Este año Colombia crecerá alrededor del 1,8%, según el Banco de la República. Una cifra preocupante, la cual refleja que los fundamentales de la economía no son lo suficientemente robustos como para creer que la tormenta del choque a los términos de intercambio -la caída de los precios del petróleo- cesó. En este contexto, durante los últimos meses, las presiones políticas y gremiales para que el banco central disminuya sus tasas de interés se han hecho cada vez más fuertes.
Por un lado, se aduce que las altas tasas de interés, las cuales se elevaron desde 2015 para contener las presiones inflacionarias del choque, están asfixiando el crédito en la economía, de lo cual se desprenden colaterales desafortunados para el crecimiento. Nada del otro mundo. Por naturaleza, la disyuntiva entre inflación y crecimiento pone a la autoridad monetaria en un dilema de política, en el cual esta debe evaluar qué variable tiene más peso en su función. Por mandato constitucional, la balanza se inclina por contener a la inflación, sacrificando un poco de crecimiento.
No obstante, se insiste en que las presiones inflacionarias corresponden al pasado, por lo que es momento de que el banco central enfoque sus objetivos en estimular el crecimiento, reduciendo las tasas de interés. La presión, tanto de los gremios como del gobierno, es evidente y ha sido bastante efectiva: desde diciembre, la autoridad monetaria ha acogido una senda de reducción de la tasa de interés, la cual, alcanzó su cenit en la última reunión de abril, cuando esta se redujo en 50 puntos básicos. De esta manera, se espera que en la próxima reunión las presiones a la baja se acentúen con el anuncio de la cifra de crecimiento del PIB durante el primer trimestre, la cual, se espera, no sea muy halagadora.
Ahora bien, los datos agregados de inflación de los últimos meses le dan razón a quienes presionan las tasas de interés a la baja. Sin embargo, una revisión desagregada de los rubros de inflación nos aboca a un diagnóstico menos halagüeño. Quienes presionan al banco central ignoran el efecto estadístico de la inflación por alimentos que sesga el dato mensual a la baja. En otras palabras, los datos de los últimos meses, comparados con los de hace un año, cuando la inflación de alimentos estaba por las nubes gracias a la sequía asociada al fenómeno del niño y al efecto pass-through de la depreciación del tipo de cambio, evidentemente muestran una gran variación a la baja, pues hoy tenemos todo menos sequía y los precios domésticos se han ajustado a la depreciación, lo cual hace caer los precios de los alimentos.
De esta manera, un análisis más preciso ignoraría este efecto -que, por cierto, es transitorio- y se enfocaría en los rubros restantes. Así las cosas, los últimos datos de inflación, sin alimentos, no nos permiten cantar victoria. Se evidencia que rubros como los no transables (servicios), los regulados y el IPC sin alimentos no han caído lo suficiente y, de hecho, algunos han aumentado (ver acá y acá). Esto nos augura que, cuando se disipe el efecto estadístico de la inflación de alimentos en los próximos meses, se hará evidente que el desempeño de la inflación no es tan alentador.
Esto, aunado a unas reducciones apresuradas de la tasa de interés, pone en entredicho los objetivos de la política monetaria pues las menores tasas demoran meses en transmitirse a la economía (máxime cuando los bancos comerciales se encuentran reacios a reducir sus tasas de usura) por lo que, para cuando lo hagan, la inflación no caerá lo suficiente por la ausencia del efecto estadístico. Más aún, las menores tasas de interés, entendidas como una política permanente del banco central, elevan las expectativas de inflación de los agentes, impidiendo que esta se acerque a la meta.
En este sentido, una inflación que difícilmente seguirá cayendo en el siguiente semestre más unas menores tasas de interés que demoran en transmitirse a la economía, ralentizando así su efectividad para potenciar el crecimiento, pueden dejar al banco central con el pecado y sin el género. De esta manera, la autoridad monetaria debe reafirmar su independencia -consagrada en la carta constitucional- frente a las presiones externas respondiendo a los dilemas de política con decisiones eminentemente técnicas.
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