Afirmaba Carolina Rozo que «vale la pena denunciar. Si estas cosas se siguen a medias la justicia no mejorará con el tiempo». Carolina, fisioteraeputa de la Selección Colombia Sub-17, cuya denuncia de acoso sexual por parte del extécnico de la Selección, Didier Luna, terminó hace poco días con un buen resultado, no tan contundente como esperaba, pero que sienta un precedente muy importante, ha demostrado que pese al dolor y el señalamiento, es una batalla que puede y debe darse.
Me ha sorprendido mucho ver a Ciro Guerra en un caso de acoso sexual porque es un cineasta más distante que coqueto, al que siempre, incluso en los momentos festivos de las citas cinematográficas, se le ha visto más entregado a sus búsquedas de recursos que a la propia fiesta. Y aunque es verdad que las personas y las circunstancias cambian, las de Ciro, contadas de forma tan dramática y vulgar en el reportaje, no encajan con lo que siempre he visto en nuestros cruces, que no han sido pocos, a lo largo de estos años en Biarritz, Cartagena, San Sebastián, Madrid y Cannes.
La Ley dice que todos somos inocentes hasta que no se demuestre lo contrario y como se explica en un marco de legalidad, un proceso judicial garantiza que los pasos adelantados por las autoridades judiciales permiten conocer mediante declaraciones de las partes implicadas la verdad o la mentira de los asuntos que se juzguen.
Por ellas, por todas las mujeres, no se pueden hacer denuncias a través de un medio periodístico y luego no dar la cara. Es una forma de confundir y perder credibilidad. Es importante que tan delicado tema se aborde desde los tribunales, como en su momento se hizo con las denuncias y posterior condena al exitoso productor Harvey Weistein, que han demostrado que no hay poder que no pueda derrotar la necesidad de verdad y justicia. Lo demás es espectáculo.
Lo que más me ha inquietado del reportaje sobre los supuestos abusos de Ciro a ocho mujeres es la rapidez de los propios compañeros de oficio para expresar en redes su opinión de tan espinoso asunto. Comentarios que velada o explícitamente condenan a un personaje con el que han hecho guiones, participado en eventos internacionales y compartido estudios y ese sueño de un cine colombiano hecho con altura de miras y proyección social. Y no deja de asaltarme la pregunta ¿Entonces todos lo sabían?
Justamente por haber conocido a Ciro al inicio de su carrera, cuando ganó en 2003 Cine en Construcción, con la Sombra del Caminante, empecé a encontrar un cineasta entregado a su vocación, más alejado de la calle que ninguno de todos los que asistían a festivales.
Hasta las acciones legales emprendidas por sus abogados y que obligarán a enfrentarse en los estrados a las ocho mujeres, quiero creer que ese muchacho tímido, soberbio, apasionado hasta la médula por sus proyectos, no se se ha convertido en un atontado acosador de mujeres.
Por su bien y el de las mujeres espero que no se resuelva por la parte de atrás con un arreglo privado, aplazando las conquistas de un mundo más justo para los seres más vulnerables, que todas y todos merecemos. En Colombia se denuncia poco y mal, porque es un camino largo y tortuoso, en el que las víctimas sufren doblemente. La visibilización del acoso y el abuso ha llegado para quedarse, porque los tiempos y las mujeres han cambiado y debe hacerlo aún más dotando los procesos con mecanismos que allanen el camino para no convertir la búsqueda de justicia en una carrera de obstáculos y desmayos.
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