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Los mensajes y las llamadas insistentes y amenazantes fueron el comienzo de uno de los episodios más difíciles, dolorosos, humillantes y traumáticos que estaba a punto de experimentar. El reloj había marcado las seis de la tarde hace apenas unos minutos; hora en que terminaba su turno. Aún quedaba un niño que debía cuidar y por eso ni ella ni su compañera podían salir; razón suficientemente entendible para cualquier persona, pero no para él. Llegó a la puerta del establecimiento y comenzó a timbrar, hizo caso omiso de las explicaciones de Yuly, su compañera sentimental, que trataba de calmarlo diciéndole que fuera a casa, que la esperara, que era cuestión de tiempo el fin de su turno y con él su partida a casa. Lejos de detenerse, Pedro continuó y ante las circunstancias, Yuly tuvo que dejar sus actividades y salir a la puerta a enfrentar al enfurecido hombre. Él no tenía ninguna razón valedera para acusar a su mujer de nada, no había motivo alguno para que desconfiara de ella, no tenía explicación para lo que estaba haciendo; pero comenzó a agredirla primero verbalmente, argumentando que le estaba siendo infiel; como lo había hecho en otras ocasiones; luego, con una fuerte y desconcertante patada en su zona íntima.
Aunque en múltiples ocasiones la había agredido, esta era la primera vez que lo hacía en la calle. Las recriminaciones y las palabras humillantes de Pedro hacia Yuly fueron en ascenso, al igual que las patadas, los puños y los manotazos a medida que caminaban por algún punto de la Avenida Boyacá. Las personas que pasaban por el lado no hacían caso a los gritos de auxilio de Yuly que intentaba desesperadamente zafarse de la brutal golpiza. Ella llevaba una bicicleta y entre los golpes y las ofensas decidió que al menor descuido, la utilizaría para huir del injusto castigo que estaba recibiendo. Una vez arriba de la bicicleta el pánico impidió que diera siquiera el primer pedalazo. Este intento fallido enfureció aún más al despiadado sujeto quien arremetió contra ella con más fuerza.
De la nariz y de la boca de Yuly brota sangre sin control. Ella está casi inconsciente y él ha quedado pasmado por un momento al darse cuenta de la gravedad de sus actos. Al reaccionar le pide que se calme y que lo perdone, que vayan a casa, que allí arreglarán todo. Es demasiado tarde, ella ha sacado fuerzas de algún lado y ahora corre por la avenida, con la ropa llena de sangre, haciendo que los carros frenen, pidiendo ayuda a todo el que ve, decidida por primera vez a no aguantar más, tratando desesperadamente de escapar de ese lugar, de ese monstruo; pero nadie se detiene, nadie le ayuda, nadie hace nada. La lluvia que comienza a caer le da un aspecto aún más lúgubre a la terrible escena y la termina de convertir en una espeluznante película de terror. Después de pasar por una droguería, sigue huyendo y llega milagrosamente a una iglesia, a la que entra sin dejar de correr y en donde por fin le prestan auxilio e impiden la entrada a Pedro, quién comienza a golpear la puerta e intenta entrar de algún modo.
El padre y las hermanas la atienden, la tranquilizan y le ayudan a comunicarse, con la policía y con su familia. Después de un buen rato y bien entrada la madrugada están ante un oficial de policía que le explica a Yuly lo que va a suceder. –Si está dispuesta a demandar, encerramos a este tipo de una vez– explica el uniformado. –Si no, estará suelto en un par de horas, ¿quiere demandar?-. Yuly nunca antes había contado a nadie de esta situación a la que se veía sometida; nunca pidió ayuda, nunca denunció, nunca se quejó. Pero ahora está decidida a ir hasta donde sea con tal de salir del infierno en el que vive y su respuesta es afirmativa. A Pedro se lo lleva una patrulla y a ella la acompañan hasta el apartamento en donde esperan sus dos hijos. Después de semejante evento traumático suena irónico, pero dadas las circunstancias está segura por primera vez en años; esta noche nadie la golpeará ni a ella ni a sus hijos, esta noche no hay peligro, Pedro está encerrado. Esta noche es una noche feliz para Yuly y sus niños; en la medida de lo posible.
Yuly me cuenta esto entre sollozos, con los ojos llenos de lágrimas. Con evidentes muestras de dolor que saltan a la vista cada que me da detalles mientras escarba en sus recuerdos los trágicos momentos que ha tenido que vivir, víctima de la violencia contra la mujer. También las cicatrices que tiene en varias partes de su cuerpo son prueba de su tragedia. Y aunque me parece inconcebible que haya pasado tantos años sin decir nada, sin contarle a nadie, sufriendo en el anonimato uno de los peores males que existen en la raza humana; a medida que me da las razones, empiezo a comprender el porqué de su silencio. La vergüenza de que las personas se enteren de su problema, estar en boca de todos, dar lástima y crearle más problemas a su familia, que ya tiene suficientes. El temor de las represalias que pueda llegar a recibir por parte de su marido y el estigma que la sociedad ha creado frente a personas que sufren este flagelo; porque la sociedad es cruel con el que sufre, porque antes de ayudar, aceptar y reparar, en Colombia se es experto en criticar, en humillar y en chismosear de todo y de todos. Es sumamente triste pero al mismo tiempo naturalmente comprensible que estas sean las causas por las que en nuestro país no se denuncie la violencia contra la mujer y por ende, sigan habiendo animales poco hombres, sueltos y felices de la vida por ahí, causando daños irreparables y convirtiendo en horribles pesadillas las vidas de las mujeres.
Las entidades del gobierno que deben prestar atención integral a todas las mujeres que sufren este tipo de violencia, por su ineficiencia e inoperancia hacen que el panorama sea aún más desalentador. Si se lee la ley 1257 o si se busca información acerca de este tema, pareciera que el gobierno tuviera todo perfectamente estructurado pero no es así. Como pasa con la mayoría de los temas relacionados con la protección a sectores menos favorecidos en este país se puede evidenciar que escasea un interés verdadero por acabar con el problema. Hay una parafernalia de procesos y de leyes que ninguna entidad está dispuesta a hacer cumplir. No hay un seguimiento a las víctimas, no hay garantías para alguien que quiera denunciar, se deja totalmente expuesta a la víctima y esa inutilidad y falta de interés por parte de las autoridades hace que nadie quiera denunciar. Una mujer recién golpeada que va a exponer su caso ante una comisaría de familia, por ejemplo, debe saber que lo que va a recibir como ayuda es una invitación a que concilie con su pareja. ¡Por Dios! Realmente no se pude entender qué clase de ineptos manejan este tipo de temas.
Según un artículo que leí en los últimos tiempos se ha avanzado, a paso de tortuga y muy poco, en materia de pedagogía y procesos en cuanto a la no violencia en contra de la mujer. En cualquier caso creo que, dada la urgencia del asunto, todo esfuerzo por grande que sea se queda corto y pienso que se podrían redoblar esfuerzos para mitigar este ‘problemón’ social que nos afecta a todos sin excepción y que sigue vigente hoy en día, por miles en todas las ciudades de nuestro país.