Hablemos seriamente de la más reciente versión de la tradicional producción Café con aroma de mujer, la cual se estrenó por primera vez en 1994 bajo la dirección de Pepe Sánchez y fue protagonizada por Margarita Rosa de Francisco junto a Guy Ecker.
Sí, como muchos de ustedes saben, la nueva producción se acabó hace un par de días, pero realmente vale la pena hacer un alto en el camino para no dejar pasar desapercibidos todos esos detalles que hacen de ésta, una novela que enaltece a nuestro país y rescata valores muy importantes para la actual sociedad.
No sé si a muchos les pasó lo que yo sentí a medida que iba desarrollándose la historia, y es que en cierta medida uno siente que tiene un aire escondido a Cien Años de Soledad a la hora de traer a colación muchos escenarios que reflejan la realidad de nuestro país a partir de pequeños y sutiles detalles que van brillando poco a poco dependiendo del ángulo que se les mire.
La representación de nuestros campesinos: En cada uno de los paisajes que veíamos llenos de vegetación, con cafetales inmensos que parecían una pintura, se reflejaba el arduo trabajo que realizan los campesinos en el campo para poder satisfacer las necesidades del mercado y de la sociedad en las grandes ciudades.
Pero no se trata solo del café en sí mismo, sino de evidenciar ese “tras bambalinas” que hay detrás de cada uno de los productos que consumimos. Esa escenografía que ignoramos la gran mayoría de veces, pero de la cual dependemos más de lo que nos imaginamos para poder sobrevivir. Detrás de cada cosa que compramos, hay miles de personas que tienen historias de vida para contar pero que no tienen el portavoz para hacerlo. Por eso nuestro papel es apoyar a los productores locales de una manera consciente e informada en la que indirecta o directamente estemos ayudando a que una familia como la de Gaviota pueda tejer un mejor futuro.
La difícil realidad de nuestro país: Esta producción se aventuró a mostrar el contexto actual de lo que ocurre en Colombia, y de lo que seguimos viviendo desde que salió por primera vez al aire en 1994. El conflicto armado y la cruel situación de los venezolanos fue incorporada a través de dos mujeres que representaban ese reintegro a la sociedad, cada una en distintas maneras, pero que también hacía un sutil llamado a la aceptación. A que los que tenemos el privilegio de decir que no hemos sufrido las consecuencias directas del conflicto armado y que nunca hemos tenido que ser desplazados de nuestros hogares, podamos darle la mano a aquel que busca cambiar su historia de vida.
La inclusión: Seguramente en los años noventa no se veía tanto como hoy en día, el apogeo de los derechos de los homosexuales y de la comunidad LGTBIQ. La incorporación de los personajes de Bernardo y Carlos es un llamado de reflexión para que nos pongamos a pensar lo difícil que es para muchos el no poder estar en una sociedad que los acepta tal y como son, que los discrimina y que les vulnera constantemente sus derechos más básicos y primordiales.
El rol de la mujer: Para una sociedad que proclama hoy en día ser más incluyente, todavía le hace falta mucho trecho por delante. Y no nos tenemos que ir hasta el medio oriente con la actual crisis que viven los afganos. Con lo que ocurre en Colombia ya tenemos suficiente.
El empoderamiento de la mujer tiene que ir más allá de un hashtag que vemos en redes sociales y en campañas que están de moda por temporadas. Todas esas mujeres que están condicionadas a lo que los hombres les impongan, que todavía no pueden acceder a un trabajo digno, o que sienten que en su trabajo el jefe es el todopoderoso que no les permite ni levantar la mano, están fielmente representadas por Gaviota y su equipo de trabajo en la cooperativa. Qué interesante es ver cómo los directores no pensaron en la típica novela en la que, para enaltecer a la mujer, necesitan que ésta sea villana, delincuente, superficial, o la “ricachona” mimada.
Ojalá esta producción nos sirva para que, como dice Meghan Markle en un reciente discurso, sepamos que las mujeres no necesitamos una voz, sino sentirnos empoderadas de utilizarla.
Y finalmente, pero no menos importante, la moraleja de la diversidad al interior de las familias. Por su puesto, la familia de los Vallejo es una representación de las tradicionales y conservadoras familias colombianas que seguramente hemos visto reflejadas por nuestros papás, abuelos, bisabuelos, etc. Pero estoy segura de que esto no es un dato histórico o un mito del pasado lejano. Seguramente todos hemos vivido algún tipo de cuestionamiento o discriminación en nuestras familias por pensar diferente, por romper con esquemas con los que no estamos de acuerdo para no perpetuar costumbres sin sentido.
Sin embargo, cada vez se hace más importante que apliquemos el repetido dicho de “entre la diversidad está la verdadera riqueza”. Divulguemos esta frase, compartámosla con nuestros hijos, sobrinos, amigos, para ver si algún día podremos interiorizarla y empezamos a respetar y entender más al otro sin estar tan prevenidos por el que piensa diametralmente opuesto a nosotros.
En fin, como todo gran esfuerzo que se merece nuestros más sinceros aplausos y reconocimientos, ¡Chapeau a Café! o como decimos, «me le quito el sombrero».
Bienvenidas las producciones así.
De acuerdo, la adaptación de la novela trae muchas enseñanzas.
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