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Cuando le digo a la gente que opté por mudarme a Colombia, en vez de ser obligada por mi universidad, siempre su pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué Colombia? A veces su tono es pura curiosidad, y a veces es incredulidad.

Mi respuesta ha sido bastante vaga; tengo amigos que la habían visitado y les encantó, Colombia está viviendo un momento político muy importante, la pasantía en EL TIEMPO me interesaba. La verdad es que fue una apuesta. El único país latinoamericano que había visitado antes era Brasil, entonces no tenía ninguna experiencia personal en la que se basara esa decisión.

Ahora, al pasar seis meses en este país maravilloso y estar a punto de irme, puedo contestar ¿Por qué Colombia? con un poco más convencimiento.

 

  1. La gente

Un factor obvio para aquellos extranjeros que ya han visitado Colombia. Su amabilidad es inigualable. No sólo los amigos que he hecho, sino los extraños que han sido tan acogedores; la vieja vecina que me invitó a su casa para un tinto en mi primera semana acá, el taxista que me escribió todos sus lugares favoritos para un sancocho, la numerosa familia Wayuu que quería unas 50 fotos con la primera monita que habían visto, el caballero de 82 años, William, que espera en el stand de empanadas en el centro de Medellín para practicar su inglés con transeúntes extranjeros – para nombrar sólo algunas de las personas que me han hecho sentir como en casa.

 

  1. La fiesta

Otra manera en que Colombia supera  a Gran Bretaña es la rumba, gracias al bajo precio de guaro y la habilidad colombiana de bailar.  Pero la fiesta no se restringe a los bares y los clubes, cualquier situación puede convertirse en una oportunidad para rumbear; una tienda tocando vallenato a tope, un juego de tejo en que un mínimo de veinte cervezas es obligatorio, karaoke con tus compañeros de trabajo, un partido de fútbol, una clase de champeta en una plaza, chivas en vez de buses. Pero tal vez la mejor manera en que se manifiesta este espíritu de celebración es en los gloriosos 18 días festivos que cuenta Colombia. Incluso una noche de domingo se convierte en una oportunidad para andar de fiesta.

 

  1. El paisaje

Colombia tiene todo. No me di cuenta hasta que me fuera de Bogotá. La selva densa, verde del Amazonas, húmido y zumbando con vida. Además de cumplir con un sueño de toda la vida de jugar con (/ser robada por) un mono, también enfrenté una fobia de toda la vida: las arañas, al tener que  cohabitar con una familia de tarántulas, quienes le gustaban el techo de madera tibia.  El desierto árido y plano de La Guajira; una camino serpenteante a través de un laberinto de cactus te lleva a unos de los lugares más hermosos en la parte más del norte del país; la roca roja del Pilón de Azúcar y la bandada de flamencos en Punta Gallinas.  Las colinas ondulantes de Boyacá y Cundinamarca,  sólo un corto viaje de Bogotá. La Laguna de Guatavita es cautivadora, y las cascadas cerca del pueblo empedrado de Villa de Leyva son del tipo que solía dibujar fanáticamente cuando era chiquita, mucha altura y espuma. Las playas hermosas del Caribe; en particular las arenas blancas y negras de Palomino, en que si caminas por suficiente tiempo, descubres el punto en el que el mar agitado se encuentra con el río quieto y verde. Las montañas exuberantes de Anapoima, el bosque neblinoso de Chicaque, la piscina natural de Guatape. ¡Y todavía hay mucho que explorar!

 

Pilón de Azúcar, La Guajira

 

  1. Bogotá

Pobre Bogotá. No creo que alguna vez obtiene suficiente crédito. Bueno, el sistema de transporte público es terrible y veo gente cada día en mi trayecto al trabajo que lleva tapabocas por la contaminación, PERO, tiene mucho encanto. El clima, aunque pueda ser impredecible, es favorable para una británica. Me encanta el frío, y Bogotá es la única ciudad que no me ha dado la sensación constante que estoy a punto de desmayarme. Y el fondo montañoso nunca se pierde su magia. También por todas partes se ve la cultura artística de Bogotá; un mural en un paso por debajo, música gratis por la calle, festivales de libros, de pelis y arte. Incluso el centro es la sede para la creatividad, un contraste al centro de Londres, que en gran parte se ha sido purgando de cosas así.

 

  1. Un país en cambio

Sería fácil llegar a Colombia en 2017, tal vez por la recomendación de Lonely Planet, y viajar por todas las partes bonitas, comer todos los frutos exquisitos, y volver a su propio país sin darse cuenta del cambio trascendental que está viviendo Colombia. Después de más de 50 años de guerra, la guerrilla más grande de Colombia, las FARC, han dejado sus armas después de llegar a un acuerdo de paz con el gobierno. El país queda dividido; no todo el mundo quería este proceso específico, pero bajo las líneas de división política es un deseo unificado de poner fin a la violencia. Tenía la oportunidad de conocer varias perspectivas; victimas, exguerrilleros, miembros de las FARC en el proceso de desmovilizarse,  jefes de las instituciones gubernamentales y las ONG, el equipo de comunicaciones del presidente y profesores. Además de darme cuenta que será un proceso largo y complejo, me hizo apreciar que Colombia, como lo que yo y muchos extranjeros conocemos: solo ha nacido recientemente; las heridas de la guerra siguen sanando.

 

  1. Mi equipo

Debo mucho de lo que ha aprendido a mi equipo de EL TIEMPO. No sólo sobre el periodismo, sino también de cómo puede ser la dinámica de una oficina; mucha diversión, mucha amistad, mucho apoyo mutual y muchas tortas. No sé si es algo cultural, o algo único del periódico. Gracias a mis editores principales; Andrés, Diana y Marcela, quienes siempre tenían mucha paciencia conmigo. Mi jefa Laura me empujó a hacer cosas que nunca hubiera pensado que yo era capaz de hacer, y estoy orgulloso de haber comenzado la serie #ExtranjerosAdoptados con mi compañera y amiga, Luisa. Gracias a todo el equipo digital para creer un entorno tan acogedor y para enseñarme mil lecciones y varias groserías.

Ok, es una respuesta bastante larga. Y podría pensar en muchas más cosas; el lulo y la arepita merecen sus propios párrafos. Tal vez la respuesta simple: “¿Por qué no?” me sirviera mejor (podría ser la más indicada para mí).

 

 

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