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Este es sin duda el tema que no se puede esquivar por estos días. Venezuela se ha convertido en el tablero de apuestas de muchos bélicos y otros pacifistas en el mundo. Cada quien estima su resultado y pone un billete sobre la mesa. Pero pocos han pensado en las consecuencias históricas e irreversibles de cualquier mal movimiento.

Nicolás Maduro es un dictador títere de unos cuantos funcionarios que se adueñaron, con la excusa del socialismo, de los recursos, los decretos y la pluma presidencial del país que llegó a ser el más próspero de América Latina. En su columna del 30 de enero en el New York Times, Juan Guaidó explicó que no se puede decir que se haya «autoproclamado» presidente porque su poder está basado en la Constitución de Venezuela y en el no reconocimiento de las últimas elecciones en las que Maduro, con las instituciones en el bolsillo, ganó de nuevo. Pero la gente no está más en ese bolsillo gastado y con huecos. El hambre y la muerte tienen sus efectos. 

Sin embargo, Guaidó en esa columna también explicó que la solución debe ser la que menos derramamiento de sangre signifique. ¿Y cuál es esa solución? 

Difícil. El escenario justo e ideal sería que Maduro entregara el poder y se sometiera a la justicia junto con la cúpula corrupta que lleva años sacándole provecho a los recursos del Estado para comprar propiedades en otros países mientras su propio pueblo quiebra en la tragedia. 

Pero eso no va a suceder. Maduro sabe bien que al minuto siguiente en el que se descuelgue la banda presidencial y no pueda utilizar la pluma para generar aumentos y ascensos a los militares, su vida o su libertad se acaban sin milímetro de error. 

Por eso la defensa del poder es la defensa de su propia vida. Y los seres humanos no suelen sacrificarse por los demás en causas justas y para generar el menor daño posible. El momento al que hemos llegado es el más difícil quizá desde el bombardeo del Gobierno Uribe a Ecuador para darle de baja a Raul Reyes en un campamento ilegal en ese país. Suenan vientos de guerra y algunos la piden a gritos especialmente en las redes sociales. 

Antes de impulsar los actos bélicos y pedir la guerra y la invasión hay que agotar todas y cada una de las salidas posibles porque el deber de cualquier gobernante y ciudadano sobre el planeta es guardar la vida de los inocentes.

Aquellos que aclaman la guerra, no entienden que es precisamente en la guerra en donde se termina de cocinar la destrucción y el dolor. Lo peor del ser humano, los actos más viles y macabros, la violencia en su forma más aterradora se produce en la guerra. Y la guerra no se detiene ante los bebés, las madres embarazadas, los abuelos y las familias inocentes. Es una ola devastadora que acaba con todo como en un tsunami de balas y bombas. 

Por eso, antes de impulsar los actos bélicos y pedir la guerra y la invasión hay que agotar todas y cada una de las salidas posibles porque el deber de cualquier gobernante y ciudadano sobre el planeta es guardar la vida de los inocentes. Ese es el deber más importante de una sociedad organizada. Permitir que las vidas inocentes se salven para que puedan cumplir sus sueños y evitar el dolor y la oscuridad. 

Todos los que anhelan con emoción la guerra y los desembarcos, los sonidos de las ametralladoras y los aviones surcando los cielos, deberían pensar en las bellas mujeres venezolanas y sus hijos llenos de esperanza y de vida, de años por venir y de futuro para reconstruir a Venezuela. Deberían pensar en los abuelos y el dolor de sus nietos recogiéndolos como cadáveres, o a los padres buscando a sus hijos desaparecidos, a algunos otros identificando cuerpos en las calles o tratando de sacar con vida a sus seres amados de los escombros de un edificio. Todos los que se sienten obnubilados con la guerra deberían imaginar el ruido de las bombas cayendo en sus ciudades, y no en tierras lejanas resguardados del peligro. Porque de lo contrario se trata de cobardes amarillistas.

Una Operación Venezuela como la que piden muchos no solo tendría implicaciones en ese país. Aquí estamos ante una disputa de potencias que tiene patio propio como ha sucedido en Syria en los últimos años. Pero Colombia sería un objetivo también. Dice Yuval Noah Harari en una de las últimas páginas de su libro magistral Sapiens: De hombres a dioses Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos poca idea de qué hacer con todo ese poder. Peor todavía, los humanos parecen ser más irresponsables que nunca(…). Causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea, buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar satisfacción. ¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no sabe lo que quieren?”

Todos los que se sienten obnubilados con la guerra deberían imaginar el ruido de las bombas cayendo en sus ciudades, y no en tierras lejanas resguardados del peligro.

¿Acaso lo hay? ¿Hay algo más peligroso que los sentimentales y adoctrinados pidiendo a gritos la guerra en medio de un pueblo inocente? 

Pdta:

Al personaje que le gritó cosas indeseables a la actriz Martha Bolaños deberían castigarlo de manera ejemplarizante. Podría ser con la perdida de por vida de su licencia de conducción. Que aprenda a respetar a las mujeres el acosador. 

 

@santiagoangelp

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