Abdul oyó por primera vez el canto del ave de Eissa, cuando la fábrica cerró debido a la pandemia.
—Vecino, qué bonito canta su pájaro —le dijo, desde su balcón, Abdul a Eissa.
—Gracias. Es una alondra del desierto y se llama Alegría—dijo Eissa.
—Estábamos tan acostumbrados al ruido de la fabrica, que se hizo parte de nuestras vidas —dijo Abdul—. Y a mi me robó todo este tiempo el canto de su ave.
—Sí, era el ruido de la producción, que, para algunos, no debía parar—dijo Eissa—. Por estos días, hay mejores cosas de oír.
—Como el trino de Alegría—dijo Abdul.
—Así es, pero verá usted. Perdón, ¿cuál es su nombre? —le preguntó Eissa.
—Me llamo Abdul. ¿Y usted?
—Mi nombre es Eissa, y le confieso algo: no me deja dormir que un pájaro que se llame Alegría viva en una jaula; lo voy a soltar.
—Lo entiendo— dijo Abdul—. Es una lástima que no pueda oírlo más.
— No se preocupe—dijo Eissa—. Con las máquinas apagadas, oiremos de nuevo a la naturaleza: los pájaros siempre han estado allí; cantan por la mañana y los mejores trinos se oyen en libertad.
Eissa trajo la jaula al balcón, abrió la puerta, y Alegría voló hacia un despejado horizonte de dunas.
Marcelinio Torrecilla N
Emiratos Árabes
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