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Josué Martínez FPor: Josué Martínez

Buenas noches, mucho gusto; eras una chica más… después de cinco minutos ya eras alguien especial. Sin hablarme, sin tocarme algo dentro se encendió…

Sí, es el comienzo de una canción conocida. Es que, a decir verdad no encontré mejores palabras para comenzar este artículo. Y si bien es cierto que para describir lo que quiero expresar, sería mejor terminar de transcribir la canción; voy a intentarlo con mis propias palabras.

Sorpresa, tal vez es la palabra que mejor describe lo que me sucedió. Entró ese sábado por la tarde al apartamento en donde acostumbramos reunirnos. La miré en principio desprevenido, pero después de apartarla, mi mirada automáticamente volvió hacia ella. Después de unos segundos me di cuenta de que continuaba mirándola; gratamente sorprendido, algo atontado también. En las siguientes oportunidades, aunque sin lugar a dudas había llamado mi atención; no me acerqué demasiado ni intenté nada. Fue hasta un mes más tarde, tal vez. Un amigo en común tenía una situación personal difícil y al final de la reunión nos sentamos a hablar de eso. Mientras me contaba con detalles, yo trataba de responderme mentalmente una inquietud: ¿Qué es lo que me tiene tan sorprendido? Recuerdo que al terminar su exposición del tema y luego de comprobar que yo no atinaba a responder nada congruente, me preguntó: -¿Sin palabras?

Evidentemente el problema de nuestro amigo era desconcertante y preocupante, pero hubo algo más que en ese momento me impidió organizar mis ideas para responder. Tal vez sus ojos o su sonrisa. Esa expresión preocupada y seria. Pero al mismo tiempo esa mirada interesada, ansiosa y escudriñadora. Seguro dije cualquier cosa y me comprometí sinceramente eso sí, a ayudar con la situación; pero lo cierto es que esa noche algo en mí comenzó de repente a trabajar a otro ritmo; al ritmo de su mirada y de su muy bonita sonrisa.

No puedo recordar bien de qué manera, ni el momento preciso, ni sabría con exactitud las razones; pero comencé a extrañarla de una manera diferente. Hablamos más seguido por chat, después mucho más seguido. Una noche me pidió que la llamara y hablamos por un largo rato, hasta bien entrada la madrugada. No era el tema que tratábamos, era que simplemente no quería colgar. Era la tranquilidad que me producía escuchar su voz y lo bien que me sentía por su compañía desde el otro lado del teléfono.

Es algo muy extraño. Ese sentimiento no avisa, no pide permiso, no prepara. Si pudiera verlo venir, seguro lo esquivaría, lo rechazaría y seguiría tranquilo. Pero no es así. Sin direccionamientos y sin horario, cada vez más se me hacía necesario verla. Algún día en la noche acordamos que la recogería en la universidad… Son más de las diez de la noche en alguna parte de la Caracas. No sé cómo llegué en tan poco tiempo, estaba bastante lejos de allí. Estaciono mi moto en un parqueadero provisional, debajo de un bar en el andén cerca de la avenida. No siento frío, no me preocupa si el sector es peligroso, no escucho la música que llega a muy alto volumen de la taberna. Sólo tengo esa extraña sensación en el estómago y una ansiedad insoportable de verla llegar de algún lado.

Tiene el cabello recogido, su aspecto es descomplicado por la ropa que trae. Un gran morral sobre su espalda y un portaplanos casi tan alto como ella, completan el recuadro. ¡Wao! ¡Me sorprende lo bonita que es! El cabello de esa forma resalta las facciones de su rostro: ojos redondos, grandes y muy vivos; nariz algo delgada, roja por el frío; labios delgados que adornan una sonrisa realmente llamativa. Esa manera tranquila de vestir; que da la impresión que se puso cualquier cosa y salió, sin dejar de lucir relajada y muy atractiva; la hace parecer una tierna niña indefensa, pero los accesorios del estudio y la hora del encuentro muestran una mujer responsable e interesante. No recuerdo estar tan nervioso por la presencia de nadie desde hace mucho tiempo.

Siempre me gustó el centro de la ciudad. Los grandes edificios, las luces, lo ruidoso que es en el día y lo callado que llega a ser en la noche; las librerías y los artistas por la calle, lo peligroso y emocionante que es al mismo tiempo, entre otras cosas… En algún punto la avenida Nule entra en una especie de túnel, para luego subir directo hacia la torre Colpatria, mostrando esas llamativas edificaciones de cemento, acero y vidrio que iluminadas y gigantes adornan las inquietantes noches capitalinas.

No importa cuántas veces haya pasado o cuánto me pueda gustar este lugar; esa noche fue diferente, fue especial. No sólo porque además de las características mencionadas anteriormente, había en el cielo una luna blanca inmensa que convertía el paisaje en una obra de arte; sino que en el asiento de atrás iba ella…   Aferrada a mí como si la moto fuera a despegar. Me hablaba mientras rodábamos por esas calles llenas de soledad, pasando por las faldas de esos edificios inmensos, viendo de reojo la actividad nocturna de habitantes de calle y personas de dudosa reputación. Yo le contestaba todas sus preguntas, hacía comentarios graciosos, reía mucho más de lo que estoy acostumbrado a hacerlo, miraba la luna, miraba los edificios, conducía despacio. El escenario es tan perfecto. Por un momento en esta regularmente fría y oscura noche bogotana; no hay clima, no hay nada, todo queda inmóvil y sólo existe esa sensación de bienestar, de tranquilidad nerviosa que me parece tan extraña, tan poco común, que me hace sentir que no la merezco, que es demasiado… Sus manos van dentro de los bolsillos de mi chaqueta y en algún semáforo y por alguna razón pongo mis manos sobre las suyas… ¿Qué clase de poderosa magia hay escondida en este simple acto? ¿Se puede estar mejor? Inconscientemente me resistía a que pasara el tiempo. Quería que ese momento y ese lugar se volvieran eternos, que no se acabara nunca el recorrido…

Esa misma noche fui a dejarla a su casa. Hablamos más de una hora en la portería de su conjunto. Antes de entrar se acercó, me abrazó bastante fuerte, me dio un beso en la mejilla, me volvió a abrazar, se despidió y entró hacia su casa. Yo me quedé sentado en la moto por un rato, mirando la luna en el cielo, ahora más lejos y más amarillenta, tratando de entender qué significaba todo eso. Alterado y sorprendido. Extrañándola desde el instante en que se perdió de vista al entrar al conjunto. Sintiendo nostalgia inmediata de ese rato que había pasado con ella. Aguantando las ganas que tenía de salir corriendo detrás y pedirle que no se fuera nunca. Luchando internamente con un impulso nuevo y muy fuerte; un deseo de saber todo de ella, de conocerla, de cuidarla…

No la he vuelto a ver. No sé cuánto ha pasado, quince o veinte días, tal vez uno o dos meses; da igual. Al principio las ganas de verla eran insoportables; ahora es un recuerdo algo distante. Ahora no sé si la extraño porque no sé si todo esto pasó en la vida real. Eso que pude experimentar en los pocos momentos a su lado fue tan especial que parece ficción, seguramente fue un gran sueño, de pronto mi mente lo imaginó y luego pensé que era real… La necesidad se fue convirtiendo en rabia, y esta en nostalgia; la nostalgia lleva tristeza y pasa a ser resignación.

Y si acaso fue real, es probable que sea mejor que termine así. Que el tiempo con su andar inapelable me siga convenciendo de que no pasó, de que lo inventé. Total, tal vez para ella fue una noche común y corriente más, aburrida y monótona como lo son la mayoría por estos tiempos. Tal vez, el nuevo color y la alegría que habían tomado los días por esas fechas sea algo demasiado bueno para ser cierto. Además, creo que por ahora me viene bien estar en mis cabales y tener los pies sobre la tierra; cosas que según recuerdo, me cuesta conseguir si ella está cerca…

Twitter: @10SUE10

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