Somos prejuiciosos todos y es por culpa del mundo en que vivimos.
Somos así porque la vida diaria nos ha entrenado para obrar así, vivimos llenos de miedo y con nuestros mecanismos de defensa activados 24 horas al día incluyendo los domingos cuando estamos solos en nuestra cama desconfiando de una película porque no nos gusta su carátula.
No nos volvimos así, nacimos así; no culpo a nadie más que a la sociedad que nos enseñó desde niños que si salíamos solos a la calle pasaría una señora y nos metería en un costal.
O como cuando cuestionaban a nuestros amigos mechudos, punkeros o juiciosos bajo la frase «Dime con quién andas y te diré quién eres».
Vivimos de prejuicios todos los días y lo más triste es que no podemos, ni vamos a cambiar.
Sin pensar que cada uno tiene derecho a ser como es, sin ser juzgado ni encasillado.
Somos así porque los medios, la sociedad y las generaciones anteriores nos enseñaron a escandalizarnos al ver a una pareja de novios de distinto color de piel.
Nos enseñaron a decirle «desechable» a alguien a quien por voluntad propia o por algún revés de la vida lo perdió todo, hasta la esperanza.
Camila es la niña buena de una familia muy rica, Camila va al club y se rodea de las personas más prestigiosas; desde los 16 años la han entrenado para manejar en el futuro un emporio comercial.
Pero Camila se enamoró del hijo mayor del celador.
La familia no puede soportarlo, Camila es sacada del país para evitar esa relación… El tiempo hace lo suyo.
Camila no aguanta más y acaba con su vida en 1985.
La vida sigue con un dolor insuperable años pasan y el emporio de la familia entra en crisis, solo un negocio millonario puede salvarlos de la quiebra inminente… Del hijo del celador, hoy presidente de la empresa depende el negocio.
Vivimos de prejuicios todos los días y lo más triste es que no podemos, ni vamos a cambiar.
Más aún cuando las redes sociales llenas de gente sin cara se encarga de hacer arder los prejuicios como ataques sin fundamentos.
Pero felizmente juzgar a priori no está en nuestro ADN y algo se debe poder hacer.
El mundo cambia cuando hacemos que cambie; apaguemos los prejuicios al menos una vez al día y tratemos de ver las cosas de otra forma.
Hablemos con la gente, miremos a los ojos y escuchemos antes de encasillar, de juzgar.
Seguro nos vamos a sorprender para bien.
O quizás nuestro prejuicio sea correcto y acertemos… Pero al menos tendremos fundamentos.
La vida nos sorprende solamente cuando dejamos que eso pase, si no, seguiremos viviendo por vivir y eso, amigos, eso sí no tiene ninguna gracia.
Feliz semana para todos.
Sean felices.
Por
Pineda.
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