Ser viejo o ser joven es cuestión de actitud, pero no nos digamos mentiras: cada vez sabemos más pero podemos menos. Y es que puede que nos hagamos veteranos o tal vez apenas vintage, pero sin duda cada día de más es un día de menos, aunque obviamente eso no necesariamente pasa por el deterioro. Yo, por lo menos, bordeo una edad en la que sin duda tengo la experiencia suficiente como para saber que he bienvivido, pero la energía intacta como para emprender nuevas aventuras.
Pero así como me fastidian los niños que no se ensucian las rodillas y repiten las capitales del mundo sin que se les mueva el corbatín, también me produce cierta rasquiña los adultos que no aceptan el paso de los años. Y es que los síntomas son inocultables: Perdemos el pelo,perdemos la memoria y perdemos también la perspectiva porque cosas que antes veíamos con agrado, hoy nos molestan sobremanera. Ya no soportamos el ruido, ni el movimiento permanente de la pierna del vecino al ver una película. Nuestro nivel de tolerancia baja a cada día. No nos gusta el frío, ni el calor, ni los buses llenos, ni las filas, ni los tumultos. Nuestros temores cambian porque si en la juventud perdimos el miedo, en la edad adulta lo volvimos a encontrar. Antes, al ir al odontólogo hablábamos de calzas, brackets y de caries. Hoy solamente hablamos de puentes y coronas. Antes, ir al médico era para consultar sobre amígdalas y acné. Hoy no se rebaja el antígeno prostático, curva de glicemia y todo tipo de disfunciones. La comida nos hace daño, el trago nos emborracha, el frío nos apachurra y la soledad nos entristece.El deporte es un martirio,el sexo es una excusa y el deseo una ilusión. A medida que pasan los años nos vamos convirtiendo en esos seres humanos en los que una endoscopia o una colonoscopia es apenas una cuestión de perspectiva.
No sé. Puede ser el paso de los años o tal vez el efecto de sentarse a ver un montón de fotos viejas…
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