Maldeniña es la segunda novela de Lorena Salazar Masso. Está protagonizada por Isa, que vive en un hotel de carretera. Es un lugar de paso que favorece el movimiento de los viajeros, de los borrachos, de los camioneros, de todos excepto de su propio tiempo. Isa duerme en una de las habitaciones con su padre, que cada día está más ausente. Podría tener siete u once años; todos los días se pregunta qué es lo que hace su papá, por qué se tarda tanto en llegar, qué hizo mal para que se fuera, qué puede hacer mejor para que la lleve con él. Tal vez hacer las compras más rápido, tener buen estado físico, ayudar más en la cocina, barrer con más frecuencia.
A Isa no le gusta ir al colegio, los niños de su clase le parecen infantiles. No siempre se baña bien, se salta las comidas y, si no está encerrada en el baño haciendo recortes, está con Vargas en la cantina, con Virginia cuidando pollos, con Dora haciendo ají o con Hija Cristina encontrándole una razón al maldeniña. A veces también se dedica a esquivar a la tía José, que le quiere dar besos y abrazos y organizarle un cuarto en su casa con una pared blanca y disponible. Pero lo que más hace es buscar a papá, incluso cuando lo tiene al frente.
Cada personaje de la novela experimenta su propia forma de abandono, a la vez contenida en otra soledad: la del pueblo. Si no fuera por los amaneceres y los atardeceres, sería un lugar en blanco y negro. Si no fuera por ese arco del sol, Isa no tendría reloj ni brújula, solo al duende que, según ella, le provoca el dolor de estómago que no cesa.
La prosa de la escritora es delicada y poética, bien cuidada, hábil para registrar la belleza de una atmósfera que desincentiva el arraigo. El ritmo de la narración es parsimonioso, en consonancia con la espera de Isa: inquietante y dolorosa, pero capaz de darle cuerda a sus días.
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