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Originalmente publicado en nuestra revista Ciencia Legible.

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~por Esteban Pardo,

biólogo y músico,

Cofundador en Shots de Ciencia

estebanepardo@gmail.com


Hay un silencio en el auditorio. Se preparan para empezar. La apertura: las cerdas de los arcos rozan las cuerdas estruendosamente, la melodía se pronuncia con fervor. Los pelos se erizan, el público inhala profundamente. Entran los vientos. El director de orquesta dirige la danza con un desenfrenado movimiento de brazo. El imponente eco de los 78 instrumentos genera un estrépito emocional. Recuerdos de infancia, sensación de felicidad, sonrisa involuntaria y un corazón acelerado. La música nos conmueve.

En el cerebro, se activan los mismos centros de placer que al comer chocolate, tener sexo o inhalar cocaína. Pero no solo nos causa alegría y felicidad, la música es especialmente exitosa en despertar nuestros miedos más primordiales. Violines punzantes que nos hacen sentir perseguidos y vulnerables al mejor estilo de Psycho. Rápidamente se libera adrenalina: se dilatan las vías respiratorias, los vasos se contraen, se acentúa el miedo. La música altera nuestro cuerpo.

Del hueso a la flauta

La relación entre humanos y lo que hoy reconocemos como música se remonta a más de 40.000 años atrás, desde los principios de nuestra civilización. Nuestros antepasados en ese entonces ya tocaban flautas de hueso y percusiones. Casi todas las sociedades humanas conocidas han tenido música, lo que sugiere que nuestra apreciación por ella es innata. Incluso bebés de dos meses de nacidos se voltean cuando escuchan sonidos agradables y le dan la espalda a los disonantes.

Dada su universalidad, entonces, ¿será que la música podría haber ayudado en la supervivencia humana de alguna forma? ¿Tendría alguna ventaja o beneficio? La pregunta evolutiva. Algunos investigadores sugieren que puede haber ayudado en el cortejo [la primera serenata paleolítica]. Otros dicen que promueve la cohesión de grupo, tal como lo hace hoy en día [como ir en ‘parche’ a Rock al Parque o a cualquier concierto] . Incluso, puede ser un simple accidente feliz, una dulzura auditiva, que casualmente terminó creando una rumba cerebral.

Fuegos artificiales en la cabeza

Y cuando digo rumba no es exagerando. Cuando escuchamos música, varias regiones del cerebro, normalmente asociadas a otros procesos cognitivos, se activan. De hecho, el compositor del famoso Boléro, el francés Maurice Ravel, sufrió de degeneración cerebral y múltiples regiones de su cerebro se dañaron. Y aunque no pudo volver a escribir música, seguía escuchándola y creando óperas en su cabeza. La música y el lenguaje están muy estrechamente relacionados. Otro compositor, el ruso Shebalin, perdió la capacidad de hablar y de entender lenguajes pero mantuvo la capacidad de escribir música hasta su muerte. Y es que la música y el lenguaje de hecho comparten muchas cosas: ambos son formas de comunicación y cada uno tiene una sintaxis, o mejor dicho, cómo combinar los elementos que los componen (notas o palabras). Una región en el lóbulo frontal, parece permitir la construcción de la música como el lenguaje. Se desdibuja el límite. La frase “la música es un lenguaje” tiene más certeza ahora.

El destino final del Concierto de Aranjuez es la corteza auditiva, en el lóbulo temporal de nuestro cerebro. Acá, diferentes células responden mejor a diferentes frecuencias. A esta organización se le conoce como tonotópica, es una especie de mapa, en la que la posición determina la sensibilidad de las células: de izquierda a derecha, sonidos graves a más agudos. Pero la respuesta a la música es un poco más compleja que esto. Por ejemplo, la activación cerebral al escuchar una nota depende de donde esté esa nota en la melodía; es decir, si escuchamos un Do al principio, la activación no será la misma que si lo escuchamos después de un Fa, aún siendo la misma nota. Por esto, el patrón en la melodía afecta la forma en que se activan nuestras neuronas. La armonía, por otro lado, está más asociada con el lóbulo temporal derecho, al igual que el timbre, puesto que pacientes con daños o cuyos lóbulos temporales derechos fueron removidos no logran distinguir muy bien, por ejemplo, entre una guitarra y un saxofón.

Esta respuesta a la música también depende del entrenamiento que tenga la persona. Se ha observado que las personas que practican un instrumento o incluso los que escuchan música con frecuencia, reconfiguran su cerebro para dedicar más neuronas al procesamiento de la música. Así se puede explicar por qué reconocemos melodías familiares, o por qué personas con Alzheimer pueden recordar música de años atrás.

De esto hay que decir que solo poniendo play en nuestra mente a esa canción favorita, activamos muchas de las áreas del lóbulo temporal que se activan cuando la escuchamos de verdad. Es como si al escuchar esa canción, las neuronas fueran el “vinilo” donde queda grabada. Esas neuronas que se estimularon la primera vez quedan configuradas para activarse de esa misma forma cada vez que imaginamos esa canción. Cada vez que recordamos algo, estamos recreando en nuestro cerebro el estímulo original.

Los cerebros de los músicos van incluso más allá de lo que se mencionó anteriormente, el cerebro se reconfigura drásticamente para darle un mayor enfoque a tocar música. El hecho de practicar varias horas al día y por muchos años hace que respuestas neurológicas a la música sean diferentes a las de los “no músicos”; tienen un hiperdesarrollo de varias regiones del cerebro. Sus cortezas auditivas son más grandes [¡hasta un 130%!] y por ende también su respuesta a sonidos; tienen mayor sensibilidad.Y esto es aún más drástico si se empieza desde pequeño con la música. Solo imaginen el cerebro de quien empezó a tocar un instrumento desde niño. La gotera, el zumbido del mosquito, el ruido electrostático de un radio o voces chillonas, todos estos ruidos los músicos los sentimos más intensos, nos generan espasmos faciales. Además, por el uso tan preciso y coordinado de dedos y manos las regiones motoras también se agrandan. El cuerpo calloso [corpus callosum] que interconecta los dos hemisferios del cerebro también es más grande en músicos que “no músicos”, por el hecho que los primeros, especialmente pianistas, tienen que coordinar ambas manos de forma muy precisa y cada mano es controlada por una región motora en cada hemisferio.

Música, canción… Emoción

Risas, lágrimas, escalofríos, brincos de emoción: la música. Escuchar música alborota nuestro cuerpo: cambios en el ritmo cardíaco, la presión sanguínea o la respiración, entre otros tantos efectos. Y este “bailoteo” fisiológico es constante sin importar la persona a la que se le mida. Incluso se ha mostrado que la respuesta emocional está desligada de la parte auditiva. Que personas con daños en la corteza auditiva, aún siendo incapaces de reconocer canciones o distinguir entre dos melodías, sin importar lo diferentes, experimentan las mismas emociones al escuchar música que personas sanas. Esto quiere decir que el lóbulo temporal (donde está la corteza auditiva y se procesan los sonidos) es necesario para entender una melodía, pero no para producir una respuesta emocional. ¡Sonidos y las emociones resultantes, no están ligados! Lo emocional ocurre en la parte subcortical e involucra también aspectos de los lóbulos frontales. Y aquí no termina la cosa, la respuesta emocional es diferente para dos notas consonantes [armoniosas y agradables], como el cálido sonido de una “quinta perfecta” [intervalo de música, ej: tocar un Do y un Sol], que para notas disonantes que se consideran desagradables [como un Do y un Do#]. Los acordes consonantes (agradables) activan el área orbitofrontal del hemisferio derecho que hace parte del sistema de recompensa. Tan fuerte es esta emoción que nos produce la música que en ese momento en que sentimos un pequeño corrientazo de euforia cuando escuchamos una gran canción, se están activando algunos de los mismos sistemas de recompensa que cuando comemos o tenemos sexo. El placer.

En pocas palabras, la música sí tiene bases biológicas y el cerebro tiene una organización funcional para esta. Muchas regiones del cerebro están involucradas en la apreciación de la música y muchas más al momento de interpretarla. Los músicos tienen regiones más desarrolladas. Así, el aprendizaje reconfigura el cerebro haciéndolo más sensible y eficiente y aumentando el tamaño de algunas partes de este.

Quizás no es tan mala idea que los niños tomen clases de música en las vacaciones o, mejor aún, que toquen un instrumento desde chiquitos.


Referencias:

Weinberger, N. M. (2004). Music and the brain. Scientific American, 291(5), 88-95.

Trimble, M., & Hesdorffer, D. (2017). Music and the brain: the neuroscience of music and musical appreciation. BJPsych international, 14(2), 28-31.

Schneider, P., Scherg, M., Dosch, H. G., Specht, H. J., Gutschalk, A., & Rupp, A. (2002). Morphology of Heschl’s gyrus reflects enhanced activation in the auditory cortex of musicians. Nature neuroscience, 5(7), 688.

Balkwill, L. L., & Thompson, W. F. (1999). A cross-cultural investigation of the perception of emotion in music: Psychophysical and cultural cues. Music perception: an interdisciplinary journal, 17(1), 43-64.

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