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Un cuento de Borges, la música y los cafés de Barcelona pueden servir de puente entre dos mundos tan diferentes y opuestos como lo son Noruega y Colombia.

Tenía una inteligencia feroz y ese misterioso encanto tan típico de las mujeres nórdicas, de piel blanca y ojos grises y afilados. Lo que no parecía típico en ella era su gusto por el idioma español y la cultura iberoamericana en general, por esa razón había dejado la fría Trondheim en Noruega para vivir en Barcelona, y a los pocos días, como le pasa a muchos extranjeros desorientados, se daría cuenta de que los catalanes hablan más en catalán que en español y no se identifican con el estereotipo de la cultura española, que en realidad se asocia más a lo proveniente de Andalucía. Sin embargo, allí estaba aprendiendo español.

Yo fui su partner de idiomas por varios meses. Ella estudiaba ciencias políticas y le gustaba discutir sobre actualidad mientras nos tomábamos un café en algún lugar del Borne. También le apasionaba la literatura, Borges era uno de sus escritores favoritos. De hecho, poco antes de conocernos había leído el cuento Ulrica que, como muchos sabrán, trata sobre el encuentro de un profesor universitario colombiano con una chica noruega. Por esa razón y dado que tenía cierta adorable tendencia a mezclar la ficción con la realidad, le parecía bastante curioso practicar español con un colombiano. Ella nunca antes había conocido a alguien de ese exótico país.

Por mi parte, yo tampoco había conocido nunca a una noruega y mi conocimiento sobre ese país se reducía a dos cosas: que ocupa los primeros lugares en todos los indicadores de bienestar y que fue la cuna de la segunda ola de black metal a principios de los noventa. Y para mi fortuna y morbo musical, ella había conocido a Varg Vikernes, uno de los fundadores de este género, gracias a que su padre era el director de una centro carcelario de rehabilitación social en Trondheim donde Varg estuvo un tiempo pagando su célebre condena por asesinato. Emocionado le conté sobre cierta conexión entre Colombia y Noruega a través del grupo Mayhem, la cual relaté en ‘Amistades extremas: el black metal entre Medellín y Oslo‘. A ella, sin embargo, le disgustaba todo lo que tuviera que ver con el black y le parecía odioso que a Noruega se le asociara con este género musical.

Entonces, decidida a mostrarme otros sonidos escandinavos me enviaba de vez en cuando algún correo electrónico con un link a algún grupo, muchos de los cuales, por causa del tedio, abandonaba al cabo de dos o tres canciones. Algunos otros ya los conocía y me gustaban como los noruegos Röyksopp y los daneses Kashmir (del cual recomiendo el videoclip de Surfing the Warm Industry). Sin embargo, hubo un disco en particular que no conocía y me pareció una pena que mis oídos se hubieran privado de este sonido durante tanto tiempo: Industrial Silence, el álbum debut de Madrugada lanzado en 1999.

madrugada

Carátula del álbum ‘Industrial SIlence’ (1999) de Madrugada

Apenas escuché Vocal, primer track y abrebocas de la dimensión Madrugada, pensé que este es el tipo de rock que podría escuchar por horas y días enteros. El Industrial Silence es un viaje sonoro de una hora y cuatro minutos a través del country rock, el rock atmosférico y la psicodelia con la melancólica voz de Sivert Høyem (escuchar álbum completo). Un disco para nada monótono en sus trece canciones, donde destacan la extraordinaria Sirens, la dulce Shine y el encanto de la armónica en This Old House.

Este grupo formado en Stokmarknes, Noruega, grabó seis álbumes y ganó tres premios Spellemann (una especie de Grammy noruego) entre 1992 y 2007, año en que se disolvió tras la muerte del guitarrista Robert Burås. Después de Madrugada, Sivert Høyem continuó una exitosa carrera como solista y ha hecho algunas colaboraciones con otras bandas de las cuales me llamó la atención la canción Phoenix del grupo de black metal Satyricon.

Después de mucho tiempo volví a ver a mi amiga noruega, sigue amando la política, el idioma español, los cuentos de Borges y el rock de Madrugada, y ahora quiere vivir en Latinoamérica, Bogotá es una de sus opciones. Me preguntó si la Universidad de los Andes era buena para estudiar economía y políticas, le conté que yo trabajé allí durante un tiempo, no sé si eso sea un buen o mal indicador. ¿Y cómo es vivir en Colombia?, me preguntó para terminar. Y pues, como ya imaginarán, sólo había una posible y borgiana respuesta a esa pregunta: vivir en Colombia es como un acto de fe.

@tornamesa_blog

 

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