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Vida y muerte son como el haz y el envés de una misma hoja. La vida presupone la muerte y viceversa. No se puede concebir la una sin la otra. Todo ser vivo nace y muere. A pesar de esta realidad, el fin de la vida humana no implica la extinción del ser. La esencia espiritual, que animaba y conducía el cuerpo físico, permanece y sigue existiendo en un plano diferente, propio de su condición inmaterial. Es el mundo sobrenatural, no visible ni tangible para la conciencia de la gran mayoría de seres humanos, pero tan real como el otro, el natural. La muerte viene a ser, entonces, el paso de de una realidad a otra. A la espiritual se accede, lógicamente, sin el cuerpo físico el cual solo será un despojo inerte que poco a poco desaparecerá por la acción de la misma naturaleza.

El amor que el espíritu desencarnado sentía por su familia y allegados, sigue vigente en su nueva realidad. Desde ella ve todo lo que hacen, puede apreciar con absoluta transparencia sus aciertos y sus errores. En el plano espiritual, a diferencia de lo que ocurre en el material, rige la verdad. Los seres humanos estamos acostumbrados a mentir, a ser egoístas, a no aceptarnos, a sentirnos superiores a los demás, a discriminarlos por su sexo, color, estatura, costumbres, etc. La vanidad es el veneno que adormece las conciencias y convierte a las personas en caricaturas de sí mismas porque aparentan lo que no son y creen que su valía depende de sus posesiones. Consecuentemente, la mentira esclaviza. Solo “la verdad os hará libres” como enseñó con sabiduría divina el Hijo de Dios. Los espíritus, sin embargo, no mienten pero a ellos tampoco se les puede engañar. Todo lo ven y lo saben. Por eso las personas que sueñan con un ser querido fallecido algunas veces se sorprenden porque lo ven serio y disgustado. Con esas expresiones ese ser espiritual les está diciendo que no le agrada lo que están haciendo. Nadie puede hacer nada a sus espaldas porque para él no existe ni espacio ni tiempo que lo limiten. Esa es la razón por la cual, ante los errores y desaciertos de sus familiares, se convierte en su principal consejero. Incluso, si su deceso les acarreó apuros económicos, les indicará cómo resolverlos. Miles de sueños en este sentido dan testimonio de estas afirmaciones.

Es normal sentir dolor por la partida de este mundo de una persona amada. Su ausencia física deja un vacío que muchas veces se traduce en una sensación de abandono. Asimilar ese golpe, poco a poco, es una tarea que todos los deudos deben realizar viviendo sanamente el duelo pero con la convicción, sin embargo, de su traslado y permanencia en otra dimensión. Yo le pido a quienes atraviesan por está circunstancia que no dejen de hablarle a esa persona que ya no ven, deben decirle que la quieren, que van a continuar viviendo con su guía y aplicando sus enseñanzas. La muerte no es el fin sino un cambio, una transformación. Simplemente es una mutación de estado. Pero el amor permanece, es el vínculo que trasciende todos los planos y mantiene unidos a los que se aman, estén allá o acá.

El espíritu del recién fallecido, durante un tiempo, sigue al lado de sus seres queridos, algunas veces sin entender el por qué de sus expresiones de dolor. Si su muerte se produjo, por ejemplo, después de una enfermedad que le causó mucho sufrimiento, la sensación de bienestar que lo embarga después de liberarse de ese tormento es indescriptible. Por eso desea participarle a su familia y allegados que se encuentra bien, sin dolores, y se sorprende al verlos afligidos llorando delante de un féretro. Quiere decirles que él no está ahí sino a su lado, que no se sientan tristes. Esta es la parte más difícil para él porque el espíritu, regularmente, en ese momento, no tiene todavía conciencia de su incorporeidad y trata de hablarles, de tocarlos, pero no puede. Entonces se desespera y procura encontrar, sin resultados, a alguien que lo escuche y lo atienda. Sin embargo, los niños pequeños, menores de siete años, son los únicos que pueden percibirlo y tratar con él como cuando estaba en el plano físico. Ellos, hasta esa edad, máximo, mantienen abierto un canal que les permite interactuar con seres espirituales. Después lo bloquean y olvidan sus experiencias previas en ese plano. Los familiares adultos, al tercer día después la muerte, podrán verlo en sus sueños y mantener con su ser querido una comunicación a ese nivel en la cual él transmitirá sus mensajes mediante gestos y actitudes porque generalmente no habla.

En otras ocasiones el espíritu se manifiesta de una manera que se podría llamar presencial. Aparece como una figura etérea, semejante al humo, naturalmente sin parecerse al cuerpo que tuvo durante su vida física; pero la persona ante la cual se presenta sabe quién es. Yo puedo decirlo con certeza porque viví esta clase de experiencia con el espíritu de mi padre. Los detalles los narré en un post anterior.

Otras veces el espíritu intenta expresarse por otros medios. Un amigo cuya madre falleció recientemente me contó cómo, sin razones lógicas ni explicaciones atribuibles a medios físicos, la puerta del apartamento donde vive, que estaba bien cerrada, se abrió súbitamente; la nevera apareció desenchufada y un adorno colocado sobre una base plana salió disparado y cayó al piso. Estos fenómenos no se habían presentado antes. Él, además, ha soñado con ella y, en sus sueños, le ha dicho a su madre que espere, que su tiempo (el de él) todavía no ha llegado.

A un ser querido que ha fallecido y se manifiesta no hay que temerle. Una madre, una pareja o un hijo que partieron al otro plano solo desean el bienestar de los que quedan en este mundo. Por eso recomiendo observar con detalle sus expresiones para que quien vive esa experiencia capte con precisión sus sugerencias y consejos y los ponga en práctica.

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PERFIL
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Nací en Barranquilla, Colombia, en 1949. Desde muy niña, a la edad de seis años, descubrí que poseía el don de interpretar los sueños. Al principio supuse que era una facultad natural que poseían todos los seres humanos. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo observé que no era así. Entonces, al llegar a la adolescencia, decidí ocultarlo para evitarme problemas y malos entendidos con quienes suponían que lo mío era un arte adivinatorio. Después de haber educado a mis hijos, de verlos casados e independientes, y ya retirada de mis ocupaciones laborales, consideré que había llegado la hora de desempolvar el don y ponerlo al servicio de los demás.

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