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Los que me conocen saben cómo disfruto sentarme a teclear, ya casi no escribo a mano y eso me hace pensar en qué podría escribir aún más.

Hace un par de meses tuve movimientos drásticos en mi vida, me comprometí, cambié de trabajo, clima, casa, he cambiado más veces de ciudad que de canción favorita, tengo nuevo combo de amigos y todo lo que implican esos cambios que tanto anhelamos y para los que nunca estamos acostumbrados.

Se recuerda el recuerdo, no el hecho en sí. Y en función a eso, justo hoy pensaba qué es lo atemporal. Replanteo, sueño y escribo.

El olor de mi casa en Lorica, un atardecer en el mar, comer quibbes en mi pueblo, el rosado, escuchar champetas en Alemania, el abrazo de mi sobrina Mariadna, hablar de género y sostenibilidad, el Caribe, un abrazo de mi papá, las canciones de Carlos Vives en Venecia, la del Sinú y la italiana, montar bici en Antioquia, leer mientras llueve, la vida bonita en Bogotá, cantar a todo pulmón pop del 2000 con mis hermanas, los encuentros en España, las chaquetas “over size”, el amor de mi mamá, un vallenato en Ciudad de México, un buen postre, el beso en la mañana de mi futuro esposo, un avión con rumbo a un nuevo destino, el amor, mi corazón.

Para todo lo demás, existe MasterCard.

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