Por: Daniel Mejía Lozano
En el año 2018 fui candidato al Senado de la Republica, yo vivía en la ciudad de Albacete España y para este momento participaba del encuentro iberoamericano de jóvenes líderes. Cuando me invitaron a hacer parte de la lista al Senado, recuerdo que lo hizo Antonio Rocha, un amigo a quien había conocido como analista en una emisora de Bogotá, un señor respetable y crítico ante muchos casos de corrupción en Colombia.
No fue una decisión fácil, teniendo en cuenta que estaba proyectando mi carrera en España, acababa de publicar mi primer libro El Dorado Sí Existe y estaba en la etapa de promoción del mismo en Francia y Bélgica.
Sin embargo, quise vivir la experiencia y acepté la invitación de Antonio. Viajé a Bogotá, me inscribí a la candidatura y empezó el calvario. Las garantías electorales en Colombia son una poesía quijotesca, un verso maravilloso en la constitución, pero en el mundo real una utopía.
Cuando regrese a Colombia a raíz de las serias denuncias que había publicado en mi libro en España aún contaba con seguridad de parte de la Unidad Nacional de Protección, con quienes se presentó la primera irregularidad, que como todas las irregularidades se denuncian y se archivan en el país del sagrado rostro.
Faltando 20 días para el cierre de la campaña me cambiaron el escolta arbitrariamente, al no aceptar el cambio el escolta asignado nunca regresó hasta cinco días después de las elecciones, cosas que pasan y que se tapan todos los días. Sin seguridad era muy complicado ir a lugares como el Líbano, Tolima, donde habíamos realizado de la mano del consultorio jurídico de la Universidad Externado una grave denuncia por la explotación ilegal de oro y las amenazas a líderes sociales. Pasaba lo mismo en muchos otros territorios del país.
Por esos días, el periódico El Mundo de España había publicado los resultados de mi investigación, en un artículo titulado “Los Narcos cambian la cocaína por el oro”. El ambiente no era propicio para ir a hacer política, así que preferí quedarme en casa y aprovechar las redes sociales para culminar mi campaña.
Cuando no se tienen testigos electorales, ni recursos económicos, mucho menos estructura de clientelismo, aspirar al Senado de la República es como querer ser cantante sin voz. Los partidos políticos se convirtieron en empresas familiares que utilizan recursos públicos para perpetuarse en el poder.
Durante dos décadas, se ha querido hacer una reforma electoral en Colombia, evidentemente no se ha logrado y difícilmente se logrará. Qué empresario quiere perder su empresa, si son los congresistas quienes deben hacer esta reforma. Es evidente que no van a perder su lugar corporativo y deben obedecer a los intereses de quienes por décadas han gobernado este país.
La crisis institucional se refleja en los partidos políticos. En los últimos días, congresistas y diputados han renunciado a sus curules y colectividades. En medio de este escenario, el Concejo Nacional Electoral juega un papel determinante.
Podríamos comparar el CNE con el árbitro en un partido de futbol; debe sancionar a quienes cometen irregularidades y vigilar que toda la disputa democrática funcione a la perfección. De otra parte, la Registraduría, a quien podríamos comparar con la Federación Colombiana de Futbol, debe garantizar la transparencia en el proceso y es ella quien en primera instancia define quién es el ganador.
En estas dos instituciones la injerencia de los sectores políticos es total. El Presidente del Concejo Nacional Electoral, Hernán Penagos, fue Presidente del Congreso y muchos registradores de municipios apartados son nombrados a dedo por recomendación del senador o político que tiene injerencia en el territorio.
Así las cosas, después de mi aspiración al Senado en el año 2018 y de haber entregado a la perfección mi informe contable al partido Opción Ciudadana, hoy me encuentro con un escenario aterrador. El partido que me avaló cerró las puertas y, al mejor estilo de la pirámide DMG, se perdió con el dinero de la reposición de votos. Pero todo no termina en ese punto, nunca entregaron informes contables y los embolataron ante el CNE.
Ese es el balance de mi candidatura al Senado. Comprendí que la raíz de la crisis institucional está en una democracia de papel donde aparentemente existen todas las normas para la transparencia, y en realidad lo que se ha construido es un sistema impenetrable para que Colombia, generación tras generación, sea gobernada por las mismas familias con los mismos partidos y uno que otro alternativo al que dejan entrar de vez en cuando para disimular la cosa.
La excongresista Aída Merlano trató de decirlo, pero la callaron y la dejaron tras las rejas, claro ella solo quiso contar cómo funciona la verdadera democracia en Colombia, pero la institucionalidad en defensa de su ética y “buen nombre” utilizó todas las herramientas para desprestigiarla y, lo más importante, para hacer que no sea escuchada.
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