Señores, sean serios. Y si no lo son por lo menos aparenten serlo.
Que el escritor cubano Leonardo Padura venga a la isla de San Andrés a inaugurar la primera conversación de lo que sería una versión local del Hay Festival, no solo es un evento sin precedentes en la cultura del archipiélago, es un privilegio estético, académico y de hermandad entre islas. Y no lo es porque se trate de una personalidad literaria, aquí estamos acostumbrados a ver en paños menores lo más encumbrado de las artes, la política y la farándula nacional. Y uno que otro personaje de las grandes ligas, como el desaparecido Jacques Cousteau, o los que hace años aseguraron haber visto a Marlon Brando bañándose melancólico en las playas de Sound Bay. Dicen que estaba tan enamorado del archipiélago que cuando se fue nunca más volvió a ser el mismo. No me extraña, sabíamos que buscaba una isla donde encallar y terminó comprando Tetiaroa, un atolón de la polinesia francesa ubicado frente a Tahití.
De escritores poco se ha visto, con excepción de los hermosos días en los que hacíamos “Latitud Caribe”, la única Feria del libro y Encuentro de Escritores que ha tenido el archipiélago. En sus dos versiones convocó lo mejor de la literatura colombiana y aunque multitudinaria acabó por falta de apoyo institucional, tanto, que tuvo que competir por recursos con una presentación del elenco de “Sábados Felices” de donde salió perdedora.
Bueno, pero de eso no se trata, la cosa es que a raíz de las gestiones del gerente del Banco de la República, el antropólogo Wilder Guerra Cúrvelo, la isla será a partir de este 31 de enero y para los próximos años el epicentro alterno del Hay Festival, una gestión que a todo pulmón piden los distintos sectores de la isla que entre otros argumentos alegan que: “necesitamos un turismo diferente; que no se realizan eventos culturales de calidad; que toda la plata se va para una sola actividad; que por qué Cartagena sí puede, bla, bla…” No obstante, tengo entendido que esta iniciativa transita solitaria por los pasillos institucionales sin otro respaldo que no sean los rostros de sorpresa y unas suaves palmadas en la espalda que auguran promesas para cuando lleguen mejores tiempos.
Esta es nuestra desgracia. Lanzamos al aire la moneda y siempre sale nuestro rostro de perdedor. Nos miramos desde el reflejo de unos anteojos para el sol del comercio y no desde la profunda necesidad de establecer un diálogo espiritual a través de lo invisible. Leer también es percibir al otro, sentirlo y reconocerse. Es saber que cada palabra esconde una secreta redención. Cada palabra es al mismo tiempo valija y balsa que nos lleva mar adentro.
Hoy quiero que mi palabra sea una bala de salva que atraviese las paredes de los recintos donde se discuten los presupuestos oficiales y les derrame el café sobre los mamotretos infames donde mueren todos los sueños de los que aún creen en la “oficialidad” como camino.
Padura llegará y caminará en el margen de sus propios libros. Sentirá una realidad de isla de alguna manera parecida a la suya, porque él más que nadie sabe lo que es vivir como decía Virgilio Piñera con la maldita circunstancia del agua por todas partes.
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