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En el Estado de Oregón, en un pueblo llamado Boring, una señora estaba muy preocupada con una ordenanza municipal que permitiría que los bares locales ofrecieran espectáculos con bailarinas desnudas. Esta mujer y madre, que por naturaleza era una persona tímida y callada, se sintió en la necesidad de asistir a la reunión en la alcaldía en la noche en que se sometió ese asunto a consideración del Consejo Municipal.

Cuando terminó la discusión, la votación de los nueve miembros fue cuatro a favor, cuatro en contra y uno indeciso. La señora se puso de pie y dijo: «no soy una persona elocuente y no sé hablar en público, pero deseo relatarles mi experiencia. Mi hija salió con sus amigas una noche y fueron a tomar algo en uno de esos bares que permiten que las meseras bailen desnudas. Al salir, fue ultrajada por unos hombres. Sus heridas físicas y emocionales han sido devastadoras». Luego se sentó , tan calmadamente como se había puesto de pie.

Finalmente, quién tenía el voto indeciso, una mujer, se puso de pie y se dirigió a los demás miembros del comité: «señores, ustedes han presentado un caso muy interesante y convincente pero no han dicho nada con respecto al dilema moral que planteó esta ciudadana. Por lo tanto, mi voto es en contra de los espectáculos de danza al desnudo en esta comunidad».

Más allá de entrar a mirar qué pasó con la hija de la señora o con los hombres que la ultrajaron, o cualquier otra pregunta de índole legal o social frente a este tema, quiero  enfocarme en un punto y es en cómo una persona común y corriente marcó la diferencia. Cualquiera que haya sido la causa, esta madre defendió sus convicciones y marcó la diferencia.

¿Cuántas veces nos hemos callado y hemos silenciado nuestra voz, permitiendo de esta manera que se mantengan situaciones nocivas o injustas frente a nosotros mismos o frente a los demás? ¿cuántas veces nos escudamos en debilidades personales para pasar de largo y mantenernos cómodamente en la masa anónima, aún cuando adentro hemos querido salir de ahi?

No busco llamar la atención en las implicaciones sociales de estas actitudes, esto daría para otro tema, sino en las implicaciones personales, pues marcar la diferencia positivamente claro está, es un elemento fundamental en el reconocimiento de nuestro significado personal y de lo que somos capaces de hacer con nuestra vida.

Generar estos pensamientos y actitudes en nosotros, es el primer paso para que los heredemos vía ejemplo a nuestros hijos.

Precisamente, termino con una teoría que mi hijo de 9 años me pidió que escribiera hoy y que el mismo tituló «el chicle pegado en la pared». Su teoría es simple: el chicle es ese elemento dulce y apetitoso que muchos quieren y disfrutan, y la pared es – vale aclarar que a esta edad no hay reglas de etiqueta- el lugar a donde queda adherido y cuando se seca no se despega. Qué tal, dice, que fueramos como los chicles y nuestros amigos esa pared. Seríamos importantes para ellos y nadie nos despegaría.

Eso definitivamente sería marcar la diferencia -esta si es nota del autor del blog-

 

 

 

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