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«Porque la carne es débil». «Porque nos pueden las ganas…»   Aunque  en el fondo pueda que  sean estas las únicas razones que nos impulsen a jugar doble, es preciso reconocer que a las personas  no nos gustan, nos parecen demasiado simples, nos representan en extremo básicos,  primitivos, y a nosotros nos encanta es que nos describan racionales,  que nos definan complejos.

 

«El  amor es el  antídoto más eficaz contra la infidelidad», manifiestan  los expertos. Si un hombre quiere tirarse a otra que no es su mujer, y esta a su vez a otro que no es su marido es porque,  según ellos,  algo en su matrimonio anda mal, porque el amor se acabó. Agregan además,  no sé, jamás me ha pasado, conmigo no aplica, que cuando uno está enamorado no le dan ganas de  entrarle a otra(o)  que no sea su pareja.

 

No obstante,  «algo en la   relación anda mal, uno busca afuera lo que no encuentra en la casa»,  es la razón más aceptada  por todos los traidores. Y  nos encantan en la medida en que nos  permiten evadir la culpa y,  tras del hecho,  que esta  recaiga directamente sobre  quien,  en este caso,  debería ser el ofendido.  Es más,  le permite al cachón  o a la cachona victimizarse. «Tú a mí me tienes descuidado,  no me consientes, y… mejor dicho, ahí tienes, toma  -tus cuernos-   pa que lleves».

 

Según eso, la culpa de que yo -el burro por delante- y la  piernona de la Yamile nos hayamos maniculitetiado en la bodega -por andar en esas  rompimos el   menaje del evento-  es de la sinvergüenza y la arpía de mi mujer. No me entiende, a veces me mira feo. Como se la pasa cocinando y bregando pisos en la casa se la mantiene desarreglada, y…miserable y desgraciado yo que tomo eso como excusa para traicionarla.

 

Gracias a los expertos es que tanto cínico encuentra  a quien achacarle sus debilidades  y se la vive  en donde las fufas.  «Mi mujer no me lo permite, no me deja ni siquiera asomarme a mirarle  por  allá, por donde a mi persona le gusta,  entonces a yo no me queda de otra que irme pa donde aquellas. No es mi culpa,  es de ella que no se comporta bien conmigo». Es aquí en donde la premisa más expuesta por los expertos, algo hace  falta en su matrimonio  y los gustos  de tan respetado caballero encuentran un punto en común.

 

A la gente nos  encanta hacer cositas ricas, echarnos nuestra canita al aire  y luego como que nos sentimos mal y corremos a  esgrimir vacíos existenciales, o a  escudarnos detrás de los defectos de nuestra pareja.  Los profesionales, por su parte,  lo quieren explicar todo a la luz del  psicoanálisis o escarbando dentro de los oscuros y enmarañados laberintos del   subconsciente. Para ellos todo  es  maltrato o falta de afecto en la infancia.
A propósito,  en mi lugar de trabajo labora  una fulana llamada Jasbleidy, no es que sea la mata de la etiqueta y del glamour pero tiene unas tetas… y  unas nalgas… Entre mis compañeros de trabajo hice una encuestaa: En el caso hipotético de que la vieja le  copiara y usted estuviera cien por ciento seguro de que su conyugue o pareja estable no se va a enterar, ¿le haría?, les pregunté. Desde el mensajero hasta el jefe respondieron que «sin ninguna duda», «obvio», «¿a ver?» Solo don Abelito,  el del camión,  tuvo sus dudas, no sabía qué era hipotético, cuando se le explicó respondió que «¡claro!», que «de una», «cuenten conmigo pa esa».   Entonces qué,  ¿todos los matrimonios de la empresa  están mal?,  ¿a todos les llegó la crisis?, ¿a ninguno de los que allí trabajamos   nos  dieron afecto  en la infancia?, ¿a todos nos  maltrataron? ¿Jasbleidy nos recuerda  las tundas y la mano de zurriago que nuestros padres nos dieron?

 

«Vea caballero -concluye el terapista-  ese gustico exagerado  que sumercé  siente por los culos y los muslos bien torneados, los abdómenes planos,  los pitoncitos  así en punta que  tiemplan la camiseta y pareciera que como que la  fueran a romper, uy, ya me puse mal yo también… que pena, continuemos, esas ganas de entrarle con todo a la Jenny, de hacerle la vuelta a la Sandra, de guseanearse  a la Claudia… devela fuertes falencias, desordenes de infancia, es más,  pueda que conscientemente usted lo haya olvidado,  pero en su mente aún subyace el dolor de ese  día cuando  siendo muy niño…»

 

Y entonces le terapista  lo explica todo a partir del más nimio capricho en el que su madre no lo satisfizo. Y  el paciente  llora, y llora, y  se reconcilia con ese niño que fue, y hace catarsis. Y el profesional lo exhorta  a que le haga, a   que se deshidrate en llanto, a que saque todo ese dolor, a que perdone a su mamá, y él la perdona y se siente bien haciendo catar…  ¿qué doctor?, catarsis,  porque es que el terminito suena como interesante, es más,  le parece  que es el protagonista de  un momento memorable, lo  ha visto en películas y jura, que  al igual que el personaje  de «en busca del destino»,  está para grandes cosas.

 

Y es por ese afán de trascendencia que  nos fascinan  frases  como esa de «cada ser humano es único irrepetible», «todos tenemos una misión en la vida…»  a nadie le gusta pensar que está en  este mundo porque fue que  a  papito se le hizo tarde con lo de sacarlo, porque  mamita no hizo bien las cuentas.

 

Sale del consultorio  sintiéndose un hombre nuevo, renovado, más liviano,  ¿cómo no? Si fueron tres los milloncitos que dejó en  terapias. Pero  en esas se cruza con una fulana  que lo sacude lo mas de bueno y entonces le  tráquea el  pescuezo del giro tan brusco y repentino que hace  por voltear a verla, y su libido se agita como frente a sus ojos  se agitan esos dos… él le calcula,  dos kilos y medio -los mejor distribuidos del mundo- de  carne trémula. Y no solo ella, ahí seguidito viene otra con unos melones que francamente, ¡que delicia! Unos pensamientos llevan a otros y  en  su mente dan vueltas como caballitos en carrusel,  las caderas de  la Marlen , las tetas de Jasbleidy, y lo azotan  unas ganas endemoniadas de fornicárselas a todas, de cogerlas y encaramarlas y… Dios mío, hazme fuerte.

 

Pensamientos que lo dominan  a pesar de que ya está casado, a pesar de que es feliz en su matrimonio, porque es feliz,  no se venga él mismo con cuentos,  y se atormenta, siente que lo suyo es anormal. ¿Cómo es que si quiero  a mi  esposa -porque la quiere –  pasan por mi cabeza todo este montón de cosas sucias? Algo debe andar mal en mi matrimonio, qué será, ¿será el sexo?, se pregunta.

 

Se frustra, como nos frustra  a todos aceptar que después de jijuemil años de evolución aún nos  gobiernan los instintos. Que no es lo inteligente, ni lo buena persona,   basta que alguien del sexo opuesto nos atraiga físicamente para sentir ganas -moderadas  en el caso de ellas, desesperantes, hasta fastidiosas en el caso nuestro- de irnos a la cama con esa persona.

 

Ahora, si esperaban  escuchar una explicación trascendental,  no la tengo, una  con base científica, ahí viene,  según los científicos «no está en la naturaleza del ser humano  ni en su biología ser monógamo permanente, fue por cuestiones de orden familiar, social que se acopló a ese modelo cultural». Bueno, estamos en proceso, abonémonos  que al  menos lo intentamos, démonos un aplauso.

 

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