.
El otro 25 por ciento de llamadas era el del grupo de padres de los amigos de nuestro hijo adolescente, a donde nos hemos incluido por solicitud propia, con el afán de controlar cada uno de sus movimientos dentro y fuera del barrio, dentro y fuera del colegio, dentro y fuera de la casa, dentro y fuera del cuarto.
Lo curioso, es que no recibimos llamadas de colegas ni de los amigos de grupos que hemos creado, o donde nos incluyen, donde hablamos del posconflicto, de la revocatoria de Peñalosa, de las ‘fake news’, de la Champions, del abandono del Chocó, de tecnología, de filantropía y obras sociales, entre otros 60 grupos a los cuales pertenecemos.
Y qué decir de los mensajes recibidos por Messenger, Facebook, Twitter, Google +, entre otras 50 redes en las cuales tenemos perfil, por ahí nos pedían ayuda los amigos de la Iglesia, los seguidores y detractores, los que nos dicen ‘paracos’ y ‘Uribistas’ cuando escribimos en contra de Santos, los hinchas del Barcelona que nos insultan cuando gana el Real Madrid, los amigos y enemigos del alcalde de Bogotá, los amigos y enemigos de Petro, y los amigos y enemigos de Maluma, todos los que nos ‘echan madrazos’, por qué sí o por qué no, todos ellos nos suplicaban que les informáramos que pasaba con ese servicio de mensajería.
Nos sentíamos como si hubiera pasado el ‘Huracán Katrina’ por Bogotá, un tsunami, o como si hubiera temblado 8.0 en la escala de Ritchter.
Del exterior recibimos llamadas por Skype, Hangouts, Line, y mensajes por ‘Telegram’, básicamente de la costa este de los Estados Unidos, Latinoamérica, Europa occidental, África y la India, todos nos rogaban que investigáramos que pasaba con la comunicación en WhatsApp. La última vez que nos ocurrió ese caos fue en febrero de 2014, cuando amigos de Estados Unidos, Medio Oriente y Asia nos mandaban enloquecidos mensajes, desde todas las otras redes sociales, infartados porque ‘uasap’ estaba caído. En esa ocasión tuvimos que soportar eso más de tres horas, afortunadamente ayer solo fueron dos horas.
Nuestra suegra, quien a esa hora, antes de tener ‘uasap’, hacía sus oraciones a todos los santos, (ojo, no es al presidente ni a sus primos y hermanos), ¡pegó un alarido! porque no podía ver los videos del miquito cogiéndole la mano al otro miquito, o del perrito que salva al otro perrito de ahogarse, o del pingüinito muerto de frío. ¡Entro en shock! cuando no pudo compartir las cadenas del Espíritu Santo, los mensajes del Papa Francisco y los videos de ‘Piter Albeiro’.
A muy pocos le preocupó la posible ‘tercera guerra mundial’, ni las amenazas de Corea del Norte, ni los atentados de ISIS; el caos de ayer, a las cuatro de la tarde, de los casi mil millones de usuarios de WhatsApp, era el no poder enviar y compartir los ´memes’ del partido de Champions, o las ‘noticias de actualidad’, (que ni siquiera saben si son falsas), o los emoticones que reemplazan palabras para connotar estados de ánimo.
No nos acordamos como era el mundo sin WhatsApp, esa plataforma de mensajería que compró Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, a comienzos de 2014, por casi 20 mil millones de dólares, y que ahora controla el mundo, y que si la próxima vez se cae por más de seis horas, este planeta tiende a desaparecer.
Esta generación se ha vuelto esclava de ese servicio de mensajería, y ahí incluimos desde niños hasta ancianos. Si la gente no puede vivir sin celular, mucho menos sin ‘uasap’.
¡Que se acabe el mundo, pero no el WhatsApp!, ese parece ser el grito desesperado de los habitantes de la tierra.
La Nasa, en lugar de gastar tantos miles de millones de dólares, en averiguar si estamos solo en el universo, debería investigar:
¿Hay vida más allá del WhatsApp?
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giovanniagudelomancera
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jajajajajaja, completamente cierto!!!!!
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Hola Giova.
Me gustó este estilo, fresco y jocoso. Hace unos días hice el ejercicio de desconectarme del ¨guazá¨por 24 horas seguidas; cuando quería hablar con alguien hacía algo rarísimo: ¡lo llamaba! No revisé estados ni fotos ni respondí a los mensajes de los grupos en los que, por una u otra razón estoy metido. Fue un día de saludar mucha gente a la que no le escuchaba la voz por días, fue un día de paz. Deberíamos auto regularnos y hablar más y chatear menos. Eso sí, ¡que no se caiga el Twitter por favor! 🙂
Abrazo como siempre,
Luis
estructuradamente.com
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Muy buen articulo. Debemos aterrizar y no poner este residuo tecnológico por encima de la realidad.
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