Son innumerables las personas que constantemente creen que están embrujadas porque sus planes y proyectos no están resultando de acuerdo a sus expectativas; tienen la idea de que «les echaron algo» para que «les vaya mal». Otras están convencidas que las ronda un espíritu, que en sus casas habita un duende o que un fantasma no las deja dormir. Debo confesar, por lo que he podido comprobar, que en un 80% de los casos esas situaciones no son ciertas. Lo digo porque he visitado muchas casas, oficinas o negocios para detectar la presencia de un fantasma o espíritu y solo he encontrado las energías negativas de quienes habitan o trabajan en ese lugar. El enfrentamiento permanente de los miembros de una pareja, las disputas frecuentes entre hermanos o demás familiares, de socios etc., generan un flujo constante de rencor, odio, envidia, resentimiento, ira, deseos de venganza e intriga.
En esas condiciones el ambiente es tenso todo el tiempo. Ahora, la prolongación indefinida de esa situación sí puede dar lugar a que un espíritu condenado (no me gusta llamarlos malignos) sienta que está en el lugar adecuado para asentar su habitación. Ellos se alimentan de las energías negativas que emanan de esos sentimientos que solo desean el mal para los demás, del mismo modo que todos los seres humanos necesitamos nutrir el cuerpo para vivir. En ese caso, cuando encuentran un «oasis de maldad» (que para ellos es una especie de paraíso), se quedan en el sitio hasta nueva orden.
Todo el mundo desea vivir en paz, amar y ser amado, ser próspero en sus actividades de negocios o laborales y lograr el éxito en todos los campos. Esas metas y propósitos solo se pueden alcanzar a plenitud si están impulsadas por sentimientos nobles y pensamientos positivos; la lealtad, el respeto, la honestidad, la solidaridad, la caridad y la rectitud no constituyen solamente normas de carácter moral. Son una fuente inagotable de buenas energías que construyen un ambiente agradable y armonioso en un hogar o sitio de trabajo e impulsan el éxito de cualquier empresa.
Establecidas las salvedades anteriores, paso a referirme a los espíritus. Sea lo primero aclarar que todos tenemos una esencia espiritual; bien se ha dicho que los seres humanos no somos un cuerpo con espíritu sino un espíritu con cuerpo. Por eso, cuando abandonamos este mundo, nuestro componente corporal se descompone y se pudre pero la energía espiritual que lo sostenía no desaparece, sigue existiendo. Yo he tenido muchas experiencias con esas energías y sobre ellas quiero hablarles.
La primera inquietud que surge cuando este tema se menciona es ¿cómo podemos percibirlos en este plano material? Vale aclarar, antes de continuar, que el cine ha proyectado una idea distorsionada de esta realidad y, tal vez por eso mismo, mucha gente siente un gran temor de enfrentar un espíritu así sea el de un ser querido. Existe la idea preconcebida que ese ser puede causar un daño al momento de manifestarse o que se puede llevar al más allá a quien se le presenta. Eso es falso. Es imposible que el espíritu de una madre, un padre, hijo, hermano, esposo o esposa, pueda dañar a una persona a quien amó mucho durante su experiencia terrenal. Ese temor hay que erradicarlo. El amor solo desea el bien, nunca el mal. Sin embargo, si quien se presenta no es un ser querido sino un espíritu condenado, el panorama es diferente pero también vale la pena tener en claro lo siguiente: un ser de naturaleza espiritual no tiene la capacidad de empuñar un arma para atacar a una persona. La única manera como puede agredir es utilizando un cuerpo humano cuyo espíritu lo haya abandonado momentáneamente.
Una experiencia inolvidable para mí la viví a los 16 años cuando vi frente a mí el espíritu de mi padre. Habían transcurrido exactamente 3 días después de su muerte. Se presentó ante mí como un humo blanco con figura humana pero sin piernas, daba la impresión que flotaba y aunque no era la imagen en vida de mi padre yo sabía que era él. No me habló pero mentalmente percibí lo que me quería decir. A partir de ese momento supe que en el lugar en el que estaba no existía el tiempo, que él habitaba en un eterno presente desde el momento en que su espíritu abandonó el cuerpo porque sentía que no había transcurrido un segundo desde ese instante. Pasados casi 30 días después de su muerte mi padre se resignó a que mi madre y sus demás hijos no lo vieran ni respondieran sus preguntas y durante los 6 meses pude verlo recorriendo el barrio visitando a sus amigos y conocidos, intentando hablar con ellos, hasta que comprendió que ya no era parte de este plano. Después, hasta completar los 3 años, recorrió la ciudad donde vivió y regresó a su pueblo natal. Durante mucho tiempo estuvo protegiendo a la familia aconsejando en sueños las cosas que mi madre debía realizar para sacar adelante a los hijos. A partir de esta experiencia con mi padre y en circunstancias especiales pude ver y sentir otros espíritus que necesitaban ayuda para llevar a cabo una acción. Incluso, me tocó reconvenirlos porque querían darle una lección a un familiar o amigo que en vida les causó daño.
No todas las personas están preparadas para ver directamente a un espíritu. Por tal razón amigos y familiares fallecidos prefieren comunicarse en sueños con la persona a la que quieren transmitirle un mensaje para protegerla o aconsejarla. Sin embargo, cuando se sienten desatendidos, realizan cualquier esfuerzo para hacerse escuchar. Una vez, en una conferencia que dictaba, se me presentó en espíritu que no me dejaba concentrarme en el hilo de mi exposición hasta que me tocó interrumpir la charla para pedirle a un joven que se encontraba en el recinto que se pusiera de pie porque ahí estaba el espíritu de un amigo que había muerto recientemente en un accidente y le pedía que por favor le entregara a la madre de él un dinero que le había prestado. La sorpresa del joven fue mayúscula y para justificarse ante mí dijo que el dinero que recibió fue para un negocio que no dio resultado. Yo le aconsejé que cumpliera con el pedido del espíritu porque ellos no mienten.
Otra experiencia, muy dolorosa por cierto, la viví al visitar una casa y sentí el espíritu de una anciana que lloraba porque su hijo y su nieto, que vivían en la misma casa, la abandonaron y dejaron morir de hambre.
En el próximo post interpretaré los sueños que los lectores me han enviado por medio de mi página web.
Nací en Barranquilla, Colombia, en 1949. Desde muy niña, a la edad de seis años, descubrí que poseía el don de interpretar los sueños. Al principio supuse que era una facultad natural que poseían todos los seres humanos. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo observé que no era así. Entonces, al llegar a la adolescencia, decidí ocultarlo para evitarme problemas y malos entendidos con quienes suponían que lo mío era un arte adivinatorio. Después de haber educado a mis hijos, de verlos casados e independientes, y ya retirada de mis ocupaciones laborales, consideré que había llegado la hora de desempolvar el don y ponerlo al servicio de los demás.
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