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Jair Peña Palabras masPor: Jair Peña Gómez

Dentro de las distintas figuras literarias o recursos retóricos se encuentra el oxímoron, que consiste en usar en una frase dos palabras con significados contrarios, por ejemplo: colmado de nada, gritando en silencio, iluminado de negro o Estado de Bienestar.

Y sí, es que las más de las veces decir Estado acompañado de la palabra bienestar es una contradicción en los términos. Bien lo dijo M. Rothbard: “El Estado nada produce, sólo puede confiscar lo que otros han producido. El Estado por tanto nada puede garantizarnos”, y si el Estado no puede garantizarnos nada, ni lo más mínimo, mucho menos podrá garantizarnos el bienestar.

América Latina ha sido seducida desde la instauración de la Unión Soviética hasta nuestros tiempos con el discurso romántico del socialismo, que no cándido, pues están más que claros sus intereses y saltan a la vista sus nefastos resultados. No sólo es el pueblo ignorante – como la izquierda irredenta y arrogante llama a todo aquel que discrepa de su ideología – quien ha caído en los cantos de sirena del socialismo depredador, sino también aquellos que han podido educarse en universidades de élite.

Nuestra academia ya no llama al socialismo por su nombre, lo bautizó “progresismo” en aras de la tolerancia verbal; ya no considera que en Bolivia o Nicaragua hay autocracias, sino que son “democracias populares”; ya no usa el término terrorismo para referirse a quienes atentan contra el orden social y constitucional, sino que le llama insurgencia o rebelión; desconoce de igual forma – con ignorancia supina – el marxismo-leninismo y el libre mercado, pero al primero lo aplaude y al segundo lo condena.

Así, el socialismo, con su exitosísima comunicación estratégica, encontró asidero en el terreno político-jurídico latinoamericano, logrando importantes victorias electorales y legales en sus más de 19.000.000 KM2. Afortunadamente el fenómeno empieza a revertirse, al menos sobre el papel, porque las consecuencias de las políticas asistencialistas durarán por décadas en los países al sur del Río Grande.

¿Qué países han aplicado el Estado de Bienestar en América Latina?

Se podría afirmar que todos, incluso Chile, país que alcanzó el desarrollo gracias a las reformas liberales: desregulación económica, eliminación de subsidios, autonomía del Banco Central respecto al Gobierno e instauración de límites constitucionales a este último. Desde Baja California hasta la inmensa Pampa Argentina, todos los Gobiernos latinoamericanos, de derechas e izquierdas han implementado políticas con un enfoque más “social” … perfectamente se podría decir que más socializante.

Tres ejemplos:

Argentina: desde la llegada de los Kirchner al poder, la deuda pública en el país austral ha crecido de manera sostenida, mientras que en 2005 la deuda era de 154.270 millones USD, en 2018 es de 331.481 millones USD, según cifras del Ministerio de Hacienda. Claro, todo esto justificado por una mezcla explosiva entre la tesis keynesiana de incrementar el gasto público para aumentar el consumo y reactivar la economía,y el discurso socialista de ayudar a la gente a salir de la pobreza, no creando un clima favorable para la generación de empleo, sino manteniendo de manera prolongada los subsidios a los servicios públicos, a la educación, al transporte, etc. Pese a que Mauricio Macri ha intentado recortar el gasto público eliminando distintos subsidios, el modelo gaucho es insostenible, porque la mayor parte del gasto está destinada al mantenimiento de todo el aparataje burocrático, que entre el año 2007 y el 2014 aumentó 695%.

El caso colombiano es similar, la deuda pública alcanza el 45% del PIB, la cuarta más grande de la región, sólo por detrás de Brasil, Argentina y Costa Rica. Todo ello propiciado en gran medida por el crecimiento burocrático, los compromisos adquiridos con las FARC y el desproporcionado gasto en publicidad estatal durante la era Santos. Viviendas subsidiadas en un 100%, fortalecimiento de Familias en Acción, el régimen subsidiado de salud y cien programas más, que sólo logran hacer inviable el auténtico bienestar económico del país, que, aunque – dicho sea de paso – se denomine constitucionalmente como una Economía Social de Mercado, para sonar más cool, nada tiene que ver con la ESM propuesta por Ludwig Erhard y demás ordoliberales alemanes.

Por otra parte, el titán de Sudamérica: Brasil, enfrenta la mayor crisis económica en 100 años, al menos así lo afirma Eleonora Gosman, corresponsal en Sao Paulo del diario argentino Clarín. Parece que el lema Ordem e Progresso está en entredicho por estos días, pues Brasil tiene una deuda que supera los 1,2 billones de USD. Consecuencia y producto – a juicio de quien escribe – de las políticas económicas implementadas por el Partidos dos Trabalhadores, primero en el Gobierno Lula y posteriormente en el Gobierno Rousseff.

Quien sentó las bases del nuevo modelo económico socialista brasilero fue Antonio Palocci, Ministro de Hacienda de Lula y trostkista confieso. Por supuesto que la economía creció en un principio, todo esto por la cuantiosa inversión social que aumentó el consumo, pero a la larga empeñó el futuro de los brasileros, pues no se incentivó el ahorro y el gasto se mantuvo en un constante incremento. Hoy la deuda representa el 77% del PIB y los expertos coinciden en que el crecimiento del PIB en los años venideros apenas alcanzará el 1%.

La ilusión óptica del Estado de Bienestar

En un principio, la política de gasto hace que haya mayor cantidad dinero en el mercado, aumentando la sensación de bienestar, las personas consumen más, pero a largo plazo esto genera déficit presupuestario, dado que el Estado no alcanza a cubrir las obligaciones que se arrogó y debe recurrir al financiamiento internacional, aumentando la deuda pública. Esto en el mejor de los escenarios, el más complejo es en aquellos países en los cuales el Banco Central no guarda independencia y responde al Ejecutivo, puesto que la “solución inmediata” es emitir moneda, lo cual genera inflación y sólo hace más difícil la situación, este es el caso de Venezuela.

Se podría afirmar entonces que en un Estado de bienestar se piensa en el corto plazo, sin importar el futuro, bajo la lógica de: hoy estamos vivos, mañana no sabemos. La duración del Estado de bienestar depende de la riqueza que un país haya acumulado y los impuestos que logre recaudar. Si es un país rico como es el caso de Francia, logrará perdurar por más tiempo; si por el contrario se trata de un país de renta media como lo era Venezuela, la caída es más apresurada. No obstante, sea cual sea el caso de estudio el Estado de bienestar fracasa, pese a la ilusión óptica que pueda crear en un inicio. Puede que la generación que empiece con la revolución del bienestar no se vea afectada, pero son las generaciones venideras las que deben lidiar con su costo económico, político y socio-cultural.

Con toda claridad sentenció Rhonheimer, “El Estado de bienestar consume riqueza, además es improductivo, obstaculiza la economía a la hora de generar más riqueza (…) si no fuese por la desaforada redistribución y por el endeudamiento estatal resultante de ella, todos seríamos más ricos, también los más pobres”.

 

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