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Josué MartínezPor: Josué Martínez

Dicen que los libros no llegan por casualidad a las manos de las personas; que son como los amigos, hay que tener muchos porque no se sabe en qué momento se va a necesitar su ayuda y que hay un libro para cada momento de la vida. En este momento de mi vida llegó a mis manos un libro que publicaron, hace unos años, con motivo del primer aniversario de Bogotá como Capital Mundial del libro, en el que poco más de 70 escritores plasman sus vivencias y pensamientos, mostrando la percepción que tienen de la capital del país y de qué manera ha influido en sus vidas. Me divierto leyendo todo tipo de composiciones literarias de una ciudad que, a juzgar por lo que logro concluir; da tanto como quita, despierta por igual pasiones y desencantos, hospeda a tantas y tan diversas gentes, alberga y adopta culturas de todos los rincones del país y del mundo, y es el lugar que nos ha brindado lo poco o lo mucho que hemos conseguido. Escriben de una manera tan sencilla y a la vez tan atrayente; hacen que uno recorra sus recuerdos y llegue a ser parte de sus historias. Porque la historia de cualquier bogotano es, con algunas razonables variantes, la historia de todos los bogotanos. ¡Cómo me gustaría escribir así¡ Cómo me gustaría que mis líneas hipnotizaran a quien las lee…me pregunto, cuál es el secreto para que eso pase.

Las historias que leí y el sentido de pertenencia por ser hijo de la capital, me llevaron a intentar registrar mis ideas sobre ella; esto fue lo que salió. Como toda gran ciudad, Bogotá no duerme, me parece un gran mecanismo en constante movimiento en donde cada pieza cumple su función, haciendo que nunca pare la producción; acostumbrando a sus habitantes a ese ritmo desenfrenado y monótono de rodar en una misma dirección y hacer lo mismo cada mañana. Aunque puede que pase en todas las grandes ciudades, me sorprende la manera en que media ciudad se desplaza de sur a norte y viceversa para ir y volver de su trabajo, causando caos en materia de movilidad y medios de transporte. Pienso, en si no se podría hacer algo para cambiar esto; siendo esta una urbe cosmopolita y cambiante, en donde se piensa en el bien colectivo y no en el individual; ¿no se podría centralizar la parte productiva de la ciudad? ¿Acaso no es la clase trabajadora la que mueve la industria? ¿Acaso todos los dueños de empresa tienen que vivir a dos cuadras de la oficina? Siendo ellos los que tienen vehículos y les sería más fácil transportarse; ¿no cambiaría un poco el caos que se crea todos los días en las horas pico?. ¡Ah pero claro!, no me acordaba. Eso es algo que pasa en todo lado y es ¨normal¨; debo aceptarlo; así son las cosas y debo acatarlas sin reproche… lo que tengo que reconocer es que tengo un problema serio con aceptar la forma de vida de esta ciudad. No me conformo, no me parece.

Bueno, pero como la idea es mirar a mi linda y querida ciudad de Bogotá, desde todo punto de vista, no voy a negar que también suceden cosas buenas. Por ejemplo quién diría que yo, en un ambiente tan adverso y hostil como el que ofrece un trayecto de sur a norte en Transmilenio, pudiera haber conocido una bonita muchacha de cabello ondulado y ojos claros… sucedió una rutinaria mañana: después de ser escupido dentro de un articulado, me disponía a sacar mis audífonos y encender la radio en mi teléfono cuándo algo a mi lado derecho captó mi atención. 1,60 cm de estatura, piel canela, ojos grandes y claros, mirada tierna… Sin duda pensé que su constante mirada sobre la mía obedecía a mi irresistible atractivo hasta que descubrí después, por su innecesaria confesión, que le tenía pisada una de las manijas de su bolso y que me trataba de decir con la mirada que levantara el pié. Como en el momento no lo sabía, su ¨interés¨ despertó en mí el instinto conquistador y con facilidad de palabras y experiencia como donjuán le dije… ¨hola¨. No fue necesaria una gran táctica para que me contara muchas cosas y me confesara que se había interesado en mí (aunque el interés por que liberara su bolso era mayor desde luego), después de todo parece que ¨tengo lo mío¨. Le pedí que me permitiera cargar su bolso mientras llegaba a su destino y este sencillo acto al parecer le causó gran impresión. Me dio su nombre, la contacté por internet, ahora hablamos con alguna frecuencia y tenemos una salida pendiente. Sin dudas fue un momento diferente y divertido que pasé al lado de una linda chica mientras recorría las calles de Bogotá.

No quisiera dejar pasar esta oportunidad sin antes referirme a un sector especial de la capital. Desde niño me causó profunda curiosidad el centro de la ciudad. Recuerdo que mi padre me llevó algún día en busca de un buen libro por la carrera séptima. Además de sus calles repletas de vendedores ambulantes, artistas ofreciendo su talento, comercio y actividad desbordantes por doquier y que parecía que había un pequeño mundo diferente en unas cuantas cuadras; lo que no puedo sacar de mi mente es una melodía que venía de lejos y que no había escuchado nunca: fresca y apacible, me hizo imaginar que estaba en la mitad de la selva. A medida que nos acercábamos, el sonido se hacía más nítido y podía identificar con claridad de qué manera uno de sus instrumentos remedaba un río, otro imitaba el canto de un pájaro y otro más hacía que la piel se me erizara por la manera perfecta como lo interpretaban esos músicos, que más me parecieron en ese momento, tal vez por mi sorpresa e inocencia, un maravilloso grupo de ángeles. Seis hombres de aspecto diferente vestidos con túnicas muy blancas, con el cabello muy largo, liso y negro y sobre su cabeza un gorro también blanco que cubría sus orejas. No volví a ver algo así nunca; lo único que sé es que era un grupo indígena que tocaba música andina. Qué bueno sería promover y proveer espacios para estas muestras realmente culturales y edificantes.

Hoy del centro conozco algunas otras partes. Tecnología en la décima con veintiuna, los accesorios para celular en la trece con trece, las jugueterías y las misceláneas de la mariposa ¨pa¨ dentro, accesorios deportivos en la séptima con diecisiete. En la calle 16 entre carreras 7° y 9° hay un verdadero paraíso. Locales con los estantes rebosantes de libros a lado y lado de la calle, títulos y colores; allí se pueden encontrar por igual libros originales específicos (y muy caros) en las librerías organizadas, y trilogías completas de la última saga promocionadas hasta en diez mil pesos (copias de muy mala calidad) en los carretas de madera que ponen como improvisadas tiendas. Las ¨chicas chicas¨ por la 19 y más hacia el norte por la carrera 13 casi con ¨avenida nule¨ (porque la 26 es la avenida nule para los de mi generación) se descubre imponente el sector más civilizado de la ciudad: la Torre Colpatria, el Hotel Tequendama, el Edificio de Avianca y todo ese grupo de grandes edificaciones que aunque las veo todos los días, no puedo evitar quedarme atrapado por ellas cada que paso por ahí, sobre todo en la noche. El puesto de revistas en la dieciocho con novena en donde aparte de encontrar alguna revista con alguna entrevista o algún artículo interesante, siempre encuentro algún libro original, de segunda pero en buen estado, como es el caso del libro que me llevó a escribir este artículo.

Hay seguramente muchos más lugares y anécdotas conmemorativas e importantes de mi ciudad, pero esto es lo que se me viene a la cabeza tan pronto pienso en ella y es lo que quería compartir en esta oportunidad.

@10SUE10

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