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Llegó la hora de entregar regalos y repartir felicitaciones. La alegría y el entusiasmo invaden los corazones de todos aquellos que quieren abrazar a sus amigos y familiares para congratularse con ellos por la celebración del nacimiento del Niño Dios (los que son o se dicen cristianos) o por el simple motivo de estar reunidos después de cierto tiempo de no verse. Los brindis van y vienen mientras el pavo espera que le llegue su turno de ser el protagonista principal de la reunión.
Tal vez los vapores del alcohol y el frenesí de las emociones poco o ningún espacio le dejan a la reflexión. Sin embargo, no estaría de más preguntarnos ¿cuál es el mejor regalo que deseo recibir? o ¿cuál es le mejor regalo que puedo dar? No me refiero a objetos con valor económico a pesar de que son el material de intercambio acostumbrado en esta época. El bien más costoso en el mercado no necesariamente representa, cuando se entrega como presente, la expresión de un noble sentimiento. A veces es el anzuelo con el cual se pretende comprometer a alguien para que, en el futuro, corresponda de acuerdo con la expectativa que anima al oferente. En fin, dar y recibir cosas es bueno en la medida en que con ellas se deja constancia del cariño o del amor existente entre personas cercanas. Pero el mejor regalo, en ocasiones el único que una persona espera recibir, no cuesta un solo peso porque no se vende en ningún lado. Ese regalo es la expresión sincera del afecto de las personas que integran el entorno de cada uno (pareja, familiares, amigos). También es un regalo espiritual el respeto por aquellos que posiblemente no inspiran simpatía porque son diferentes, piensan distinto, son aficionados de otros equipos de fútbol, profesan otra religión etc., es una manera de decirles que la disidencia o la diferencia no son motivos de enemistad.
Colombia –y la humanidad entera- requiere que todos nos regalemos el respeto y la tolerancia que escasean en los distintos niveles en los cuales se desarrollan las relaciones interpersonales. En el gubernamental la guerra verbal, el cruce de amenazas y de acciones judiciales que se blanden como espadas filosas mantiene en ascuas a quienes, como ciudadanos comunes y corrientes piensan que a las altas esferas del poder llegan no solo los más capaces sino los más ponderados y ecuánimes. El mal ejemplo que dan repercute en sus inferiores y en el pueblo raso. Por eso el irrespeto, la intolerancia, las agresiones y los insultos son una forma de relación que se está extendiendo por todas las instituciones, comenzando en la familia, donde el maltrato y la violencia campean por doquier, en los colegios, donde abunda el matoneo, en las empresas y para no extenderme en ejemplos basta decir que en las calles, aparte de la inseguridad por causa de la delincuencia, los ciudadanos son incapaces de expresar cultura y buenas maneras.
No es posible remediar los males mencionados anteriormente si la solución no comienza por uno mismo. Aparte del festejo y de los abrazos es necesario que cada uno mire en su interior, se examine y saque la “suciedad” que encuentre dentro de sí. La envidia, el odio, el resentimiento y toda la gama de sentimientos negativos que estén incubados en el corazón de una persona no solo afectan su salud y constituyen el lastre que le impide superarse a sí misma, son, además, barreras invisibles que la aíslan de los demás. Es imposible cultivar una relación sana y equilibrada con quien sea víctima de esta clase de sentimientos. De ellos surgen el maltrato, las intrigas, los celos, las agresiones etc. Entonces, el primer paso a dar, antes de mirar la paja en el ojo ajeno, es medir el tamaño y el peso de la viga que se tiene en el propio. Sanear los sentimientos, cultivar las emociones positivas y tomar conciencia de que la vida es una oportunidad que Dios concede a las personas para que sean útiles sirviendo a sus semejantes y no sirviéndose de ellos en beneficio propio y de manera injusta, es la receta recomendada. Una conciencia tranquila y en paz es el estado ideal que un ser humano puede alcanzar. Vivir en paz consigo mismo es saber a plenitud que se ha ayudado a otros y de que a ninguno se le ha deseado ni se le ha causado mal alguno. Ese es el mejor regalo que una persona se puede dar a sí misma.
Muchos sufrieron este año la partida para el plano espiritual de algún ser querido. Hoy están tristes porque la ausencia de esa persona pesa sobre sus ánimos. Quiero recordarles que hoy, más que nunca, su espíritu estará a su lado compartiendo esos momentos de alegría y unión familiar. Ese ser espiritual no comprenderá la razón del estado de ánimo de su familia si la ve compungida y presa del dolor por su causa. En el otro plano no hay cabida para esas emociones, no hay dolor ni angustia. Allá él se siente bien. Por eso les pido que, a pesar del duelo, sonrían. Háganle saber que si bien extrañan su presencia física, están conscientes de que está ahí, acompañándolos y guiándolos por medio de sus sueños.
A todos los amables lectores de este blog les deseo una feliz navidad rodeados de sus familiares y amigos. Un abrazo para todos.