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Decían que con Reinaldo Rueda en la Selección volvía el juego del supuesto ADN colombiano. Su equipo ganó cuatro puntos, pero no jugó a nada.

Entro fuerte: que la goleada de hace una semana a Perú en Lima o el empate agónico contra Argentina este martes en Barranquilla no nuble lo que (no) vimos de la idea de juego de Colombia.

La Selección le ganó al colista de las Eliminatorias con contundencia gracias a que el partido se abrió con un gol de pelota parada y una expulsión al rival que el Colombia supo aprovechar. Antes del 0-1 y después de que el equipo de Rueda se quedara con 10, los cafeteros divagaron en un mar de especulación ofensiva. Los ataques encontraron camino en improvisaciones individuales y en los errores peruanos, pero nunca entendí si Rueda quería jugar al toque o aprovechar la velocidad de sus jugadores. 

Argentina pasó revista de todo ello y bailó tango durante todo el primer tiempo con Colombia para irse a los vestuarios con un 0-2 a favor. Un penalti amateur de Nicolás Otamendi y la humedad de Barranquilla, bendito sea su clima, acabó con las energías de los albicelestes, lo que permitió a Luis Muriel anotar desde los 11 metros y a Miguel Borja rematar con la cabeza un centro de uno de los mejores jugadores del fútbol europeo, Juan Guillermo Cuadrado.

Cuatro puntos y a celebrar, si es que en este país nos quedan energías para sonreír después de un mes en el que la violencia debe generarnos todo menos orgullo patrio. En todo caso, bienvenido sea el que encuentre en estos resultados deportivos una razón para sonreír. Sin embargo, después de destapar la cerveza por empatar un partido que Colombia mereció perder por goleada, vale reflexionar y criticar.

¿Por qué sacaron a Carlos Queiroz? Pocos mantienen su puesto después de que su equipo reciba una goleada histórica en un partido oficial, y tras la derrota por 6-1 contra Ecuador era obvio el quiebre irreconciliable entre Queiroz y jugadores, afición y prensa. Ese día fue la debacle, pero al luso lo querían fuera desde que la Selección le ganó 2-0 a Argentina en la Copa América de 2019 con un juego de contragolpe. “No es el ADN colombiano” gritaban muchos como si Colombia se hubiera inventado el tiki-taka. Por pensar en Valderrama y en James se olvidan de que los jugadores de Selección actual destacan más por su fuerza y velocidad que por su precisión en la entrega del balón y su visión de campo.

Queiroz no entendía algunas cosas, pero eso sí. Por algo puso a James de falso extremo y le dio las llaves de la transición a Cuadrado, fórmula efectiva que se desvaneció en algún momento entre la derrota contra Uruguay en Barranquilla por 0-3 y la goleada en Quito que sentenció a Queiroz. Discusiones de vestuario aparte, el entrenador portugués al menos tenía una idea clara de qué juego quería implementar en el equipo.

A Reinaldo no le veo idea. Seguro la tiene, pero el equipo no la muestra en el campo. Quizá esa falta de lucidez (mía y de los jugadores) viene de que Reinaldo quiere jugar más al toque, pero armó un once titular digno del juego directo de Queiroz. No había laterales con subida, los medios eran volantes mixtos y la delantera destacaba por su velocidad. Muriel tuvo que hacer de 10 para que la pelota rodara y, si bien el costeño puede cumplir de mediapunta, prefiere recibir a dar. Contra Argentina fue suplente y Jefferson Lerma, su reemplazo, nunca pudo interpretar el juego. Si Rueda quería instalar ese supuesto ADN, ¿por qué sacó una formación parecida a la de Queiroz? ¿Era necesario dejar pasar medio partido para ver a Edwin Cardona? Si no es por Ospina, salvador contra Lionel Messi, Colombia estaría digiriendo hoy un 1-4 en contra.

Entonces ¿a qué juega Colombia? Basta con ver la nómina que disputará la Copa América para entender que Queiroz no estaba loco y que lo mejor es armar un equipo físico que mate al contragolpe, pero otras sugerencias son bienvenidas. Si Rueda pretende revivir aquellos años de Maturana, como lo pedía la afición mientras Queiroz ganaba a Argentina en 2019, es necesario sacar un once que potencie esa idea. El domingo enfrentamos a Ecuador, verdugo de Queiroz, y ojalá haya reflexión dentro del equipo técnico de Colombia. Lo mejor, de lejos, fue la suerte que nos dio cuatro puntos.

 

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PERFIL
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Abogado con Opción en Periodismo de la Universidad de los Andes. Cursa el Máster de Derecho de las Telecomunicaciones, Redes Sociales y Propiedad Intelectual de la ESADE de Barcelona. Fue colaborador de la revista deportiva Hablaelbalón, con la que cubrió el Mundial de Fútbol 2018. Fue editor de de BalónLatino. Cubre la actualidad de los videojuegos en lavidaesunvideojuego. Amante del deporte, la música, la lectura y los videojuegos.

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Esta entrada viene a cuento después de leer la siguiente caricatura. Me gustan mucho algunas caricaturas. Click para ampliar.

Supongo que no ha sido únicamente la literatura, sino la ciencia en general, o la imagen que de ella se tiene, la que sin proponérselo ha creado falsas expectativas sobre el futuro posible. Expectativas de una vida sin dolor, de una vida tan larga como se quiera, llena únicamente de paz y tranquilidad, o por qué no, de emociones fuertes pero controladas. Y con futuro posible, estimado lector, me refiero a ese futuro que usted y yo muy probablemente veamos y vivamos, no el de los nietos de sus nietos.

En la literatura no es muy difícil encontrar ejemplos de lo anterior. Como quizás el lector sepa, desde Julio Verne hasta Isaac Asimov, pasando por el genial H. G. Wells, se cuentan por decenas los escritores de ciencia ficción que por una u otra razón dedicaron gran parte de su producción a imaginar 'extensiones' del mundo en el que vivían, un mundo que en algunos aspectos se parece mucho al que descansa (o sufre, según algunos) bajo nuestros pies justo ahora. Es así como desde hace más de cien años se espera con ilusión la llegada de los carros voladores, los dispositivos de teletransportación y los viajes a colonias humanas o extraterrestres en otros planetas.

No siempre el problema es que todo esto sea o no posible; el problema es cuánto se demorará su masificación, si es que se logra. Ejemplo clásico: Hoy en día se puede construir un carro que 'vuele', que con algún sistema de propulsión (una hélice, una turbina) se mantenga suspendido en el aire o se desplace a velocidades sobresalientes sin tocar el suelo y sin ser del todo un avión. Es posible; se ha hecho. Lo complicado sería cambiar todos los carros del planeta por estos vehículos, adaptar las normas de tránsito a esta nueva situación, y (lo más difícil, creo yo) capacitar a los nuevos conductores, que lejos de aprender parqueando el auto de sus tíos en reversa, una vez al volante serían dueños de poco menos que misiles tripulados, algo que me da miedo. Cosas así.

Ejemplos como el anterior se encuentran por arrobas; dentro de ciertos límites, quizás ya existe la tecnología que permite muchas cosas antes sólo imaginables (¿no están cansados de leer y ver programas sobre 'los objetos salidos de Star trek'? Yo sí). La prueba de que el arte no es completamente responsable de meternos estas ideas en la cabeza es que no todas las historias de ficción en el futuro auguran situaciones bellas. Como no he leído mucho, siento que los ejemplos en el cine son mucho más numerosos que en la literatura. Muchos directores han soñado distopias, palabra en inglés que se podría definir como 'mundo futuro, probable y decadente'. Así las cosas, Blade Runner, Total Recall y Waterworld, con perdón de los cinéfilos, son distopias, pues prometen un futuro difícil, violento, con la humanidad reducida a la pobreza, la discriminación y la enfermedad. Nuevamente, ese es sólo un punto de vista; al otro lado tenemos cintas como I, robot o Minority report, quizás un poco menos pesimistas, que muestran cómo ciertos avances agigantados de la tecnología (y no completamente ajenos a las posibilidades actuales) podrían resultar verdaderamente beneficiosos para la humanidad.


El caso de Inteligencia Artificial me parece más razonable. Uno diría, después de pensarlo un poco, que Spielberg (al igual que Saramago) intenta mostrar las dos caras de la moneda; un mismo mundo en el que convive la felicidad verdadera con la decadencia completa, y el viaje de un personaje de un lado a otro. Siempre me ha llegado hondo el hecho de que existan tantas opiniones sobre algunos temas, tantos puntos de vista y a veces todos tan diferentes. ¿Es posible aprender algo de todo esto? Pues... quizás, si antes de creer en algo decidimos echar un vistazo al otro lado de la hoja, si antes de tomar una posición ciegamente escogemos abrir nuestras posibilidades y dedicar un poco de receptividad a quienes opinan algo opuesto a lo corriente, lo cómodo, el mainstream, quizás podamos aprender algo que no sabíamos, o caer en cuenta de cosas que ni siquiera imaginábamos.

dancastell89@gmail.com

PD1: Esta otra caricatura también me parece buen; es orgullosamente geek... así es la vida. Y viene muy a cuento. Se llama xkcd y la dibuja un ex trabajador de la NASA, para que se hagan una idea.



PD2: Si creían que hay verdades que absolutamente Todo el mundo cree, échenle un vistazo a la página de los creyentes de la tierra plana. Eso demuestra que todos los temas tienen por lo menos dos caras, (siempre) obviando, claro está, la validez de cada una.

2 Comentarios
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  1. Comparto su análisis Sr Vargas. Recordé a algún técnico anterior que le decía a los jugadores al salir a la cancha: ‘salgan a hacer lo que saben muchachos’ con lo que resumía que más que técnica o plan de juego o roles en función de la ocupación de espacios lo que había era una ‘confianza’ absoluta en la genialidad y la improvisación individuales, es decir cada uno por su lado… por eso nadie le pasaba a nadie y todos querían hacer el gol metiendose con el balón adentro! Eso era tal vez lo más relacionado con algún tal adn colombiano…a rezar se dijo!

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