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Esta es la historia de un personaje que pese a su ostentosa denominación no comparte el mismo sitial de estrellas como Pelé, Maradona o Valderrama, ni siquiera el de algunos ídolos más locales como Alex Escobar, Pachequito o el Pipa de Ávila. Ocurrió en nuestra querida Bogotá de los primeros años de este milenio; su protagonista: una de las tantas victimas de los padres que en ciertos momentos de la vida suelen dejar marcas irreparables en sus tiernos párvulos, sin siquiera darse cuenta.

Transcurría el mes de octubre; cuando uno es niño este mes solo tiene un significado: “Día de las brujas” y todos los pensamientos y las ilusiones tienen que ver con el disfraz que se va a utilizar. Desafortunadamente los intereses de nuestro pequeño personaje no eran los mismos de su padre, quien ante la ausencia materna atendía la totalidad de los asuntos del hogar, con los inevitables olvidos atribuidos a los hombres, de aquellos detalles en apariencia insignificantes.

El anhelado día ya se acercaba y el profundo silencio del padre hacia pensar al niño que tal vez lo sorprendería aquel día con un disfraz espectacular que lo convertiría en la sensación de la noche y que le representaría un generoso botín de dulces y caramelos… sin embargo el padre no compartía la misma preocupación, ni siquiera había asimilado la información contenida en el creciente numero de calabazas sonrientes que decoraban almacenes y tiendas de la ciudad. Finalmente llegó la víspera de tan esperada fiesta, el niño aguantó y aguantó para no ceder a la tentación de indagar a su progenitor sobre el tema del atuendo, así transcurrió el 30 de octubre, pero en la noche la ansiedad del menor aumentaba ante su silencio sepulcral. A eso de las 10 de la noche cuando el abnegado padre se disponía a apagar las luces, el niño desesperado lanzó la devastadora pregunta: ¿Papi… de que me voy a disfrazar mañana?

La respuesta fue un contundente: ¡hay Jueput…..! Luego de unos largos segundos, el padre decidió decirle al niño que descansara tranquilamente que al día siguiente le tendría listo un novedoso disfraz; un poco más tranquilo el niño se fue a dormir y a esperar el anhelado día, creyendo que papi iría a algún almacén a comprar el disfraz de moda. Pero no fue así, y mientras el pequeño dormía, el padre desbarataba el hogar en busca de algún atuendo que lo sacara del apuro.

Al día siguiente el niño ansioso se encontró con la terrible sorpresa, su disfraz era una mezcla de dos atuendos ya conocidos: una mascara de gorila, que llevaba varios años dando vueltas por la casa y el uniforme de un equipo de fútbol bogotano del cual el niño no era hincha (pero el padre sí e insistía en conquistarlo para el equipo). Además ya no lucía su color original gracias al paso del tiempo y a la acción despiadada del Sol, eso sin tener en cuenta que el patrocinador ya ni siquiera existía. Según el padre la fusión de atuendos se denominaba “el monstruo del fútbol”, algo así como un superfutbolista nunca antes visto. El niño no del todo satisfecho, asistió al colegio en donde supermanes, tortugas ninjas y uno que otro spiderman escuchaban con burla su justificación, vale la pena resaltar que las explicaciones dadas no dejaron satisfechos a sus compañeros e incluso un pirata le recalcó que no era necesario el disfraz para probar que en realidad era una “Bestia para el fútbol”, tal como lo demostraba en los partidos que jugaban durante el recreo.

Mientras tanto, el padre en el trabajo se sentía el mejor del mundo y el ser humano más recursivo e ingenioso, pero para compensar su olvido, compró un abundante botín de dulces y golosinas para agasajar a su pequeño hijo y de paso evitar que al párvulo le diera por salir a pedir dulces y arruinar así la transmisión de un partido por las eliminatorias al mundial entre Argentina y Brasil. Al padre, como siempre, el plan le salió perfecto y el niño, pese al ridículo en el colegio, llego feliz a la casa luego de un día sin clases con muchos juegos y golosinas, así juntos se recostaron a comer dulces y a observar a verdaderos monstruos del fútbol.

Ambos pasaron una velada agradable y disfrutaron el exceso de caramelos y de buen fútbol pero en el fondo ambos estaban aliviados por que al fin terminaba un penoso día que quedaría marcado en la mente del pequeño y que significó para el padre la promesa de brindar a su hijo ,el año siguiente, el mejor día de las brujas de su vida (promesa que no se cumplió). Por si fuera poco, durante algún tiempo el niño tuvo que aguantar las burlas crueles de sus amiguitos que le exigían quitarse el disfraz de bestia del fútbol en los partidos del colegio.

                                                                                                                                      DON BETO

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