Tantas maneras hay de visitar el centro de Medellín como formas de explicarlo. Desde siempre me ha gustado un recorrido que tiene todo el desparpajo, la esencia callejera y comercial de Medellín; su vocación emprendedora y su amor por la grandilocuencia de palacios donde la justicia, la gobernanza y el amor por las formas han tenido una magnifica representación.
Me gusta visitar y comprender la situación desde las contradicciones que se viven en el Bulevar peatonal desde principios del siglo XXI, conocido como “El paseo Carabobo”.
El recorrido empieza en los edificios gemelos Vásquez y Carré, de ladrillo visto, que corresponde a esa arquitectura inspirada en Europa para distinguirse de la aldea. Ahora es sede de la Secretaría de Educación, con la idea de convertirse en centro artístico y cultural.
Desde esa esquina señalada por un bien que luce en todo su esplendor, empieza una aventura citadina que trastoca los códigos cuando se ingresa al Palacio Nacional, convertido en centro Comercial desde 1993, generando más de un debate. Su imponente fachada dice poco al lado de lo que se observa cuando se ingresa a esas primeras plantas dedicadas a la venta de calzado deportivo, y llegas a la parte alta del edificio, donde de manera rápida y sorprendente se han instalado en su tercera, cuarta y quinta planta más de 120 galerías de arte.
El artista José Cirilo Henao, relata con emoción que “ante el vacío que dejó la marcha de muchos comerciantes tuvo la idea de alquilar estos salones amplios, hermosos y patrimoniales para abrir un espacio dedicado al arte” Y continúa, “en la actualidad los fondos están compuestos por artistas entre icónicos, como Grau, Arenas Betancourt, Negret y contemporáneos. Y adelanta “que tienen previsto realizar una bienal de arte y continuarán cada mes con sus jornadas de Noches del Arte”.
Una apuesta que le brinda al visitante la oportunidad de ver en todo su esplendor un edificio diseñado a principio del siglo XX por el arquitecto belga, Agustín Goovaerts, para ser sede de los juzgados, correos y telégrafos de la ciudad. Desde allí hasta la Plaza Botero es mejor ir sin prisas, pues este tramo contiene una buena parte de la historia fundacional de Medellín, creada por las inquietudes de una sociedad que con la construcción de sus edificios y con los emprendimientos más alocados, ideó una forma de crear futuro.
Un pasado luminoso para comprender una cultura marcada por la impaciencia, el riesgo, el abandono y la resignación. En el Centro, desde siempre sus gentes se han echado a la calle para comprar, ver y dejarse ver. Y ese espíritu se palpa en estos lugares en las que los pregones callejeros y las ventas ambulantes conviven con la representación más exquisita del pasado.
Después de ese golpe de efecto que es el Palacio Nacional y su ajetreado comercio, puedes reencontrarte con tu intimidad al entrar a la iglesia De la Veracruz, único templo colonial del centro histórico, famoso, entre otros adornos, por su altar traído pieza a pieza desde España y en cuyos bancos siempre encontrarás paz y sosiego, lejos del pintoresco paisaje humano que discurre en sus inmediaciones. Tranquilizado y sereno el ánimo, el caminante puede continuar su visita un poco más adelante, donde estalla la alegría de la Plaza Botero, convertida en punto de encuentro para propios y visitantes. El lugar donde descansan impertérritas las 23 esculturas donadas por el artista en 2004. La algarabía impacta y muere a la entrada del Museo de Antioquia, En sus salas se respira un aire tranquilo, monacal y culto.
En el interior del museo uno de sus curadores, Camilo Castaño, nos invita a visitar “uno de los museos más importantes del país” en sus palabras, “pues es un lugar importante no solo para Medellín sino para el país, pues tiene una de las colecciones más importantes al servicio del público, en la que destaca la enorme colección de obras de Botero, donadas por el autor desde 1974, ademas de las colecciones atesoradas dede el siglo XVII hasta la actualidad. Es una construcción muy amable para el visitante y que tiene muchos patrimonios nacionales por ver y con una postura muy abierta al debate de identidad, de memoria, de territorio, y por supuesto, sobre la historia del arte. Además de las obras del Maestro Botero, tenemos todo el segundo piso dedicado a artistas colombianos del siglo XX.”
El broche de oro lo cierran dos actividades: la visita al Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe, que como explica su directora, Marcela Isabel Trujillo Quintero, “ encierra en sí mismo una historia muy atractiva. Una posibilidad de viajar en el tiempo, porque es una joya arquitectónica, compartida con la plaza Botero y el Museo de Antioquia y otras entidades culturales que dan carácter a la ciudad. Por cerca de 50 años allí funcionó la Gobernación de Antioquia. En cada una de las áreas, circula toda la riqueza que se genera en las regiones, con salas temporales donde se exhibe desde la historia de la panela hasta perfiles de la reciente vida digital. La cultura en todas sus vertientes se pueden apreciar en la Fonoteca, la biblioteca y las actividades que acercan la comunidad al Palacio de la Cultura
La joya que remata este paseo es el hotel Nutibara, epicentro durante muchas años de bodas, comuniones y congresos. Hay que madrugar para obtener un cubierto en su comedor interior, cerrado a la calle, pero abierto para disfrutar de un menú casero y luego acceder a los miradores que dan al espectacular conjunto que forman El Museo de Antioquia, el Palacio Rafael Uribe, la explanada que con las impresionantes esculturas de Botero y las pequeñas figuras de los caminantes: parece el escenario donde un cineasta ambicioso rueda su película más inquietante.
culturantioquia.gov.com
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