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Amo a los ciclistas, a los ciclistas profesionales que le dan alegrías al país, a los ciclistas repartidores que entregan domicilios contra viento, marea y vía, a los que salen los fines de semana en familia a enseñarle a los más pequeños el dulce placer de volarse los semáforos en rojo y, en fin, a todos los ciclistas; pero en particular amo a los amateurs: siempre he deseado tener su disciplina, su capacidad aeróbica, su entusiasmo para madrugar y enfrentarse al frío de la sabana. 

Amo verlos subiendo al alto de Patios, del que soy vecino, porque representan a mi amada Colombia: bien es cierto que la mayoría de ellos no respetan las normas más elementales de tránsito, que algunos me madrean, que otros escupen por la carretera y arrojan basura, que muchos ni siquiera llevan casco ni luces, pero qué bonito que se visten, qué barbas tan bien perfiladas, que cuerpos atléticos de hombres y mujeres saludables, que gafas tan bonitas, que rompevientos tan exclusivos, que egos tan bárbaros… 

Y en esto de los egos me quiero detener. Ya quisiera yo tener esa autoestima de los ciclistas que se creen superiores a peatones y demás agentes viales. Ya quisiera yo tener esa personalidad temeraria que los lleva incluso a arriesgar su integridad física por el placer de montar su bici. Han de creer que son invulnerables a los accidentes y que su responsabilidad civil es menor que la de los demás, y están en lo cierto, porque son ciclistas, mis ídolos, poetas malditos que van por el mundo jugándose la vida en cada curva, asumiendo el rol de peatón o de camión, de acuerdo a su conveniencia, llevando al extremo la loca idea del Carpe diem renacentista o del posmoderno Yolo

Hubo un tiempo en el que me creía punk pero con los años maduré y pasé de ser antisistema y anarquista a un maleable eslabón en la cadena de producción capitalista. Supongo que esta es la razón principal por la que amo tanto a los ciclistas, por aquella nostalgia rebelde de mejores años que ya no volverán. Y es que algunos ciclistas son los punks del asfalto: se pasan los Pares, invaden andenes y bermas sin sonrojarse, rebasan carros a toda velocidad, hablan por celular mientras conducen, zigzaguean, manejan en contravía, pelean con peatones y conductores y cometen mil atropellos a la convivencia…el sueño de todo punk pero en positivo, porque los punks son marginados socialmente, en cambio los ciclistas se comen el cuento de que están haciendo algo por el mundo, son admirados y seguidos por millones, como yo, que les perdono todo por el placer de verlos hacer trancones en las mañanas e insuflar mi espíritu con su aliento deportivo-ecológico-gomelo. 

Por eso, desde esta humilde tribuna les mando un sincero saludo de motivación y de cariño a todos esos ciclistas amateurs que colapsan mis mañanas y alegran mi corazón, incluso a mi ciclista favorito, aquel anónimo deportista que al verme caminar por la berma me exigió a los hijueputazos que me quitara del angosto y único espacio que tengo en la carretera como peatón. Cuando me atreví a reclamarle me gritó con toda la autoridad que le permite su jerarquía ciclística: “Quítese de ahí, ¿no ve que voy en bicicleta?”. 

Para más madrazos, favor hacerlos llegar a @noseamar en Twitter y en Instagram.

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