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Josué Martínez FPor: Josué Martínez

Por estos días, fríos y aburridos en la capital; días en los que se supone que hay que ir a viajar, (por alguna extraña regla que alguien puso y que inconscientes y obedientes, casi todos siguen cada semana santa) a mí me entra de nuevo el deseo desesperante de comenzar un viaje que hace mucho quiero hacer y que por una razón y otra he postergado y no he sido capaz de comenzar.

No me gustan los viajes de afán, no me gusta viajar cuando hay que hacerlo, cuando todos lo hacen. El transporte es horrible, todos los sitios turísticos están a reventar, los trayectos duran dos o tres veces más de lo normal, se sube el precio de todo y hay que pagar la gana allá a donde quiera que uno vaya. Entiendo que la mayoría lo hace, por la simple razón del calendario, porque hay un descanso un poco más largo de lo normal, una anhelada pausa en la aburrida y tediosa realidad que viven en sus trabajos, que si bien son fuente de ingreso, no son lo que elegirían y que si por ellos fuera, estarían haciendo algo bien distinto, como por ejemplo, viajar.

Pero si me preguntan en serio, la razón por la que no viajo en estas fechas es porque no soporto que el sistema dicte para las personas, exactamente todo su calendario en la vida, incluso hasta las vacaciones. Vivimos en un sistema que nos mantiene trabajando como un relojito suizo. Nos ordena el día, desde que despertamos hasta que dormimos (los que lo pueden hacer bien). Nos ordena a meternos en esa lata de sardinas que es el TrasMilenio cada día en la mañana y en la noche, o si tiene vehículo, en esos trancones infernales por donde sea que ande; nos ordena qué comer y en qué malgastar el precario sueldo que la mayoría gana; nos condenó hace mucho tiempo a meter en nuestro cuerpo altas dosis de acetaminofén, amoxicilina e ibuprofeno, sea la enfermedad que sea que padezcamos; a tener los horarios que se les ocurre y a ganar lo que sea, independientemente de que ni siquiera haya proporción entre lo que se gana y lo que se gasta. No contentos con eso, también tenemos que salir en unas fechas establecidas, a dejar el dinero y a estresarnos peor en una semana llamada Santa, pero que está lejos de serlo.

El viaje que quiero, no tomaría lugar en fechas como estas. No lo haría porque tengo 3 días de vacaciones y hay que correr al primer destino que alumbre. El viaje lo haría porque el mundo es grande y misterioso y se hizo para recorrerlo. Lo haría porque cada vez que viajé, siempre hubo cosas nuevas para descubrir, para escribir y para contar. Lo haría porque hay miles de lugares cargados de cultura e historia, lugares míticos con geografías alucinantes y con secretos esperando ser contados. Viajaría sin boleto ni fecha de regreso. El único horario y las reglas para seguir serán las que vaya dictando el camino y sus experiencias. El único afán será el de ir explorando cada lugar visitado, el estrés y las preocupaciones no las producirán las cuotas, el saldo en el banco, el tedio, la monotonía ni la obligación.

Ese viaje es mucho más parecido a lo que hizo Christopher McCandless por allá a comienzos de los 90. Que cansado de hacer lo que se supone y pretende la sociedad, debía hacer y cansado de la pretenciosa y aparente vida que vivía su familia y estaba comenzando a vivir él; sale a recorrer su país en busca de libertad, en busca de historias, en busca de vivir de verdad.

Y es que no sé si haya otra salida a esa enfermiza vida que hay que vivir. Las mismas razones que impulsaron a Chris son las mismas que me impulsan hoy. De verdad creo que alguna vez en la vida todos hemos tenido ese extraño impulso de salir volando y dejar todo de una vez por todas y ser libres. Una amiga me dijo por estos días que eso solo le ocurría cuando se deprimía y que luego volvía en sí y se tranquilizaba y seguía con su vida. A mí me parece que está lejos de calmarse cuando se le pasan las ganas de irse, creo que es miedo lo que se apodera de las personas y la incertidumbre por lo desconocido hace que vuelvan a ese caparazón del sistema, esa seguridad fingida de un salario y un seguro, abondonando el deseo creciente que hay dentro de cada persona de ir por lo desconocido, de revelarse a lo que le tocó y vivir otra realidad que valga la pena.

Podría decirse que el ejemplo de Chris no es muy alentador a juzgar por su desenlace. Murió de inanición cerca de un Parque Natural en algún sitio recóndito de Alaska, cuatro meses después de haberse internado en esos fríos e inhóspitos bosques, sin el equipo necesario y falto de comida y experiencia. Pero considero que no fue para nada un fracaso. Vivió dos años viajando por todo Estados Unidos y la frontera con México. Conoció infinidad de lugares y de personas, consiguió su sustento realizando diferentes labores y aprendió mucho más de la vida que cualquier otra persona. Aunque murió, su vida inspiró un par de libros y una película, su experiencia ha inspirado a muchos a intentar salir de su rutina e ir en busca de historias, en busca de lugares y experiencias, en busca de la vida. Si pusiera en una balanza, creo que pesaría más lo que hizo Chris, que se atrevió a vivir su sueño, no solo a imaginarlo y a desearlo, sino a trabajar por él, a buscarlo, a descubrirlo; porque lo que hace la mayoría de la gente es vivir lo que le tocó, estudiar lo que se pudo y emplearse en lo que salga, para subsistir normalmente, aceptablemente, mediocremente, miedosamente…

Chris no solo estaba aburrido del sistema y de la aparente y tediosa vida que conoció en su familia y en su entorno, también tuvo problemas en su crecimiento por violencia intrafamiliar y problemas relacionados a su núcleo familiar. Lo anterior sumado a una ideología que fue creciendo dentro de él, alimentada por el consumo sin control de literatura de Thoreau y Tolstoi, entre otros; lo llevó a tomar decisiones y posturas extremas en cuanto a su forma de vivir. Y aunque esto le costó la vida, creo que no estuvo lejos de conseguir lo que buscaba: la verdadera razón de las cosas, el verdadero sentido de todo. Aprendió mucho en su viaje y días antes de morir quiso volver y hasta pensó en un reencuentro con su familia. Pero cometió muchos errores y la naturaleza inclemente y las profundas equivocaciones, pudieron más que su filosofía de vida y sus sueños.

A muchos nos dejó una luz hacia nuestro futuro inmediato. A muchos nos dejó al menos la incertidumbre: ¿Qué pasa si un día solo decido y me voy en busca de eso que no encuentro en este sistematizado y enfermo diario vivir? ¿Qué pasa si me canso completamente de ese monótono ir y venir, de ese desespero que siento mientras espero que pasen las horas sentado en esa fría silla de la oficina, viendo cómo se mueren los minutos y las oportunidades de vivir frente a ese rectángulo que me muestra correos, cifras, gráficas y reportes? ¿Qué pasa si con ideas parecidas y con menos errores salgo en buscar de vivir?

Después de todo si me quedo solo seré un eslabón más de la cadena, una inerte pieza más de esta gran rueda, que aunque no va a ningún lado no se detiene; además, si no estoy en ese aburrido y helado puesto de trabajo, no me extrañará nadie; habrá otra pieza, otro número asignado y hasta por menos sueldo que el mío…

«Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación.»    Thoreau

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