Hay muchas imágenes tiernas dando vueltas por las redes sociales, que tratan de ilustrar de una manera más amable lo que sucedió el pasado 28 de noviembre casi a la media noche en algún oscuro lugar, en las montañas de Medellín. Algunas imágenes muestran a los integrantes del Chapecoense siendo bienvenidos en el cielo, recibiendo cada uno la aureola correspondiente; otras hacen el recuento de los logros del equipo brasilero, que ascendió 4 categorías en pocos años; al finalizar, la imagen dice algo como: “y al final, ascendieron al cielo”. Tienen, estas imágenes, algo más en común que su ternura y sentimentalismo; no representan la realidad de los hechos, no hacen justicia a lo ocurrido en esa noche de terror.
Los jugadores, demás miembros del Chapecoense, periodistas y tripulación del CP 2933 no se fueron de este mundo entre nubes cómodas, no partieron de manera tierna, no descansaron tranquilamente antes de su muerte. Los momentos previos, según se conoce por las hipótesis del siniestro, fueron horrendos y llenos de desesperación y tortura. Después de que el avión se partiera por el golpe contra la montaña, lo que quedó, se deslizó monte abajo repartiendo cuerpos encima de los árboles, debajo de las latas retorcidas; mutilando cuerpos sin compasión, creando imágenes dignas de las películas más sanguinarias de terror que se hayan visto, que después serían captadas por los lentes de las cámaras de los reporteros. Treinta por ciento de los cuerpos quedaron fuera del fuselaje y lo demás ni para qué recordarlo.
Esas falsas imágenes se me antojan similares a los comentarios que aparecen de repente: “Son cosas del destino”- “Les tocaba”- “Dios sabrá por qué se los llevó”
Por qué siempre queremos buscar un culpable para todo lo que nos sucede. Y por qué siempre lo buscamos de forma incorrecta. Por qué nos pasamos la vida lejos de buscar la guía de Dios y su voluntad y cada que pasa algo malo volteamos la mirada hacia arriba para descargar nuestras responsabilidades en él. Por qué no tenemos en cuenta a Dios en cada cosa que hacemos y en cada decisión que tomamos y sí descargamos todas las consecuencias de nuestros actos en una supuesta providencia divina.
Así como esas imágenes que en principio parecen tiernas, no representan lo sucedido; la forma en que se toman siniestros como el de Chapecoense, no tiene nada que ver con la realidad.
Lo que pasó tiene explicaciones tan humanas como cada uno de nosotros y no hay que ir demasiado profundo en los hechos para comprobar que fue un absurdo accidente que se hubiera podido evitar con tan solo hacer las cosas de manera correcta. Ya sobran las pruebas que advierten que la tragedia es el resultado de una cadena de errores absurda e incomprensible. Las noticias abundan en las páginas de noticias y las pruebas serán más claras y contundentes con el pasar de los días y las investigaciones.
Lo que no puedo entender es la simpleza con que se dejan este tipo de acontecimientos al azar, al destino y a la supuesta corriente de la vida.
Así son algunas personas en su vida. Piensan que lo que les fue dado, el milagro de la vida, el regalo de vivir; lo pueden usar de cualquier forma. Piensan que las personas que tienen a su lado, las personas que se les puso en su camino; se pueden tratar de cualquier manera y que no necesitan mayor cuidado. Piensan que lo que sea que pase en sus vidas, es producto de alguna extraña operación del universo y que lo que venga hay que aceptarlo porque así lo quiso Dios.
Deberíamos ser más conscientes de que todo lo que pasa en nuestra vida es producto y consecuencia de una decisión que tomamos, mala o buena.
Si no le parece, mire el ejemplo más cercano. Unos empresarios decidieron crear una aerolínea que no cumplía con los requisitos necesarios. Un capitán y sus ayudantes decidieron volar con la cantidad de combustible apenas suficiente, ignorando las reglas que dicen que se debe tener contar con más del necesario. Un piloto que tenía la posibilidad de aterrizar y reabastecerse de combustible pensó que alcanzaba a llegar (con lo absurdo que eso suena) y decidió continuar hasta el final. El mismo piloto que lleva más de 10 minutos hablando con una controladora aérea, y que sabe de los problemas que su avión tiene, decide no alertar de inmediato de sus fallas, porque sabe que no hizo las cosas bien; y prefiere poner la vida de muchas personas en riesgo de muerte, con tal de no exponerse a sanciones y demandas. Usted dirá: Y en todo esto qué tienen que ver los que toman el vuelo y fueron las víctimas. Desafortunadamente la persona que tomaba las decisiones anteriores tenía bajo su responsabilidad la vida de todas esas personas; pero las directivas del equipo son responsables de asegurarse de que la aerolínea tenga las condiciones mínimas de seguridad para realizar esta clase de vuelos. Y si no las había, nunca debió despegar. Ellos no tomaron la decisión de asegurarse de que todo estuviera en orden para su desplazamiento y, el ser humano tiene tanta autonomía en sus decisiones, que cuando no decide, otro termina decidiendo por él. Y muchas veces, ese otro no toma decisiones acertadas.
Creo que se debe tomar más en serio el rumbo que toma nuestra vida a través de consecuencias que vienen por decisiones para todo lo que hacemos. Pienso que debemos dejar ese pensamiento de que todo pasa por algo que no entendemos. Debemos dejar de aceptar que todo lo que sucede es culpa del destino y que no se puede hacer nada. El ser humano tiene la capacidad de determinar su destino y cambiar su futuro para bien o para mal, según las decisiones que tome. Seamos responsables de nosotros mismos, de lo que nos rodea, de quienes nos rodean. Tomemos el lugar que nos corresponde y dejemos de excusarnos y buscar culpables para lo que no hemos sido capaces de afrontar y asumir.
La tragedia que hoy nos destroza el alma no es algo inexplicable que sucedió por providencia de quién sabe qué. Se tomaron decisiones incorrectas, hubo negligencia, hubo descuido, no se tomaron precauciones, no se tuvo en cuenta aspectos vitales. No tendrían que estar niños sin padres, esposas extrañando esposos, sueños rotos, ilusiones y metas cortadas por la mitad. No tendría que haber tanto dolor y sufrimiento. No tendríamos que estar llenos de impotencia y desasosiego. No tendríamos por qué estar cansados de ver por la televisión, los periódicos y las redes, imágenes horribles, historias de vida acabadas, unas peores que las otras. Nada de esto tendría que haber pasado; pero no fue el destino, ni la providencia divina… No más con ese cuento.
Excelente artículo. Yo añadiria el hecho que no habrá culpables que paguen por esto, por que quienes tejieron toda esta maraña de desaciertos, son hasta cierto punto intocables, vaya usted diga algo que toque a Maduro, o a Evo Morales, las redes sociales lo «destrozaran».! Que descansen en paz, víctimas inocentes!
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