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Si por el bien de Bogotá es  preciso nombrar  como veedora, alta consejera, o como  quieran llamarla, a su principal detractora, a quién no oculta que aún aspira a reemplazarlo;  por el bien del país nombremos alto consejero para la presidencia a ya sabemos quien. Para que,  ya no desde twiter sino desde la autoridad intelectual, administrativa que confiere un nombramiento de esa índole, continúe con sus  ataques verbales,   y esté atento al más mínimo desacierto   para caerle  encima a Santos.  Todo  sea por el bien del país.

Me pregunto, ¿qué   tan positivo  puede ser para una ciudad  que a los pocos días de posesionado el candidato vencedor en las urnas se empiece a hablar de revocatoria del mandato? -Así fue,  menos de un mes y ya estaban hablando de ineptitud, de pésima administración-,  al rato,  de una supuesta inhabilidad para ejercer cargos, -ni idea en qué pararía todo eso-. ¿Qué  bien  le puede reportar a una ciudad que  tomen sus problemas como  excusas para hacer campaña y atacarse unos a otros?, ¿empezar a cuestionar un programa de gobierno que ni siquiera ha empezado a ejecutarse,  vivir objetando,  en vez de contribuir al desarrollo del mismo?,  ¿qué  confianza en la solidez de las  instituciones, y en las decisiones tomadas por ellos mismos, puede generar entre los   ciudadanos todo esto?

 Me encantaría, eso sí,  antes,   saber cuál es la medida, el programa  de gobierno que  al mes de iniciado el mandato ya ha pasado por todas sus etapas; planeación, ejecución, análisis de resultados…  para concluir  que no cumplió, para calificar a su gestor  de pésimo ejecutor o administrador. Con qué elementos de juicio contaban quienes desde un primer momento empezaron con la idea de recolectar firmas, «aún estamos ardidos por la derrota, vamos a  consultar al pueblo,  por si las moscas, a ver si en este par de semanitas cambiaron de decisión».

 
Eso por un lado, por el otro, si a un funcionario una instancia superior   le designa un consejero, un supervisor, a mi parecer, es porque  hay  desconfianza, porque existen serias dudas sobre su competencia e idoneidad, el mensaje que queda con este nombramiento es que,  o el tipo es  un completo  inepto, le quedó grande el cargo,  o  quién sabe qué marranadas estaba haciendo y fue  preciso   designar a alguien que  lo vigilara.

 

Alta consejera:  Que da consejos, que sabe más que aquel al que asesora, está un nivel más arriba,  en criterio, conocimiento, y experiencia.  La percepción que queda   en la opinión pública es  que ella sí  sabe, y si ella sabe pues nombrémosla a ella. No en vano es común en los foros y en las redes sociales encontrar comentarios como «salve usted a Bogotá, señora alcaldesa», «Gina, inicie la revocatoria…»  la labor de posicionar a una de las partes y de poner por el suelo la labor de la otra,   va viento en popa.

   
Podrán sustentarlo como sea, «la labor de Gina no es en ningún momento  cuestionar, entorpecer, emprender una persecución en su contra». «Todo lo que se está haciendo es por el bien de Bogotá». «Sus opiniones corresponden a un amor desinteresado por la ciudad». «Un punto de vista diferente», «un sano debate». Pero,  cómo creer  que detrás  de sus sentimientos, de su entrañable amor por Bogotá no  se esconde un interés deliberado por desprestigiar la labor de quien la venció en las elecciones, cómo no suponer que este es  un trampolín político, un prematuro inicio de campaña, y que no está sentando desde ya los cimientos, sustentando lo que en el futuro muy seguramente será  la base de su lema de campaña,  «la que más sabe de Bogotá», «la más comprometida»,  «la que más ha luchado por ciudad», «guerrera incansable» «la que no se patrasea» -recuerden lo de las  petraseadas-  «I love Bogotá».

 

 Así en sus últimas observaciones haya moderado el lenguaje, y optado por un tono más conciliador,  esto no la aleja de su objetivo. No podemos esperar imparcialidad cuando,  como ella misma lo ha manifestado,  se está preparando para ocupar ese cargo.

Antes de que empiecen con lo de mamerto, guerrillero, o se me acuse de ser amigo de las papas bomba, y me asignen un «alias»,  aclaro que ni me identifico con el  partido del señor Petro,  ni he estado de acuerdo con algunas disposiciones que como burgomaestre ha tomado, pero   lo que sí estoy tratando de pedir es  que se respete la decisión popular,   que se le permita, sin tanto contratiempo,    desarrollar su programa de gobierno,  hacer el trabajo para el cual fue elegido.

 

Aquí no se trata de la filiación política, o de  si votamos, o no votamos,  por él. Se trata de respetar y acatar  la decisión de la mayoría. No lo están amarrando, lo sé… Pero al mes y 20 días de posesionado en el cargo,  quien hoy funge como la consejera desinteresada exponía la inviabilidad de sus propuestas, y en una dura columna,  le pedía que empezara a gobernar ya. ¿Qué se la había pasado haciendo entonces, mamando gallo? 

 

 Se ha dicho de él  que solo sabe criticar,  hacer oposición, se  ha puesto a  correr la voz que está haciendo las cosas mal.  Según sus propias palabras «cada vez hay más intentos por detener programas y deteriorar la imagen del distrito», para muchos estas palabras podrán sonar a disculpas, una forma de tener a quien achacarle su  ineficiencia -lo de ineficiencia permítanme ponerlo en duda-, para otros, me incluyo,   el muy temprano ataque a su obra, las inhabilidades de las que en primera instancia se habló, los incesantes cuestionamientos  a cualquier decisión por él tomada,  apuntan a que sí. 

Hay un sector que mueve bastante opinión pública que aún no asimila  la derrota. 

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