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Siempre he tenido una sola estrategia frente a las crisis: hacer lo que toca hacer. No importa el tamaño de la crisis, hago lo que tengo que hacer. No porque tenga una suerte de fortaleza que me haga sentir que puedo con todo, tampoco creo que sea resiliencia o adaptación, solo creo que la acción me deja gestionar mis emociones y sentirlas en una proporción que considero justa. Operativizar una crisis es el balance perfecto entre los sentimientos que puedan llegar y el tiempo que necesito para producir los recursos que me permiten asimilarlos. 

Cuando llegó la cuarentena hice un horario de actividades con cosas que tenían que pasar todos los días y en mi cabeza funcionaba el itinerario de cosas que pasan una vez a la semana: hacer un aseo general de la casa, escribir las entradas de este blog. Lo primero sigue pasando, lo segundo se interrumpió en semana santa y hasta el día de hoy no he encontrado un tema considere que merezca mi tiempo y el de los pocos o muchos lectores que pueda tener.

El mundo ha hecho una pausa pero nosotros no hemos parado con él, tratamos de pretender que la vida sigue y que podemos vivirlo todo desde la pantalla. Con esta idea avanzamos las primeras semanas en una ilusión de falsa normalidad, las decisiones de las empresas y los políticos, eran el material para que los expertos en generalidades pudiéramos despacharnos en el teclado y por unos días parecía que íbamos a salir adelante.

Sin embargo, de un tiempo para acá, los días empezaron a pesar y la tierra parecía rotar un poco más despacio. Desde ese momento los temas parecen ser siempre el mismo, no hay ninguna novedad más allá que los problemas que empiezan a llegar con la crisis: más allá de la situación sanitaria, hay predicciones poco alentadoras sobre la profundización de las brechas de género y las secuelas que va a dejar la cuarentena en la salud mental de las personas. Si bien estos son los temas que manejo, los expertos están trabajando de una manera tan rigurosa y democrática que no queda espacio para los opinadores, por lo que los temas usuales quedan temporalmente vetados de cualquier espacio distinto a Twitter.

Por un momento contemplé la posibilidad de seguir las recomendaciones de “mi ser querido” y escribir odas a la vida diaria, pero no encontré nada cautivador en mi nevera y aún no le encuentro la magia suficiente a barrer. Tampoco creo que mis reflexiones al lavar la loza sean lo suficientemente interesantes para que alguien conecte con un texto ingeniado en medio de los restos de jabón, bicarbonato y la salsa bbq hecha con coca-cola, que se resiste a ser eliminada del todo a pesar de los esfuerzos. Finalmente, consideré un ejercicio muy ambicioso, hacer ejercicios como esos que hacía Neruda, teniendo en cuenta que cuando callo parezco todo, menos ausente.

Posiblemente la próxima semana llegue alguna novedad, haya otra medida discriminatoria en Bogotá o en una conversación tenga alguna epifanía que me anime a investigar y concluir algo que resulte lo suficientemente robusto para poner acá. Pero por ahora, no sé de qué escribir.

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