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Caro Monroy 6

Muchas de las decisiones que generan grandes cambios en nuestra vida se toman en lugares o momentos inesperados. ¿Les ha pasado?

¡Estoy segura de que a todos nos ha pasado!

Recuerdo en particular esa vez cuando mi hermano, después de muchos días de duda, algo de ansiedad y muchas conversaciones, tomó la decisión de irse del país para perseguir el amor y sobre todo buscar un cambio de vida. Fue un momento de lucidez que llegó en medio de la vía Bogotá – La Mesa. Él y yo, en un bus intermunicipal, sentados uno al lado del otro, escudriñando todas las posibilidades que la vida traería si él decidiera dar ese paso. Era solamente una hora y media de camino, pero en ese período de tiempo, sin saberlo, se decidió lo que serían sus siguientes cuatro años de vida en otro país, en “Buenos Aires”.

Eran momentos de gran incertidumbre, pero él siempre supo que a donde fuera, a pesar de las dificultades que acontecieran, estaría bien. Al final se fue, no encontró el amor, pero sí cambió su vida.

Sería ideal que esa lucidez que trae consigo el potencial de cambiar nuestra vida estuviera presente cada vez que necesitamos tomar decisiones. Por el contrario, esos momentos están llenos de miedos, prejuicios y voces internas que nos recuerdan las expectativas que otros tienen sobre nosotros y a las que, al darles tanto peso, logran paralizarnos y aumentar nuestra indecisión. Eso, definitivamente no facilita el proceso de toma de decisiones. Adicional, la mayoría de las veces esperamos que las condiciones ideales estén presentes, ¿y adivinen qué? ¡Eso casi nunca pasa!

Por eso, vale la pena recordar siempre que ese riesgo que nos da tanto miedo asumir y nos impide tomar decisiones, puede ser el único camino al cambio.

Virgilio, el poeta romano decía: “Pueden, porque creen que pueden”, y esto me hace pensar que tomar decisiones no asegura necesariamente que las cosas salgan tal y como las imaginamos, pero lo que sí hace es movilizarnos a la acción y garantizar que algo nuevo ocurra.

Ahí está la diferencia entre la gente que sabe que puede, pero no se atreve y los que, por otro lado, creen que pueden y con un voto de confianza en sí mismos se arriesgan y hacen todo para lograrlo. He aprendido con los años que saberse capaz no es suficiente, querer que ocurra es lo que hace la diferencia. De ahí la importancia de encontrar esos motivos únicos e individuales que le den sentido a hacer ese salto al vacío.

Como siempre digo: ¡la vida es una aventura!, pero es una aventura finita, algún día ya no estaremos y solo quedarán nuestros recuerdos. Por eso vale la pena mirarnos en el “aquí y ahora”, hacernos amigos de nuestros miedos y no permitirles que se interpongan entre nuestras metas y la acción.

Ahora que sabes esto, piensa ¿qué es lo que te está deteniendo?, ¿qué harías diferente de acá en adelante?

¡Aún estás a tiempo de convertirte en uno de esos que creen que pueden!

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