El parque Sucre en Bogotá se hizo popular gracias a una generación inspirada en las exigencias globales de paz y amor que traspasaron el océano a través de la música y que hizo del lugar su punto de encuentro, allí, en la década del 60, se construyeron sinergias bajo una identidad colectiva por el respeto a la vida y las ideas que llegaban de Francia en donde los muros parisinos gritaban “seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Desde entonces los bogotanos lo conocemos como el parque de los hippies, el parque que evoca euforia, pero que el pasado domingo tuvo que ver, como nunca en su historia, la tristeza y la desilusión que provocaron los boletines oficiales de la registraduría anunciando el triunfo del no en el plebiscito que consultó sobre la refrendación de los acuerdos de paz, mientras la BBC de Londres divulgaba los rostros en llanto de las juventudes bogotanas, el País de España preparaba una publicación en la que su autor nos comparaba con vacas que se dejan conducir a la autoaniquilación, nadie allí entendía por qué estando tan cerca a ponerle fin a la guerra, habíamos elegido como sociedad continuarla, a pesar de las 7 millones de víctimas que nos ha costado.
Desde afuera es fácil percibir que tomamos una decisión contraria al sentido común, algunos que indiferentes a lo acordado prefirieron no votar, hoy podrían estar sintiendo, con toda la razón, que son culpables de que el mundo ironice sobre nuestra sociedad, el sentimiento de rabia es necesario y profundamente genuino considerando que quienes constituyeron mayoría (62.6%) fueron precisamente los abstencionistas. Sobre el 37.4 % restante hay que decir que la mitad voto por el sí y la otra mitad (mas 0.43 puntos que hicieron la diferencia) votaron por el no, es decir, se trata de una victoria relativa que no cuenta con la suficiente holgura para considerarla absolutamente legítima.
La rabia que hoy es indignación, motivada por el sentido común, se ha constituido como eje popular de un cúmulo de ciudadanos que en medio de la crisis, se han puesto como tarea no dejar morir la posibilidad de paz en Colombia, bajo la égida de variopintas consignas se han arrojado a las calles a realizar asambleas deliberativas, han organizado movilizaciones y han planteado espacios de formación, acudieron corriendo cuando vieron caer el porvenir, a mí me llegó la invitación por whatsapp y de inmediato me contagiaron, quizás porque a diferencia de las campañas del sí, esta no estaba contagiada por la burocracia ni los egos del país político, fui testigo de una reunión espontánea el lunes en el park way, alrededor de 1000 espíritus, en su mayoría gente joven, discutimos, nos escuchamos y decidimos construir la mayoría social que le diga sí a la paz, alejados del país político al cual el 62% de los colombianos ignoraron, nació un pacto entre ciudadanos y para ciudadanos: construir la paz de abajo hacia arriba, desde la perspectiva ciudadana, desde la calle.
Ahora el balón no lo tiene Uribe, ni Santos, ni Timochenko, ahora el balón está en poder de la ciudadanía, único actor dentro de nuestra democracia con poder para quitar lo que está mal y decidir sobre el bien colectivo, hace un par de meses parecía una utopía, pero hoy está sucediendo, no nos quedemos sentados, seamos realistas, pidamos lo imposible.
La clavada de impuestos que se avecina, tendrá la misma respuesta ? .o eso no importa al ciudadano!
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Sin duda, es un panorama más esperanzador el promovido por los ciudadanos y ciudadanas. Mientras nuestra clase poolítica se revuelve en sus propios y intereses y con representación minoritaria, es importante que la ciudadanía lidere escenarios de paz real, estable y duradera.
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