Estoy sumergido en una conversación casi intrascendente. Hablo con mi interlocutor sin ningún tipo de cuidado. Palabras van, palabras vienen, el hilo conductor de lo que decimos no tiene rumbo, ni meta, ni destino. Con cada palabra me voy acercando ignorante a un gran abismo, cuya eventual caída es profunda y dolorosa. No se me pasó por la cabeza que algo tan frívolo como hablar de cualquier cosa, podría terminar retorciendo así mi estado de ánimo. Imperceptible, asoma en la charla lo que se va a convertir en mi tristeza profunda. No recuerdo con cuáles palabras exactamente lo dijo. Pero me hizo ser consciente de un panorama oscuro, siniestro… Ella, tenía dentro de sus planes dejar el país.
No sé cómo, no sé bien por qué, pero me siento incomodo de inmediato. Esa posibilidad que probablemente ha estado ahí desde hace rato, apenas acaba de incidir en la realidad y me derrumba. Pasan por mi cabeza miles de cosas y apenas me doy cuenta de lo importante que ella es en este momento. Comienzo a ver cuadros de mi vida, del último tiempo, costumbres que he venido adquiriendo, lugares que desde hace poco tiempo atrás frecuento y me aterra divisarlos sin ella en medio de todo; iluminándolo todo, mejorándolo todo, dándole gracia a todo…
De repente me doy cuenta de que las decisiones, los cambios y los nuevos retos han sido relativamente fáciles de asumir; han estado soportados en algo más que buena energía y positivismo; han sido alimentados constantemente por su apoyo, su carisma, su insistencia, su fe. Sin pedir permiso, saltan a mi mente imágenes de ella; exagerando una frase, bromeando sobre algún tema, lanzando un apunte chistoso, analizando un asunto espiritual o haciéndome una pregunta acusadora con fingida seriedad; provocando que salga a relucir en todo su esplendor mi profunda timidez, y/o haciéndome pasar los momentos más divertidos. Debería hablar más seguido con ella.
Nunca fui de tener amigos. No porque no los necesitara, ahora veo que la ausencia de ellos me hizo bastante daño. Las condiciones en las que crecí me impedían desarrollar amistades. Mi familia no se estableció en ninguna parte, parecíamos nómadas, nos mudábamos con demasiada frecuencia y no terminábamos de conocer un barrio cuando había que hacer maletas para ir a otro y así sucesivamente. Lo anterior, sumado a que la frase que conocia para amistad era “amigo el ratón del queso…”; terminó por formar en mí un carácter asocial. Entre más lejos de los grupos estaba me sentía mejor; o eso es lo que creía. Es tal vez por esa personalidad solitaria que se me hacia raro cuando alguien manifestaba su dolor por tener que alejarse de un amigo. Hoy los entiendo. Es mi amiga desde hace años y por eso y por lo presente, me duele imaginarla lejos.
Tendríamos acaso 10 años, a esa tierna edad no podría definir con certeza qué sentimiento me embargaba. Lo que sí puedo recordar es que me encantaba ir a su casa. Esperaba con ansias el día en que nos reuníamos allí para jugar, aprender o para lo que sea que nos reuníamos. Recuerdo bien que no me gastaba nada de mi mesada, porque me servía para comprarle un detalle; lo que fuera. Un afiche con frases cariñosas, un anillo, un dulce… Quería hacerla sentir bien, intentaba provocarle las mismas sensaciones que yo experimentaba al verla. Todos los niños reunidos nos sentábamos a escuchar una suerte de charla si no recuerdo mal, y algunas veces (pocas me parece ahora) por providencia divina me tocaba sentarme a su lado, en el piso. Distraída, tierna e inocentemente, una de sus manos encontraba la mía; sus suaves y delicados dedos pasaban tímidos sobre los míos, dibujaban en redondo mis uñas, se detenían y volvian a comenzar… Para mí, esta experiencia sin malicia alguna, pura, perfecta; es la sensación más profunda de la que tenga memoria. En esos momentos las mariposas se volvían locas dentro de mi estómago, revoloteaban como dopadas con cafeína y no las podía calmar con nada. Nada me importaba más que estar allí de nuevo, recostado, escuchando la charla, en compañía de ella; se hubiera podido detener el tiempo, ninguna cosa que hubiera sucedido me habría importado; era el momento más especial de todos por aquella época…
Tal vez mi familia se mudó de nuevo o sólo me alejé. Por mucho tiempo no supe de ella, pero a pesar de eso la amistad siguió y hoy me da tanto gusto su compañía como en aquél tiempo. No tengo otra persona a la que conozca desde hace tanto aparte de mi familia. No respeto y admiro tanto a ninguna otra mujer de su edad. No sólo creyó en mí cuándo muy pocos lo hicieron. En la decisión más difícil que he tomado hasta el momento, me miró a los ojos, y me dio la fuerza que necesitaba para enfrentarla. Tiene que ser producto de la imaginación que esté hablando de la misma persona. No creo que se imagine lo importante y valiosa que fue, y que sigue siendo.
Me conoces, las pretensiones de este artículo no van más allá de dejar que corran libres las letras, tal como las une mi mente. Pero es que, me conmovió en lo más profundo imaginarme estos tiempos tan difíciles sin tu compañía, sin tu energía, tus consejos y hasta tus regaños. Y aunque no me gustaría que mi posible egoísmo complicara tus decisiones futuras, permíteme que te pida: no te vayas querida amiga, al menos por ahora…
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