Esta semana tuve mucha suerte. Dos amigas llegaron a Bogotá el lunes pasado, para viajar por Colombia durante tres semanas. En el poco tiempo que tuvimos, mi misión fue mostrarles la comida típica bogotana: entonces cenamos ajiaco en La Candelaria. Después, ellas se fueron para San Gil, uno de mis destinos pendientes. Pero pasada la envidia al saber de sus actividades de la semana, mientras yo estaba trabajando, el fin de semana me dio una oportunidad para encontrarme con ellas en la Costa.
Sí, otra vez. Pero esta vez pude conocer apropiadamente la ciudad de Santa Marta y sus alrededores.
Llegamos al centro histórico de Santa Marta el sábado por la mañana y decidimos tomar una buseta a Taganga. Lo confieso, desde que llegué he evitado ese medio de transporte en Bogotá por el miedo que tengo de no saber sus rutas, pero el fin de semana decidí enfrentar los miedos y subirme a una. Fue, de verdad, una experiencia (no, en serio, no estuvo tan mal como parece).
Desde Taganga tomamos un barco a Playa Grande, una playa chiquita que parece estar justo a la vuelta de la esquina. La simplicidad de esta playa la destaca de otras en la zona. A pesar de no ser la más linda del mundo, sus pintorescos restaurantes y sus tiendas muestran la vida simple y relajada de los que viven o trabajan allí. También, no hay muchos extranjeros y eso, aunque puede ser una ventaja, también hace que los locales se queden con frecuencia mirando a ‘las gringas’ que invaden su territorio.
Después de un rato haciendo snorkel, almorzamos en el restaurante más auténtico que pudimos encontrar. Lo bueno de esto fue que, por primera vez en mi vida, pedimos la carta y la dueña nos ofreció una bandeja en la que había una gran variedad de peces, crudos y enteros, pescados el mismo día. En una palabra: impresionante.
El atardecer del sábado fue hermoso y lo pasamos, cóctel en mano, sentadas en el techo de la azotea del hostal. Siempre es en momentos como ese, que me doy cuenta de cuánta suerte tengo de estar acá en Colombia.
El domingo salimos temprano para la falda de la Sierra Nevada, a un pueblecito en las montañas que se llama Paso del Mango. Fuimos, con una guía, a hacer una gran excursión por el bosque. La vista, desde la ‘Piedra de la Prosperidad’, brinda una panorámica de toda Santa Marta y su costa. Pero lo que el guía no mencionó al vendernos el tour fue que tendríamos que subir una montaña por caminos indígenas. En serio, fue una verdadera misión pasar por las ramas de los árboles y caminar por la selva hasta alcanzar la cima. El calor, claro, no nos ayudó.
Para refrescarnos, caminamos hasta unas cascadas donde se puede saltar desde lo alto de unas piedras y bañarse con agua fresca.
Pero lo mejor fue la tarde, cuando visitamos una finca de procesamiento de cacao y chocolate orgánico. A mí me encanta el chocolate, pero debo confesar que no sabía en realidad de dónde viene. De hecho, creo que si no lo llevan a uno a ver conociera el procesamiento, nadie pensaría que se hace así. Por ejemplo: ¿quién sabía que el fruto de la planta de cacao se comporta como una fruta normal? Se puede abrir, se pueden extraer las semillas y la pulpa, y se puede probar.
Y al fin, tuvimos la oportunidad de probar el chocolate orgánico de la finca… ¡Me atrevería a decir que fue mejor que el chocolate inglés!
Cerramos el día con una visita a la reserva natural de Caoba, que queda muy adentro de la selva. Los cocodrilos, tortugas, papagayos, mariposas, supuestamente el pescado de agua dulce más grande en toda Suramérica y la cantidad general de flora y fauna nos dejaron estupefactas.
El lunes llegó el momento más anticipado del paseo: A pesar de estar súpercansadas, salimos muy temprano, otra vez, para el Parque Tayrona. La caminata a Cabo San Juan fue una experiencia en sí misma. Con una temperatura de al menos 30 grados y una humedad increíble, caminamos dos horas, por caminos a veces desmarcados, y encontramos desde caballos hasta monos. La naturaleza del parque no es parecida a nada que haya visto antes y siempre me fascinan las diferencias del clima en este país de una ciudad a otra.
Yo sé que de pronto todo el mundo dice esto: pero las playas en el Parque son absolutamente hermosas. Fue una lástima que sólo tuviéramos la tarde para descansar pero: work calls. Entonces, para volver más rápido, tomamos un barco -probablemente ilegal- a Santa Marta. Les digo: Fue una de las experiencias más espantosas de mi vida, pero al final valió la pena porque las vistas de la costa desde el mar son impresionantes.
Muchísimo en tres días.
Mi Semana en Cinco Puntos
- Algo nuevo que aprendí sobre Colombia: Mejor dicho… algo que me capturó la atención: las diferencias entre el estilo de vida en la capital, comparado con la vida costeña.
- Algo que extraño de Inglaterra: Cocinar. Me encanta cocinar pero en Bogotá no tengo el tiempo, ni la necesidad de hacerlo: ¡gracias al enorme almuerzo colombiano!
- Nueva palabra colombiana: “Toche”. Una palabra cucuteña que me enseñó Johan, un compañero de EL TIEMPO. Esa palabra tiene mil significados y no voy a tentar explicarlos porque no puedo…. ¡Les sugiero mirar la foto abajo!
- Momento difícil de la semana: Decir la palabra “ortografía”, en vivo, en televisión. Al fin tuve que decirlo cuatro veces. Oops.
- Mejor momento de la semana: Sin duda llegar por fin a la paya de Cabo San Juan, Parque Tayrona. Creo que esto no necesita una explicación.
Sophie, hasta hoy leí todas las entradas de tu blog y ademas de darte la bienvenida, te aseguro que escribes mejor que muchos «periodistas» consagrados. Que bueno que veas y conozcas la otra cara de nuestro hermoso país, pero en todo caso, ten cuidado por que no todos somos amables y bien intencionados. Si pasas por Bucaramanga, conoceras a muchos «pingos» atentos, amables y confiables … Un abrazo, te seguiré leyendo …
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