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«A veces queremos jugar a ser Dios al creer que las cosas sucederán tal cual queremos, las veces que se nos antoje, en el tiempo o circunstancia que nos convenga.»

Hay momentos en la vida en los que no sabemos qué hacer con nuestras vidas. Y por ello podemos sentirnos desanimados, pensativos, decepcionados llenos de muchos interrogantes sobre el mundo y las personas que nos rodean.

Días en los que te das cuenta de que no quieres ser ninguno de los que están a tu alrededor. No quieres ser el que pasa en frente de ti. Ni tampoco ser tu padre, ni tu hermano, ni nadie de tu puta familia. Ni siquiera quieres ser tú mismo.

Son momentos en que encontramos muchas preguntas, preguntas sin respuestas, respuestas inconclusas o respuestas que no queremos aceptar como aquel ciego que no quiere ver. También observamos como hemos tomado el riesgo de vivir experiencias efímeras por intentar encontrarnos con nosotros mismos o terminar de perdernos más.

En esos instantes llegamos muchas veces al límite de gritar, llorar, encerrarnos y confundirnos en un túnel al que no se le encuentra salida.

Allí nos damos cuenta de que hemos buscado felicidad donde nunca la habrá o por lo menos una felicidad que no está diseñada para nosotros, o una felicidad que no queremos. También nos preguntamos porqué hemos llegado donde estamos, si es o no lo que queremos, si es lo mejor para nosotros o si lo mejor es tirar todo a la mierda. Querer ponerle fin a esa vil encrucijada de no saber si irnos o quedarnos, luchar o desistir, si somos culpables o no de tomar decisiones correctas o de aceptar haber tomado las equivocadas.

Ojalá fuese posible saber en dónde está ese clic que acciona y hace que todo cambie lo que fuimos y no somos, lo que perdimos en el camino, lo que tenemos y no podemos tener; o aquello que terminó sin haber comenzado. Poder identificar o conocer lo que aparenta ser una circunstancia que no deja fluir eso tan anhelado, eso que deseamos con todas las fuerzas del alma y que se aleja cada vez que sentimos tenerlo cerca.

Siempre se ha escuchado que hay que respirar más lento, ver con más detalles, vivir segundo a segundo; pero lamentablemente siempre hacemos todo lo contrario.

Qué dilema es anhelar eso que queremos vivir o esa maldita prueba de vivir sin la certeza de que algún día sucederá y de tratar de no perder los estribos hasta cuando llegue. Y si llega, tal vez recibirlo como un premio, pero al tiempo sentir que si no llega es necesario guardarle su debido luto.

Quizás, todo llegará a su tiempo. Pero la espera nos desespera, nos abruma, nos quita la calma. Y lo peor de todo es sentir que las cosas tenían que cambiar y han cambiado, o sentir que jamás las cosas volverán a ser igual. Pero al mismo tiempo creer que pueden cambiar y sólo es cuestión de darle tiempo al tiempo.

No sé si son cuestiones de fe o de aceptar la dura realidad. Sé que en algún lugar, tiempo, se darán las cosas que tanto deseamos. Mientras esto ocurre es tan complicado decidir si vivir el ahora o quedarse en el pasado. Porque por un lado tenemos la Fe, una palabra tan pequeña, pero con un poder tan grande. Y por otro lado, la realidad, una palabra un poco más larga, pero que es muy dura de aceptar.


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