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Por: Juan David Escobar Cubides
Por cultura ciudadana comprendemos una serie de acciones y costumbres sociales que manifiestan sentido de pertenencia y convivencia comunitaria dentro de una sociedad. Pero, con un efecto positivo consistente en el pleno respeto de la dignidad humana, la diversidad, el patrimonio social y el reconocimiento de los derechos y deberes de los ciudadanos. Es, de esta manera, como encontramos en todos los territorios de un Estado de diversidad de tradiciones propias de la idiosincrasia de sus habitantes. Y esto se traduce en que los seres humanos gozan de innumerables fines, inclinaciones, visiones y aspiraciones según su proyecto vital.
Todas las personas, sin excepción alguna, piensan diferente aun cuando llegan a coincidir con unos mínimos aspectos. Es precisamente por ello por lo que asumen, generalmente, roles adversos dentro de la comunidad. Así como muchos simpatizan con la música y el deporte, otros tantos prefieren hacerlo con la política y la economía. Así como unos son fanáticos a la culinaria, otros lo son con las expresiones artísticas, así como unos son heterosexuales, otros son homosexuales, así como unos son blancos, otros son negros. El punto es admitir la situación. Algo tan básico que desafortunadamente todavía no comprenden ciertos agentes discriminatorios pertenecientes a nuestra población, lo cual trae consigo resultados nocivos para la armonía social.
Verbigracia, los estereotipos sociales, la discriminación, los patrones despectivos de la convivencia, el linchamiento moral y el exterminio de la personalidad. Se trata de demonios que, desgraciadamente ocasionan violencia y discordia abrupta dentro de cualquier población, mucho más en la colombiana. ¡Preocupante realidad!
Y traemos a colación esta apreciación porque, ahora que finaliza el año, recordamos que durante este presenciamos tres ocasiones repudiables que quisiéramos nunca más volvieran a ocurrir. Primero, observamos como rechazaban en algún club de Medellín a una persona decente y trabajadora por ser negra. Segundo, vimos en alguna universidad a dos profesores en una cafetería ‘rajando’ de un joven homosexual, que tomó de la mano a su pareja en el boulevard de la institución. Tercero, comprobamos como en un proceso de selección laboral de una ‘prestigiosa’ empresa descartaban algunas hojas de vida por las filiaciones políticas de los aspirantes. Teniendo en cuenta que puede haber más. ¡Qué vergüenza!
Estas situaciones, de lejos, nos demuestran la podredumbre moral e intelectual que padecemos como sociedad toda vez que luego de 200 años de historia patria no hemos aprendido a respetar la diferencia, las convicciones ajenas y el libre desarrollo de las personas; motivos de sobra para preguntarnos: ¿Somos cultura ciudadana? ¿Qué clase de país anhelamos ser? ¿A dónde queremos llegar con estas conductas? ¿Estamos contribuyendo con el tejido social? Mejor que los que nos lean se respondan estos interrogantes, porque en lo que a mí me atañe considero apropiado reflexionar conscientemente. Es hora de trabajar por el respeto y la cordialidad.