Hace algunos días me dijeron que yo era un mal hincha. Sí, lo reconozco. Soy un mal hincha. Nada como ser un muy ‘gran hincha’. En eso fallo, tal vez. No sé en qué manual, curso en video, curso on-line, universidad, escuela de garaje o en la universidad de la vida se debe tomar el curso para ser un ‘gran hincha’, según los altos estándares de este grupo de personajes.
Soy un mal hincha porque no me hago matar por mi equipo, no respondo insultos o agresiones de otros ‘grandes hinchas’. No voy cazando peleas en los buses, en las calles o en los estadios porque el otro tiene la otra camiseta. ¡Qué pésimo hincha soy!
Incluso cuando juega la Selección Colombia, tan mal hincha soy que veo esos partidos con amigos chilenos y venezolanos, entre otras nacionalidades. Allí contemplamos el juego compartiendo bebidas, pasa bocas y risas. Algunas bromas. No hay insultos ni agresiones. ¡Qué mal hincha soy! Debería mejor prohibirles la entrada a mi casa o insultarlos, incluso gritarles que se larguen del país.
Y para completar que no tengo ni idea de fútbol me metí de técnico en una escuela de niños, en un sector bastante deprimido con altos índices de violencia y pobreza, en Ciudad Bolívar, en Bogotá. Allá voy los fines de semana, con un grupo de profesionales de la Fundación Pocalana www.pocalana.com a ‘enseñar’ futbol. Les inculcamos que el futbol es un juego, donde la razón principal es divertirse, hacer deporte. También les fomentamos valores como el respeto, la tolerancia, y, en especial, la no violencia por el oponente deportivo. ¡Qué mal hincha soy! Mejor debería enseñarles a hacer respetar la camiseta a costa de lo que sea, así se necesite la violencia verbal o física, porque la camiseta se respeta, ¿verdad? Como estos niños viven en ambientes de violencia y desigualdad, que yo los motive a ser aún más violentos, y por un equipo de fútbol, no hará mayor diferencia. Mejor les enseño a ser un ‘gran hincha’. ¡Estoy perdiendo el tiempo!
¡Cómo he sido de mal hincha, en serio! Una vez en una final de mi equipo aquí en el estadio en Bogotá, saltó uno de los ‘grandes hinchas’ a agredir a otro del equipo contrario, porque celebró un gol. Arriesgando mi integridad física, me metí en la mitad del conato de pelea y lo calmé. Evité la confrontación. ¡Mucho pendejo! Debí dejarlos que se agarraran. Es más, debí apoyar al que generó la pelea para rematar a patadas y puños al otro que celebraba el gol.
He sido mal alumno de la escuela del ‘gran hincha’. Por eso recibo en ocasiones comentarios agresivos, intolerantes. Y sufren aún más porque no se les responde de la misma manera. Quieren agresiones o insultos más fuertes, para demostrar quién es el mejor. Tienen sed de pelea, de confrontación. Sienten que si no agreden, no hay valor. Un mal manejo de su inteligencia emocional. Pobres.
Me quedo con mi combo de malos hinchas donde nos divertimos sanamente en un deporte tan interesante como el futbol, pero lamentablemente con brotes de violencia de esos pocos ‘grandes hinchas’ que lo ven así. Otro de los peores fundamentalismos existentes en el planeta. Los ‘grandes hinchas’ del deporte, de la política, de la religión, de las relaciones de pareja, y de otras áreas. Triste.
No se debe culpar del todo a estos ‘grandes hinchas’ por su extremo fundamentalismo. Hay responsabilidad de todos, comenzando por el Estado y los mismos equipos de fútbol. La violencia no comienza en los estadios. Viene de muy atrás. El estadio termina siendo el campo de guerra, y sus alrededores, las trincheras.
Mejor un país de más ‘malos hinchas’ que de ‘grandes hinchas’. El fútbol es un buen mecanismo para controlar el gen de la violencia que, pareciera, viene incrustado al nacer en muchos colombianos. Bien enseñado y bien regulado el fútbol puede ser la paz y no la guerra.
Otros países han liderado exitosas campañas para disminuir en un alto porcentaje los casos de violencia. Entonces sí se puede. El futbol es un deporte, no un problema.
Aquí se han hecho cosas. Haber quitado las rejas entre el público y la cancha es un avance. Pero falta, y falta mucho. Hay que seguir.
Estuve en la final de mi equipo ayer en el estadio. Y ganamos. Fui con un amigo, peor de hincha que yo, del equipo contrario. Al final, yo gané y él no. Pero ningún de los dos perdió.
Soy un hincha muy malo… afortunadamente.
-Es que yo por mi equipo me hago matar ¿Y usted?
-No. Yo sí estudié.
¡QUÉ LEJOS ESTAMOS!
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LuisÉ Quintero
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