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Por: beto diaz

En mi infancia, mis padres eran mi algoritmo, quienes me ordenaban cómo vestir, qué comer, y hasta qué ver. Fue así como con mi madre y mi abuela, me convertí en un consumidor de telenovelas. Nuestras citas eran siempre a las ocho de la noche, para prender el televisor y sintonizar “Café con aroma de mujer”, un espacio que se convirtió en un ritual en nuestra casa. Las conversaciones eran sobre el capítulo de la noche anterior, y poco se comentaba sobre lo que sucedía en el país de 1.995.

Ya para el año 2002, cumpliría mi mayoría de edad, y algunas cosas habían cambiado, en casa ya no veíamos a la gaviota que ve a lo lejos vuela muy alto, ya para entonces, Marbelle con su Collar de Perlas, se tomaba las pantallas en pro de un proceso de paz fallido: que sube y que baja, que vuelve a subir.

Por aquellos días, el país político se encontraba en campañas electorales, donde veía con entusiasmo la candidatura de Ingrid Betancourt. Yo me encontraba completamente enamorado de sus posturas y luchas de anticorrupción y medio ambientales, pero en su destino una mala decisión rompió sus alas, manchó sus sueños, no solo los de ella, sino también los de miles de colombianos que como yo, pensábamos sufragar nuestro voto por esta candidata, quien para mí, representaba una manera distinta de hacer política entre los tantos candidatos, o tal vez, porque soy un amante de las causas perdidas, como la que me cautivaría ocho años después, bajo una verde ola en la cual perdimos con la premisa de: “los recursos públicos son sagrados”, en el que un girasol representaba la fe, el renacer de la confianza en la política, allí, volvería a ver a nuestra gaviota, a Margarita Rosa, apoyando al profesor Antanas Mockus, y al igual que ella votaría por él y su invitación a evolucionar.

En el transcurso de estos años he visto como los alternativos, han ido ganando espacios, para demostrar que se puede hacer una política distinta, sin embargo, han hecho todo lo contrario, muestra de ello es el carrusel de la contratación en Bogotá, que fracturó al Polo Democrático y envió un mensaje a la ciudadanía, de que todos los partidos políticos son iguales, hoy muchos de quienes hicieron parte de ese gabinete que robó a los bogotanos, se camuflan en las listas de partidos alternativos como el verde girasol, y sus máximas representantes de la “consulta anticorrupción” de esta colectividad, aplauden y apoyan sus candidaturas, con la excusa de una región metropolitana, ¿qué diría San Pedro de Usme?.

Bien hace Margarita Rosa de Francisco, la gaviota, mi gaviota, nuestra gaviota de no querer entrar en política, pues los políticos buscan el poder y, detrás de éste, subyace la estrategia de la maldad y la traición, acaso, ¿quién quiere ser un mercenario político al estilo de Angélica Lozano, Vargas Lleras, e incluso la casa Char? Y no estamos hablando de House of Cards. Por ello quiero aplaudir a Margarita, quien ha decidido poner el arte y el corazón por encima de la política, incluso habla de tusas: porque una congresista le pagó mal, ya no se le ve sentimental, ya no le copian nada, pues es su destino que un mal amor vista su alma de negro duelo, y más cuando han olvidado lo que representaba el girasol.

Yo al igual que Margarita no quiero ser político, porque quiero vivir una vida placentera, en donde el arte y la belleza estén siempre por encima de la política. Y si no encuentro el arte, por lo menos el placer, porque si algo nos enseñó esta pandemia es que no tenemos remedio, no tenemos futuro, la única esperanza es expectorar a los políticos a los que continuamos tratando con privilegios de realeza, y premiando sus actuaciones subterráneas, materia prima en la fabricación de guiones y titulares, de la realidad que ellos protagonizan, y que darían contenido para crear cualquier cantidad de películas de mafias y traiciones.

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