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Según un reciente estudio de Gleeden, aplicación para que mujeres casadas encuentren amantes, el 67 % de los colombianos encuestados admitieron haber sido infieles; una cifra abrumadora solo superada en Latinoamérica por Brasil. Al margen de nuestra famosa doble moral y de los productos culturales que invitan constantemente a la sexualización, es importante reflexionar al interior de la pareja y comprender que, al igual que la lucha contra las drogas, la infidelidad también es una guerra perdida. 

La fidelidad habitualmente es un consenso que se da entre parejas heterosexuales y monógamas, si bien no es un acuerdo necesariamente explícito, sí está demasiado incrustado en nuestra concepción de cómo debería ser una relación amorosa. Tanto es así que al romperse el acuerdo de fidelidad las relaciones amorosas suelen terminar o verse gravemente afectadas, quizás más que si se violan otros acuerdos sociales que al verlos en perspectiva resultan incluso criminales; pero así es, las parejas generalmente están más dispuestas a perdonar un delito o un pecado que una infidelidad. Es decir, ponemos un supuesto equilibrio amoroso por encima de las leyes civiles o de las leyes divinas. ¿Cómo es posible esto? ¿En qué momento nuestros deseos de posesión nos llevan a perdonar una agresión física del que dice que me ama pero no una infidelidad? Pues la respuesta a esta pregunta y a muchas otras por el estilo la encontramos en la educación sentimental que hemos recibido de diferentes medios en la que hasta el capitalismo tiene su grado de afectación… Deconstruir todos esos saberes perjudiciales es casi imposible pero bien valdría la pena intentarlo: o acaso, ¿no sería maravilloso relacionarnos desde nuestra libertad y amar sin el temor de que nos van a cambiar por otro? ¿no sería ideal sacar de la ecuación amorosa al factor “infidelidad” para empezar a comprender que podemos amar sin apegos y sin pretensiones de posesión? ¿no sería la manifestación más idílica de amor encontrar a alguien que sea monógamo porque en su libertad así decide serlo y no por cumplir un pacto draconiano?

Suena quimérico, lo sé. Estamos tan acostumbrados a hacer las cosas de una determinada manera (heterosexual, normativa, monógama) que nos es imposible intentar recorrer otros caminos que mejoren tanto el proceso como el producto, nos pasa como el que no es capaz de contemplar el bosque por detenerse a observar al árbol: si solo conocemos una forma de amar, ¿por qué estamos tan seguros que las demás no funcionan?

Y por otro lado: ¿qué sentido tiene establecer una norma que la mayoría viola o está dispuesta a violar? Ponerle tantos parágrafos al contrato amoroso lo único que logra es que los contrayentes descubran nuevas maneras de violarlo. Al igual que la lucha contra las drogas, la solución no radica en seguir estigmatizando la infidelidad, sino en legalizarla y obtener beneficios que permitan que los adictos sanen, por ejemplo, permitiéndoles el consumo de pequeñas dosis en escenarios controlados o incluso invitando a su pareja a que pruebe un nuevo alucinógeno. Estoy convencido de que, al igual que con las drogas, una vez se legalice la infidelidad, su consumo va a disminuir notoriamente. 

@noseamar 

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