Pequeño recuerdo de una noche que nunca debió suceder, pero en la que Juan Fernando Quintero brilló y cambió la historia de River Plate para siempre.
Pasaron tres años desde aquella final en el Santiago Bernabéu en la que Juan Fernando Quintero volteó todas las chances del tablero y fue decisivo para ganar el partido más importante en la historia de River Plate. El club de Núñez enfrentó a su eterno rival, Boca Juniors, en un entrante invierno madrileño. El segundo partido de la final de la Copa Libertadores de 2018 (última edición con ida y vuelta en dicha fase) tuvo que llegar a suelo español porque la violencia ganó en Buenos Aires y, tras un ataque con piedras al bus de Boca cerca al Monumental perpetrado por mafiosos e idiotas, los encorbatados que dirigen el circo sacaron su versión capitalista y volvieron la desgracia en una fiesta madrileña que se convirtió en historia.
El primer partido, del que pocos nos acordamos y que se jugó un día después de lo previsto por una lluvia, acabó 2-2 en La Bombonera. Ya en Madrid, el partido fue como una final de un solo encuentro. Guillermo Barros Schelotto, entrenador de Boca, sacó un 4-3-3 con Wilmar Barrios de mediocentro. Marcelo Gallardo dejó a Quintero en el banco y puso su famoso 4-4-2 con mucho control del mediocampo. Sin embargo, en la primera parte, Boca aguantó el constante asedio de un River ciego y frustrado gracias al posicionamiento de, entre otros, un excelente Wilmar Barrios. Poco a poco, el xeneize llevó a su rival al juego que quería y le anotó el 0-1 en el minuto 43 de contra. El primer tiempo se fue con un Boca ganador y controlador.
Pero en ese tipo de finales aparece el temple de los mejores. Gallardo entendió el problema mejor que todos. Al minuto 52, el DT de River ingresó a Quintero y el partido cambió totalmente de tendencia. En la zurda del colombiano, la banda roja encontró pases verticales para romper el muro de Barrios y compañía. Eventualmente, en una jugada que inició Quintero sobre la media cancha, Nacho Fernández encontró hueco al área y cedió a Lucas Pratto, que definió muy cómodo para empatar el partido. Desde ese 1-1, el encuentro fue todo de River.
El partido llegó a la prórroga con un Boca muy agotado tras correr mucho tiempo sin hacerse con el control del balón ni del partido. Barrios, exhausto tras un buen trabajo y amonestado sobre el final del segundo tiempo, fue a una pelota divida en la que llegó tarde y el árbitro Cunha lo expulsó. El mejor jugador de Boca durante aquella final se fue a las duchas como el villano de la película, pues el xeneize se quedó con 10 jugadores, mucho cansancio, ningún mediocentro y un River inspirado.
En el minuto 109 llegó la coronación de Quintero. Había destrabado el partido para Gallardo y River, y su influencia fue tan grande que en una jugada en la que encontró mal parado a Boca, el colombiano vio un hueco para disparar y mandó la pelota al ángulo derecho del arco, justo para que picara en el travesaño antes de entrar, y marcó el 2-1 a falta de 11 minutos. Boca, sin aire, se quedó con 9 futbolistas por la lesión de Fernando Gago, pero casi empata a la desesperada en un disparo de Leonardo Jara que pegó en el palo izquierdo y se fue a córner. Llegó el minuto 121, saque de esquina y subió el arquero xeneize Andrada a por el milagro, pero en un rechace la pelota llegó a, cómo no, Quintero. De taco la controló y, al ver todo un campo vació por delante y Pity Martínez al pique, cedió el balón a este. “Y va el tercero, va el tercero… gol de River”. 3-1. Final.
Así fue la noche en la que Quintero cambió todo y ganó la Copa más importante de la historia de River Plate.
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