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Una burbuja económica es el eufemismo favorito para explicar algo que no entendemos del todo, pero se nos está saliendo de las manos.

En este marco podemos ubicar el fenómeno de los influencers, porque está ganando peso (y dinero) anormalmente, se especula con su precio real y no corresponde a la realidad.

Las cifras no son menores, la consultora Adglow estima que este negocio (porque es lo que es) ya alcanza los 1.000 millones de euros al año, unos 3,7 billones de pesos colombianos.

Las cosas se vuelven turbias cuando se rasca un poco. Su negocio se basa en la influencia, en seducir a los demás.

¿Y si todo es una ilusión? La agencia Human to Human analizó en España las 350 cuentas de los influencers más famosos y descubrió que el 28% de sus seguidores son falsos y más del 20% de los “like” son comprados (ojo con el cuento de la burbuja).

Por cada $100 que invierto como empresa en un influencer, casi $30 van a solventar la ilusión, y nada me asegura que los $70 restantes se devuelvan en ventas.

Entonces, cuál es el límite del negocio, cuándo es fraude, cómo llegamos aquí. Puede ser que las cosas muy resplandecientes nos dejen ciegos, pero ya había una advertencia.

En 1817, hace más de 200 años, Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, un escritor alemán, pionero de los cuentos con contenido psicológico, escribió un texto casi premonitorio. El Hombre de Arena, un relato frenético que gira en torno a las desgracias de Nataniel, un joven que se enamora de un autómata.

Su amor se centra, inicialmente, en ver desde su ventana las sombras de una mujer despampanante. Su vida gira en torno a ello y sus relaciones personales se basan en la influencia de esa figura que ve desde su casa.

El problema se hace profundo cuando conoce en persona a Olimpia (el robot) en una fiesta. Baila con ella en frente de todos y sigue creyendo que es la mujer de su vida. El resultado es la esquizofrenia.

Volvemos al inicio, los influencers pueden ser nuestras Olimpias, a las que vemos por la ventana de instagram o cualquier plataforma, soñando en ser o parecer como ellas. Pero lo cierto es que en ningún caso dejarán de ser un robot.

Podemos cruzar el pasillo, abrir la puerta y bailar con el autómata (como estos: La dura realidad del influencer random: tener 2 millones de seguidores y no poder vender 36 camisetas ). El miedo real es que cuando lleguemos a la fiesta ya todos los robots tengan pareja.

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