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Querido país,

Creo que nunca me alcanzarán las palabras para agradecerte todo lo que me has regalado. Para agradecerte por acogerme bajo tu cielo azul y con todos tus sabores en bandeja de plata. Jamás cruzó por mi mente que llegaría a vivir experiencias tan hermosas en tu tierra y que llegaría a llamarte “mi hogar”.

En esta ocasión, te cuento que llegué a Falun la primera semana de mayo, justo cuando comenzaba tu mejor temperatura y todos sus habitantes se preparaban para celebrar el nacimiento de las flores y el arribo de tus mejores momentos. Desde el principio, tuve la sensación de que en tus ciudades todo está abierto, que te está permitido traspasar cualquier puerta, incluso las de las casas particulares. Falun, en especial, es una ciudad que te invita a pasear llevado en brazos de una cierta paz y por eso quiero escribirte, porque me permitiste, a través de tus parajes, recordar lo que es una vida lenta y tranquila.

Estos meses pude escuchar en silencio varias conversaciones de un idioma del que, al principio, no entendía una sola palabra, pero cuyos sonidos me hacen pensar en rondas infantiles, en momentos bonitos y gente amable. Este idioma sueco que tanto me gusta deja una huella en mi corazón y te juro que esta vez trataré de no olvidarlo. Prometo repasar las notas de mis cuadernos y refrescar de vez en cuando mi conocimiento, usando algunas de tus palabras con mis amigos y conocidos para que no caiga en el olvido.

No había tenido la oportunidad de vivir un verano cubierta por tu manto. Déjame decirte que uno siente el deseo de bañarse en tu cielo, de librarse de la ropa, correr y, de un salto, sumergirse en el azul de tus lagos. Uno desea flotar en el aire como un ángel y perderse en tus nubes, para solo bajar de nuevo con la propuesta de una visita a alguno de tus maravillosos paisajes.

Para terminar, tengo que recalcar que tienes un sabor especial, una historia especial, una arquitectura especial, pero, sobre todo, gente muy especial. Soy afortunada porque puedo decir que ahora no me alcanzan los dedos de las manos para contar los amigos que dejo en tus tierras ni las diferentes experiencias que he vivido en algunas de tus ciudades. Y es que definitivamente, los países te gustan más por la gente que por los paisajes, porque de esos hay hermosos en todos lados. Tú, sin duda alguna, me permitiste ver el lado más amable de la vida en tus manos y eso nunca podré olvidarlo.

Y si no te vuelvo a ver, quedan para siempre en mi memoria la kladkaka – tu famosa torta de chocolate, los espaguetis con carne y las albóndigas, nadar en tus lagos, bailar alrededor de un palo con flores en la cabeza y tus rutas para andar en bicicleta. Tus árboles con troncos blancos y cafés, el sonido de las gaviotas durante el día, el cariño de las personas que conocí, el caballo de Dalarna y ese rojo típico de tus casas con el que espero decorar mi futuro hogar.

 

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